Ha pasado a la historia como el
descubridor de la anomalía cromosómica Trisomia 21 que permite el
diagnóstico precoz del síndrome de Down. Sin embargo, el francés Jérôme
Lejeune (1926-1994) pasó del prestigio profesional y el reconocimiento de toda la comunidad científica a una encarnizada persecución mediática por su oposición frontal y declarada al aborto.
La vida de Jérôme Lejeune es una historia agridulce de repetidos éxitos y fracasos. Con sólo 33 años, en 1959, descubrió la causa del síndrome de Down, que le convirtió en uno de los padres de la genética moderna. Con esta conquista científica vinieron otros muchos logros en su carrera: en 1962, fue designado como experto en genética humana en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y dos años después fue nombrado director del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y ocupó la primera cátedra de Genética Fundamental en la Facultad de Medicina de la Sorbona. Tenía, por tanto, todas las papeletas para ser galardonado con el Premio Nobel. Pero ese apreciado galardón nunca llegó.
Sólo y sin Premio Nobel
En 1970, el aclamado científico mostró su oposición al proyecto de ley del aborto eugenésico de Francia. Ésta fue la piedra de toque para que el mundo de la Medicina le retirara su «favor». Se quedó solo en la defensa de la vida de los nonatos, pero esto no le impidió hablar sin tapujos incluso en la sede de las Naciones Unidas, donde se trataba de justificar la legalización del aborto para evitar todos aquellos que se realizaban clandestinamente.
«He aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte», denunció Lejeune, refiriéndose a la OMS. Consciente de la repercusión que tendrían sus palabras, el científico escribió a su mujer y su hija diciendo: «Hoy me he jugado mi Premio Nobel». Y no se equivocó.
Sin financiación
A partir de entonces, dejó de ser un aclamado investigador y se convirtió en un abanderado de la causa pro vida. Defendió desde los postulados de la Medicina la existencia de la vida desde el momento de la concepción y rechazó terminos como «pre-embrión» que respaldaban entonces, y todavía hoy lo hacen, las teorías abortistas. Tanto rechazo produjo su postura que dejó de recibir financiación para sus investigaciones. Pero Lejeune no cesó en su empeño y se dedicó a dar conferencias para poder pagar sus proyectos y mantener así tanto a su mujer como a sus cinco hijos.
Han pasado los años pero la Iglesia no ha olvidado su valiente testimonio. De hecho, al morir el científico, en 1994, Juan Pablo II envió una carta al entonces arzobispo de París, el cardenal Lustinger, exaltando las virtudes de Lejeune: «Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada.
Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima».
El 28 de junio de 2007 se inició la causa de beatificación y canonización del profesor Lejeune. El proceso diocesano ha concluido en abril de este mismo año.
La vida de Jérôme Lejeune es una historia agridulce de repetidos éxitos y fracasos. Con sólo 33 años, en 1959, descubrió la causa del síndrome de Down, que le convirtió en uno de los padres de la genética moderna. Con esta conquista científica vinieron otros muchos logros en su carrera: en 1962, fue designado como experto en genética humana en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y dos años después fue nombrado director del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y ocupó la primera cátedra de Genética Fundamental en la Facultad de Medicina de la Sorbona. Tenía, por tanto, todas las papeletas para ser galardonado con el Premio Nobel. Pero ese apreciado galardón nunca llegó.
Sólo y sin Premio Nobel
En 1970, el aclamado científico mostró su oposición al proyecto de ley del aborto eugenésico de Francia. Ésta fue la piedra de toque para que el mundo de la Medicina le retirara su «favor». Se quedó solo en la defensa de la vida de los nonatos, pero esto no le impidió hablar sin tapujos incluso en la sede de las Naciones Unidas, donde se trataba de justificar la legalización del aborto para evitar todos aquellos que se realizaban clandestinamente.
«He aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte», denunció Lejeune, refiriéndose a la OMS. Consciente de la repercusión que tendrían sus palabras, el científico escribió a su mujer y su hija diciendo: «Hoy me he jugado mi Premio Nobel». Y no se equivocó.
Sin financiación
A partir de entonces, dejó de ser un aclamado investigador y se convirtió en un abanderado de la causa pro vida. Defendió desde los postulados de la Medicina la existencia de la vida desde el momento de la concepción y rechazó terminos como «pre-embrión» que respaldaban entonces, y todavía hoy lo hacen, las teorías abortistas. Tanto rechazo produjo su postura que dejó de recibir financiación para sus investigaciones. Pero Lejeune no cesó en su empeño y se dedicó a dar conferencias para poder pagar sus proyectos y mantener así tanto a su mujer como a sus cinco hijos.
Han pasado los años pero la Iglesia no ha olvidado su valiente testimonio. De hecho, al morir el científico, en 1994, Juan Pablo II envió una carta al entonces arzobispo de París, el cardenal Lustinger, exaltando las virtudes de Lejeune: «Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada.
Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima».
El 28 de junio de 2007 se inició la causa de beatificación y canonización del profesor Lejeune. El proceso diocesano ha concluido en abril de este mismo año.