segunda-feira, 5 de março de 2012

Santorum intensificó su fe gracias a su suegro y le hizo una promesa al hijo que perdió al nacer

In Religión en Libertad

Salvo un repunte sorpresa de Newt Gingrich el próximo martes, a Barack Obama le disputarán en noviembre la presidencia de los Estados Unidos o Mitt Romney o Rick Santorum. Éste ya cuenta con protección del Servicio Secreto en cuanto aspirante con posibilidades, y está saliendo victorioso de los intensivos escrutinios a que la prensa somete a los candidatos durante el largo proceso de primarias e incluso después.

The New York Times, no precisamente favorable a Santorum, le dedica este fin de semana un reportaje centrado en su profunda religiosidad católica, quizá el aspecto más irritante para el establishment cultural progresista norteamericano, junto con su determinación de atacar Irán si es preciso para defender la seguridad del país.

El reportaje revela que, según confesó el mismo Santorum en algún off the record el año pasado, él era un "católico de nombre" hasta que conoció a su mujer y pensaron en casarse. Fue en 1988, y Karen era enfermera neonatal. Según el diario, la hoy esposa de Rick venía de una relación con un médico abortista y ella misma era partidaria del aborto.

Cara a cara con el suegro
Pero algo la hizo cambiar, y de hecho cuando empezó a salir con aquel joven aspirante a político (tenía 30 años) que llegaría al Senado en 1991, le urgió a visitar a su futuro suegro. Kenneth Garver era pediatra en Pittsburgh, especialista en genética y padre de una familia numerosa formada en una profunda fe católica.

"Nos sentamos uno en frente del otro en torno a su mesa, y estuvimos toda la tarde hablando del aborto. Quedé absolutamente convencido de que tanto desde el punto de vista de la ciencia como desde el punto de vista de la fe, no había más que una postura posible", explicó Santorum en octubre a un grupo provida.

Según el diario neoyorquino, ése fue el momento en el que Santorum y su mujer intensificaron su vivencia religiosa, traducida a lo largo de toda esta campaña en unos posicionamientos inequívocos en torno al aborto, los anticonceptivos, el "matrimonio" entre personas del mismo sexo, la libertad de educación de las familias o la separación entre Iglesia y Estado. Lo cual le ha granjeado votos, pero también se los ha quitado. Rick ha preferido en cualquier caso decir lo que piensa y presentarse ante sus electores tal como es.

Cartas a Gabriel... y una promesa
En buena medida, eso se debe a la promesa que le hizo a su hijo Gabriel, que murió a las pocas horas de nacer tras un embarazo al que le sugirieron en más de una ocasión poner término, porque los problemas del feto se detectaron desde la vigésima semana. Pero los Santorum creyeron siempre que Dios tenía un plan para la corta vida de unas horas que sabían tendría el bebé.

Dice un amigo suyo desde hace veinte años, Frank Schoeneman, que, al fallecer el pequeño, Santorum hizo el voto de llevar una vida de la que Gabriel pudiese sentirse orgulloso. Y eso incluye no esconderse ni tener respetos humanos en la profesión de su fe. En 1998 escribió un libro, Cartas a Gabriel, volcando su alma en recuerdo de la tragedia vivida.

Schoeneman añade que Rick no es un new-born (renacido) que vio la luz de golpe: "Ha habido una evolución. Siempre fue católico y siempre fue un hombre de fe, pero no con este nivel de fe", subraya.

Encontrar a Dios en la política
Curiosamente, el otro momento decisivo en esa evolución fue su llegada al Senado. Allí conoció a un senador de Oklahoma, Don Nickles, quien le animó a asistir con otros senadores a unas reuniones de estudio de la Biblia.

Finalmente, Karen y él encontraron el lugar idóneo para intensificar su fe en la parroquia de Santa Catalina de Siena, en el norte de Virginia, a donde se habían trasladado a vivir: "El párroco era extraordinario y nos llenó del Espíritu Santo", confesó el aspirante a la Casa Blanca.

El cual tiene muy claro que Dios es el centro de su vida, y muy clara cuál es su actitud ante Jesucristo: "Ante sus ojos soy totalmente inútil. No puedo hacer nada por Él. Sólo amarle".

Viva o Cardeal! - Keith O´Brien, el cardenal que le para los pies a Cameron por el matrimonio homosexual

In Religión en Libertad

El primer ministro británico, David Cameron, quiere someter a referéndum el establecimiento del llamado matrimonio entre personas del mismo sexo. Entre otras cosas, por las presiones de su socio de gobierno, el liberal Nick Clegg.

Pero se está encontrando una fuerte resistencia de la sociedad inglesa, galesa y escocesa. La última expresión de ese rechazo es el artículo escrito en el Telegraph este sábado por el cardenal Keith O´Brien, arzobispo de San Andrés y Edimburgo.

Una locura
"No podemos permitirnos pasar por alto esta locura", afirma en el titular. Y lo cierto es que argumenta con gran dureza y contundencia las razones.

Primero, señalando que aquí no hay peticiones inocentes que valgan. Primero, porque las uniones civiles llevan años existiendo, y cuando fueron introducidas "sus partidarios se desgañitaban diciendo que no querían el matrimonio, y que el matrimonio sería siempre entre un hombre y una mujer": "Y a quienes nos oponíamos se nos acusaba de alarmistas por advertir de que con el paso del tiempo se pediría también el matrimonio".

Pero, además, "puesto que todos los derechos legales del matrimonio ya están disponibles para las parejas homosexuales, está claro que esta propuesta no va de derechos, sino más bien es un intento de redefinir el matrimonio para toda la sociedad a instancias de una minoría de activistas".

Los siguientes párrafos son una previsión clarividente de lo que en realidad pretende esa minoría pretendiendo que se llame matrimonio a las relaciones homosexuales: "Redefinir el matrimonio tendrá enormes implicaciones sobre lo que se enseña en las escuelas, y para toda la sociedad. Redefinirá la sociedad, puesto que la institución del matrimonio es uno de los pilares fundamentales de la sociedad".

Totalitarismo en la escuela
"¿Puede cambiarse una palabra cuyo significado ha sido claramente entendido siempre en todas las sociedades a través de la historia, cambiarse de la noche a la mañana por algo distinto? Si se legaliza el matrimonio del mismo sexo, ¿qué pasará con el profesor que quiera enseñar a sus alumnos que el matrimonio sólo puede entenderse -y siempre se ha entendido- como la unión entre un hombre y una mujer? ¿Se respetará el derecho de ese profesor a sostener y enseñar su punto de vista, o será despedido?", se pregunta el cardenal O´Brien.

Y se responde a sí mismo, aunque en forma interrogativa: "¿Acaso no se convertirá tanto a profesor como a alumnos en las próximas víctimas de la tiranía de la tolerancia, en herejes cuya disensión respecto a la ortodoxia impuesta por el Estado será aplastada a costa?".

El purpurado recuerda que el artículo 16 de la Declaración de Derechos Humanos establece que el matrimonio es entre hombre y mujer, y sin embargo se presta oídos "educados" a quienes quieren destruirlo, y se disculpa su "locura", a pesar de que "su proyecto supone una subversión grotesca de un derecho humano universalmente aceptado".

El daño a los menores
El cardenal O´Brien recuerda luego que el matrimonio es una institución natural y por tanto ninguna ley humana puede pretender convertirse en su dueña y señora, sino protegerlo como la más beneficiosa institución para la sociedad, "en vez de atacarla y desmantelarla".

Y recuerda también la otra parte perjudicada: los niños en los casos de adopción. "El matrimonio del mismo sexo eliminará por completo de la ley la idea básica de una madre y un padre para cada niño. Se creará una sociedad que elige deliberadamente privar a un niño o de su padre o de su madre".

Además, "si el matrimonio puede redefinirse para que ya no signifique la unión entre un hombre y una mujer, ¿por qué parar ahí?". Se abren también las puertas a la poligamia, pues "¿sobre qué base podrá impedirse casarse a tres personas que se aman?".

El argumento que ha usado el gobierno británico de que no se obligará a las comunidades religiosas a casar a personas del mismo sexo no disminuye la gravedad del cambio, remata O´Brien: "¿Se aceptaría la esclavitud alegando que a nadie se le obligará a tener esclavos?".

domingo, 4 de março de 2012

Porque é que o bebé há-de viver? - por Pedro Vaz Patto

Muita polémica e indignação gerou a publicação de um artigo numa revista de ética médica (Journal of medical ethics), da autoria de Alberto Giubilini e Francesa Minerva, com o título O aborto pós- natal; porque é que o bebé há-de viver?. Nele se defende a tese de que é lícito matar um bebé recém-nascido. Não se fala em infanticídio, mas em aborto pós- natal, porque o bebé recém-nascido, como o embrião e o feto, não tem o estatuto moral de pessoa. Não basta ser humano para ter direito a viver. Só tem o estatuto de pessoa e o direito a viver quem é capaz de atribuir valor à sua existência porque formula objetivos (“aims”) para o futuro dessa existência e tem, por isso, interesse em viver. Quem não tem essa capacidade (como sucede com o recém-nascido, mas já não com alguns animais não humanos), não sofre qualquer privação ou dano quando morre. Pode um recém-nascido sofrer um dano quando a morte lhe causa dor. E pode ele ter algum valor moral quando os pais querem que ele viva. Mas se isso não acontecer, nada obsta a que se mate um recém-nascido, não só quando ele padeça de alguma deficiência (o que já sucede na Holanda, onde é, nesse caso, lícita a chamada eutanásia pós-natal) e a vida possa ser, supostamente, para ele um fardo; mas também quando ele, por qualquer motivo, represente um fardo, psicológico e económico, para os pais e a sociedade. Os interesses destes (pessoas actuais) prevalecem sempre sobre os de quem ainda não é pessoa e só o será potencialmente. Nas primeiras semanas após o nascimento, a criança não tem capacidade de ter objetivos (“aims”) para a sua vida. E mesmo quando, pouco depois, começa a ter essa capacidade de forma incipiente, esta ainda deve ceder perante a capacidade que têm os adultos de formular planos desenvolvidos para as suas próprias vidas. A morte da criança poderá, para os seus pais, ser menos traumatizante do que a autorização de adopção, porque neste caso a aceitação da realidade da perda definitiva pode ser mais difícil, pois não há a certeza da irreversibilidade e permanece a esperança do retorno. Quando assim for, é preferível matar a criança.


A tese não é inteiramente inovadora (já havia sido defendida pelos influentes académicos Michael Tooley e Peter Singer), mas ainda não tinha sido exposta com tanta crueza, nem levada a consequências que muitos considerarão tão arrepiantes.


Deve reconhecer-se a coerência da tese: entre o embrião, o feto e o recém- nascido não há uma diferença de natureza, qualitativa ou substancial. A criança antes e depois do nascimento não é substancialmente diferente. Estamos apenas perante fases distintas de um processo de evolução contínuo. Mas isso deve servir para estender a ilegitimidade do infanticídio à ilegitimidade do aborto, não para estender a pretensa legitimidade do aborto à pretensa legitimidade de infanticídio. Até porque também não há saltos de qualidade no processo de evolução contínuo que vai do nascimento à idade adulta.


A repulsa que espontaneamente tem causado esta tese (que revela como, apesar de tudo, permanece viva uma sensibilidade marcada pela cultura judaico-cristã e valores humanistas) quase dispensaria a tentativa de a refutar no plano racional. Estamos perante uma tese que é, antes de mais, contra-intuitiva. Mas não deixa de ser útil proceder a tal refutação.


Em coerência, a tese levaria ao absurdo de considerar que a perda da vida (como de outros direitos) não representa um dano para quem não tem consciência do mesmo, por estar temporariamente inconsciente (a dormir, por exemplo). Os autores do estudo respondem à objecção dizendo que nestes casos não há uma verdadeira incapacidade, mas uma simples privação temporária. Só que não se compreende a relevância dessa diferença. Será diferente ter a possibilidade de readquirir a consciência umas horas depois (como sucede com quem está a dormir), ou de a vir a adquirir alguns meses depois (como sucede com um recém-nascido)?


Ao pôr termo à vida de um feto ou de um recém-nascido não se está a privar estes de um interesse explícito e actual em viver, mas está-se a impedir (o que não é menos grave) que eles venham a adquirir esse interesse no futuro, como viriam a adquirir se não fosse impedido o seu natural desenvolvimento (nenhum de nós estaria hoje vivo se tivesse sido impedido esse natural desenvolvimento, o que representaria um inegável dano). A esta objecção, respondem os autores do estudo com um raciocínio falacioso, que assenta numa petição de princípio: dizem que quem ainda não tem o estatuto de pessoa (o que está por demonstrar), quem ainda não existe (o que não é seguramente verdade), não pode sofrer qualquer dano, e, por isso, os interesses das pessoas actuais prevalecem sempre sobre os interesses das pessoas potenciais. Mas o embrião, o feto e o recém-nascido, não existem apenas em potência, são já actuais, embora não tenham ainda actualizadas todas as suas potencialidades (o que sempre se verifica com a pessoa até à idade adulta, e até ao fim da vida).


A vida é o maior dos bens humanos e o primeiro dos direitos humanos, o pressuposto de todos os outros bens e de todos os outros direitos. Este é um dado objectivo. É assim mesmo que o seu titular não tenha consciência disso e disso não se aperceba. Se isso sucede, tal verifica-se porque há alguma debilidade devida à idade (do embrião, do feto, do recém-nascido, da criança), à doença ou à deficiência em graus extremos. Não é por causa de uma qualquer incapacidade ou debilidade que a pessoa perde dignidade, valor moral ou direitos. Pelo contrário, é precisamente nos casos de maior debilidade ou incapacidade que mais se justifica eticamente o cuidado dos outros e a tutela da ordem jurídica. Quem mais precisa de ser defendido é quem não é capaz de se defender por si próprio. É nesses casos que vale especialmente a advertência evangélica sobre o amor ao «mais pequeno dos meus irmãos». E também a regra de ouro comum a todas as religiões e correntes éticas laicas: «não faças aos outros o que não gostarias que te fizessem a ti» (a ti, que já fostes um feto ou um recém-nascido e a quem ninguém impediu o natural desenvolvimento). Ou a advertência da nota, publicada a propósito deste estudo, do Centro de Bioética da Universidade Católica italiana del Sacro Cuore: «se não formos capazes de tutelar quem não é capaz de se auto-tutelar poremos fim à própria ideia de democracia tal como a reconstruímos depois das violências totalitárias».

sábado, 3 de março de 2012

Onde está a surpresa?

Pela forte bátega de mensagens-e, de gente estupefacta e “incrédula”, que recebi a propósito da notícia Matar um bebé é o mesmo que fazer um aborto, dizem estudiosos, dei como infrutífero o penosíssimo trabalho a favor do Evangelho da vida a que me tenho dedicado progressiva e arduamente desde há trinta e quatro anos. Não saberei dizer se vos parece pouco e uma sem-razão quer o empenho quer o queixume. Por isso acrescentarei que estar continuamente estudando, escrevendo, alertando, insistindo, rezando, pregando, explicando, teimando, descrevendo, coisas tão sórdidas como o aborto provocado, a matança de embriões humanos e eutanásia, contra quase todos, a condenação de muitos, a incompreensão geral e a marginalização sistemática, é uma agonia, uma exaustão que me deixa literalmente esbodegado. Não que me arrependa ou sequer o lamente, de modo nenhum, tanto mais que no meio de tanta cruz lá se encontra a ressurreição e o amparo fiel de uma porção significativa de amigos formidáveis.

Mas custa a crer que tantos não tenham entendido que a morte provocada de uma pessoa no estado embrionário, fetal, recém-nascida, criança, adolescente, adulta, anciã, saudável, enferma, deficiente ou moribunda constitui, objectivamente, um assassinato. E que a gravidade de tal acto se torna tanto maior quanto mais vulnerável é a pessoa eliminada. Por isso, como lembra o Beato João Paulo II, o Vaticano II designa como crimes abomináveis quer o infanticídio quer o aborto. Mas, para que entendamos bem não somente a semelhança entre um e outro, mas também a diferença no grau de gravidade logo afirma sem titubeações:A gravidade moral do aborto provocado aparece em toda a sua verdade, quando se reconhece que se trata de um homicídio e, particularmente, quando se consideram as circunstâncias específicas que o qualificam. A pessoa eliminada é um ser humano que começa a desabrochar para a vida, isto é, o que de mais inocente, em absoluto, se possa imaginar: nunca poderia ser considerado um agressor, menos ainda um injusto agressor! É frágil, inerme (indefeso, desarmado), e numa medida tal que o deixa privado inclusive daquela forma mínima de defesa constituída pela força suplicante dos gemidos e do choro do recém-nascido. Está totalmente entregue à protecção e aos cuidados daquela que o traz no seio. E todavia, às vezes, é precisamente ela, a mãe, quem decide e pede a sua eliminação, ou até a provoca.” (João Paulo II, Evangelium vitae, 58). Daqui a conclusão: “De entre todos os crimes que o homem pode realizar contra a vida, o aborto provocado apresenta características que o tornam particularmente perverso e abominável.” (Idem). Torno a repetir, como já o fiz num texto anterior, que isto foi escrito por um Papa que antes de o ser passou pelos terrores e horrores quer do nazismo quer do comunismo.

Constitui para mim uma enorme perplexidade como, aqui em Portugal, se branqueia e se censura esta Encíclica que João Paulo II considerava central no seu Magistério: “Desejo, antes de tudo, agradecer … o facto de terem pensado e organizado esta Jornada comemorativa do quinto aniversário da publicação da Encíclica Evangelium vitae. … Documento, que considero central no conjunto do Magistério do meu Pontificado (sublinhado meu) e em ideal continuidade com a Encíclica Humanae vitae do Papa Paulo VI, de venerada memória.” (João Paulo II, Discurso no 5º aniversário da Evangelium Vitae).

Quantas conferências, entrevistas, palestras, reportagens, livros sobre este Papa e o seu Pontificado, realizadas pelas mais graúdas sumidades da Igreja em Portugal e nem uma palavra, uma referência, uma atenção a este ponto nuclear do seu Magistério. A Humanae vitae e a Evangelium vitae geram paralisia mental nesses Prelados e Fiéis Leigos subidamente qualificados.

Em verdade vos digo que a não haver intervenção Divina não tardará muito a termos professores na ucp (universidade católica portuguesa) e comentadores na rr (rádio renascença) que advogam o infanticídio, o eugenismo, a eutanásia, o suicídio assistido, como hoje lá temos os que propagandam o aborto, a selecção embrionária, a clonagem e outras atrocidades ignominiosas.


Nuno Serras Pereira

03. 03. 2012

Intervista alla psicologa Valeria Giamundo sulle conseguenze del divozio nell'infanzia

di Britta Dörre

ROMA, martedì, 28febbraio 2012 (ZENIT.org) - Le separazioni e i divorzi sono un fenomeno sempre più in aumento anche in Italia. Sono numerose le cause di questo fenomeno e ancora più numerose le conseguenze che esso porta nell'ambito familiare, particolarmente sui figli.

ZENIT ne ha parlato con la psicologa Valeria Giamundo, psicoterapeuta e docente presso la Scuola di Psicoterapia cognitivo-comportamentale, che svolge attività di ricerca finalizzata allo sviluppo di interventi trattamentali innovativi sull’età evolutiva.

Negli ultimi anni la dottoressa si è interessata di separazioni e divorzi, sviluppando un modello di trattamento sull'elaborazione della separazione genitoriale, rivolto a gruppi di bambini e/o adolescenti.

Dott.ssa Giamundo, quali sono le ragioni di tale incremento?

Dott.ssa Giamundo: Le separazioni e i divorzi sono la conseguenza di profonde trasformazioni sociali e culturali, a partire dalla emancipazione femminile, fino ad arrivare alla mentalità individualista della società odierna, che promuove l'interesse per il benessere dell'individuo e la realizzazione personale, a discapito di quello familiare e della società nel suo insieme.

L'instabilità lavorativa ed economica, e dunque lo stress e il sentimento di precarietà, sembrano rallentare il passaggio alla vita adulta e con esso la decisione di mettere su famiglia, subordinate al raggiungimento della stabilità del reddito, della ricerca di un'abitazione e così via. La conseguenza è una realtà familiare caratterizzata da nuclei sempre più piccoli, con equilibri instabili e conflittualità relazionali.

Le statistiche evidenziano inoltre che, affianco all'incremento delle separazioni e dei divorzi, si registra anche una diminuzione del tasso dei matrimoni, il che potrebbe confermare una effettiva propensione alla rottura dei legami.

Sono molte le persone che, vivendo una separazione o un divorzio, ricercano l’aiuto di uno psicologo?

Dott.ssa Giamundo: Con l'aumento del fenomeno è senz'altro cresciuto il bisogno di far riferimento a figure professionali come noi poiché, in realtà, non si è mai preparati veramente a fronteggiare un evento così stressante. La diffusione del fenomeno, infatti, ha comportato una tendenza alla normalizzazione talvolta eccessiva dell'evento, col rischio di sottovalutare gli esiti del processo separativo.

E quali sono le conseguenze?

Dott.ssa Giamundo: Gli studi dimostrano che la separazione coniugale è al secondo posto tra gli eventi stressanti nella vita di un individuo, subito dopo la morte di un parente stretto. In ambito clinico, infatti, la separazione viene paragonata proprio al lutto per le sue caratteristiche psicologiche ed emotive.

La divisione familiare genera ricadute inevitabili sul benessere psicofisico di tutti i membri della famiglia, e incide significativamente sulla qualità dei rapporti tra genitori e figli, generando la necessità, per tutti i membri, di ricorrere ad un supporto psicoterapico.

In un bambino quali sono i segni più frequenti?

Dott. Giamundo: Possono essere di varia natura ed entità: rabbia, frustrazione, ansia, depressione, regressioni, problemi comportamentali, disturbi del sonno e così via.

E' importante osservare le reazioni del bambino anche in contesti extra-familiari; gli insegnanti, ad esempio, sono una fonte importante di informazione circa il benessere del minore. Spesso sono proprio loro a segnalare un disagio, evidenziando ad esempio un calo dell'attenzione e dell'apprendimento.

Nel bambino tuttavia i segni della sofferenza non emergono sempre in maniera così evidente; i genitori infatti descrivono bambini che protestano apertamente, bambini che si chiudono in se stessi, ma anche bambini che reagiscono positivamente e che sembrano adattarsi facilmente all'evento.

In questi casi non va trascurato che potrebbe piuttosto trattarsi di forme di pseudo-adattamento, come accade nei bambini che negano la separazione dei genitori o inibiscono l'espressione del disagio per non intensificare il conflitto coniugale.

Quali sono gli effetti delle separazioni a lungo termine? Nel senso che i figli, nel corso della crescita, possono risentire molto degli errori dei genitori?

Dott. Giamundo: La separazione, se non è bene elaborata, può avere degli effetti a lungo tempo nella capacità di costruire e mantenere legami affettivi ma, attenzione, non è vero che i figli di genitori separati rischiano più esiti negativi dei figli di genitori uniti.

Il clima familiare e la qualità dei rapporti è un elemento essenziale. I danni maggiori sono dovuti infatti al perpetrarsi di condizioni in cui il minore si sente oggetto di contesa; in questi casi il bambino reagirà accentuando l’alleanza con uno dei genitori, generalmente quello affidatario o collocatario.

Lo schieramento con uno solo dei genitori è quasi necessario per il bambino che teme ulteriori abbandoni, ma esso genera dei vissuti carichi di sensi di colpa, conflitti interiori (oltre che relazionali) che avranno inevitabilmente delle conseguenze sul suo futuro equilibrio psico-affettivo.

Perché i genitori non riescono ad aiutare i figli in questo momento della storia familiare?

Dott.ssa Giamundo: I genitori vivono anch'essi la separazione come un evento traumatico, spesso inoltre la scelta di separarsi non è condivisa. In questi casi la rabbia, il timore, il senso di fallimento impediscono un confronto sereno e volto ad individuare le migliori soluzioni per l'equilibrio familiare.

La conflittualità è senz'altro il sintomo più frequente e si riflette in comportamenti distruttivi rivolti non unicamente verso il partner, ma anche verso i figli e se stessi. Si avviano delle vere e proprie guerre nelle aule dei tribunali, dove il diritto dei figli di vivere serenamente una relazione equilibrata con le due figure di riferimento viene affidato alla competenza di un giudice o di un perito.

Queste guerre possono causare l'intensificarsi del disagio del minore, con conseguenze acute e croniche che impediscono lo sviluppo di una personalità sana e armonica. Gli adulti di riferimento per i minori, divengono improvvisamente fragili e bisognosi d'aiuto; in alcuni casi saranno così i figli ad assumere il compito di "protettori", rimanendo invischiati in relazioni disfunzionali dove finiscono solitamente per proteggere il genitore ritenuto più debole.

Come dovrebbero comportarsi quindi i genitori per limitare la sofferenza dei figli?

Dott.ssa Giamundo: In questi casi i genitori vanno aiutati o supportati, attraverso la mediazione familiare, nell'attuazione di questo complesso processo di cambiamento, che implica una notevole riorganizzazione del funzionamento familiare. Il compito di un genitore è mantenere integra la funzione genitoriale, limitare il conflitto e rinnovare la rete di relazioni significative, affinché anche con esse possano meglio supportare la crescita del minore.

Ci sono regole comportamentali che possono guidare i genitori nella gestione dei figli durante una separazione?

Dott.ssa Giamundo: Secondo gli esperti, per tutelare il bambino, i genitori dovrebbero osservare tre principi fondamentali:

1) garantire la continuità delle condizioni più pragmatiche, come i ritmi dei pasti e dell’addormentamento, gli impegni extrascolastici, ecc..;

2) garantire la prevedibilità, ovvero dare al bambino la possibilità di prevedere alcuni eventi, di sapere anticipare cosa faranno;

3) garantire l’affidabilità, rimanendo dei punti di riferimento affettivi importanti per i figli, affinché si sentano realmente amati e supportati nei bisogni di crescita personali.

La famiglia allargata è un argomento molto dibattuto negli ultimi anni. Molti film la trattano e spesso si mostra che in questi casi, superati i problemi, c'è sempre un happy-end. Nella realtà come percepiscono i figli questo cambiamento?

Dott.ssa Giamundo: La transizione dalla famiglia unita alla famiglia separata spesso si accompagna alla formazione di nuovi nuclei familiari, e ciò richiede un ulteriore sforzo di adattamento da parte del minore.

La capacità di accettare e integrarsi nel nuovo contesto familiare dipende dalla sensibilità e gradualità dei genitori di favorire l’integrazione nel nuovo nucleo: essi non dovrebbero imporre tempi e modalità che non tengano conto delle caratteristiche individuali dei figli.

Se il bambino non ha accettato la separazione dei genitori, può percepire il nuovo partner come un intruso e il suo vissuto di abbandono può accompagnarsi a sentimenti di tradimento o esclusione.

La conoscenza e presenza del nuovo partner dovrebbe essere, quindi, graduale discreta, con particolare cautela a sfuggire alla "trappola" della competizione e della provocazione. Se poi è il genitore che ha "subito" la separazione a non accettare l'idea del nuovo compagno, il bambino rimane incastrato nel conflitto di lealtà e gli viene impedita la possibilità di costruire una buona relazione.

Un happy-end, dunque, sembra molto difficile….

Dott.ssa Giamundo: Al contrario, gli esiti dipendono dagli atteggiamenti dei genitori e dei loro rispettivi partner. L’happy-end è possibile, ma ci si deve lavorare. Non parlo solo dell'intervento professionale, ma mi riferisco alla volontà del genitore di mettersi in discussione, di partecipare attivamente e con maggiore consapevolezza al complesso processo della separazione.

Qual'è la funzione dello psicologo in questi casi?

Dott.ssa Giamundo: Il professionista dovrebbe innanzitutto esplorare la possibilità di una riconciliazione, ma se non ci sono le condizioni per favorire un ricongiungimento, la sua funzione consisterà nel facilitare l'elaborazione dell'evento, stimolare nell'adulto la consapevolezza delle numerose implicazioni che tale evento può avere sulla famiglia, sia sul piano emotivo - psichico che su quello concreto - organizzativo.

Per quanto riguarda il trattamento del bambino invece?

Dott.ssa Giamundo: Nel caso del bambino, l'intervento dovrà essere centrato sulla comprensione, accettazione, elaborazione della separazione genitoriale. E' importante aiutarlo a riconoscere le emozioni che ha generato, inclusi sentimenti di rabbia e frustrazione, ambivalenza affettiva o il senso di colpa, poiché spesso i figli si sentono responsabili dell'evento. In questa direzione, negli ultimi anni ho applicato la terapia di gruppo che si è rivelata particolarmente efficace per i bambini.

Come funziona questa terapia?

Dott.ssa Giamundo: I bambini affrontano i problemi legati alla separazione in gruppi omogenei per età, di 4 o 5 partecipanti. Condividono la sofferenza, si confrontano tra loro e si sostengono reciprocamente. Il bambino affronta il suo problema con più coraggio traendo vantaggio dalle esperienze altrui. Il ruolo del terapeuta è stimolare il confronto reciproco, aiutandoli ad esprimere i propri stati d'animo e trovare nuove soluzioni per facilitare l'adattamento. Per avere successo, ad ogni modo, la terapia del minore dovrà essere affiancata ad interventi di sostegno rivolti alle figure genitoriali.

Chi si rivolge a lei: i genitori spontaneamente o i genitori su richiesta dei loro figli?

Dott.ssa Giamundo: Solitamente sono i genitori a richiedere la consulenza per se stessi o per i figli. Nel migliore dei casi - mi riferisco a quei genitori particolarmente sensibili e attenti - la consultazione è richiesta in una fase precedente alla separazione, per essere orientati e guidati nel processo: capire, ad esempio, come comunicarlo ai figli, come proporre il cambiamento, riorganizzare i loro ritmi di vita e così via.

Quando invece la consulenza professionale è richiesta in una fase successiva, le motivazioni che la sottendono sono legate alle difficoltà a gestire il disagio del minore: i genitori cioè hanno preso atto che non sono in grado, da soli, di alleviare la sofferenza del proprio figlio.

Quali sono i casi più frequenti?

Dott.ssa Giamundo: Un caso che ricorre spesso è quello dei figli che, a partire dai 10 anni, chiedono ai genitori di fornire loro un aiuto professionale esterno.

Sono i casi in cui si regista un maggiore sofferenza, poiché i ragazzi hanno preso atto che il proprio disagio non è più risolvibile con l'aiuto genitoriale; ma sono anche i casi che hanno una prognosi più positiva, poiché la consapevolezza del disagio è unita al desiderio di superarlo, e proprio la motivazione al cambiamento faciliterà il recupero di una condizione di serenità ed equilibrio.

sexta-feira, 2 de março de 2012

A must read: The Strange Happenings at the Unreal Hotel - by Anthony Esolen

In Crisis Magazine

Many are the strange things going on in the Unreal Hotel.

In Room 101, a man and woman are lying together, and in more ways than one.

In Room 102, it is a man and a man.

In Room 103, a fellow named George, who has grown weary of his life, is meeting surreptitiously with his physician, Dr. Felix, to determine what will be the best medicine for him to take to bring his days to an appropriate end.

In Room 104, two teenagers, drunk with terror and glee, spin the nearly empty chamber of a revolver, while their friends look on and place bets.

In Room 105, a young girl, her boyfriend looking on from the corner, dials the nearest women’s health center to make an appointment to snuff out the life they have begotten.

In Room 106, Mr. and Mrs. Mobile sit anxiously by the telephone, waiting to hear whether their boy, whose ultrasound image they have seen, possesses a certain chromosomal anomaly which will instantly transform him from the prospective Michael, Junior, to an unfortunate object to be discarded.

In Room 107, a caseworker from an adoption agency writes “approved” below the application of two women for a baby boy, and “disapproved” below the application of a married couple, adding the explanation, “too fat.”

In Room 108, a lobbyist hunkers over his desk, writing up new regulations for his employer’s industry, regulations which will effectually drive many of his employer’s competitors out of business. When he finishes with this, he takes from his briefcase a speech on economic freedom, to correct the grammar and add incendiary flourishes.

In Room 109, an Education Czar chats with his colleagues about the need to center education upon the personal needs of the child, and also to ensure safety in schools whose students number more than a thousand.

In Room 110 – but I need not go on.

It is common for me to hear that the moral teachings of the Catholic Church, whereof I am a grateful member, are “unrealistic.” By this opprobrious term is meant, I gather, “absolutely impossible to abide by.” It is, then, considered impossible for John, or Mary, to remain chaste. It is impossible for Roy to refrain from abusing himself with another man. It is impossible for George to live out his days. It is impossible for teenagers to find enjoyment in what is true and good and beautiful. It is impossible for Dr. Felix to concentrate on healing rather than on destruction. It is impossible to bear a child. It is impossible to be honest. It is impossible to treat children as human beings. Beneath all these impossibles is the bald insistence of a spoiled soul: “What I do not want to do, that I cannot do.”

And yet realism is precisely what the Church’s teachings presuppose, and upon which they build. Consider the case of John and Mary in Room 101. They are not married, but they have removed their clothes. In doing so, they have quite literally divested themselves; their being naked to one another says, “There is nothing I withhold from you. I am entirely yours.” When they “make love,” as they call it, what is actually happening? Each body possesses within itself precious strands of human history: all the generations that have resulted in their physical beings are, as it were, ready to emerge again to the shores of light. They are doing the baby-making thing. They are doing what no human being can do on his own, nor can two members of the same sex do it. They are forming “one flesh,” organs cooperating in the complex interplay that is oriented towards the future. The seed of the man is being sown in the field of the woman’s womb, where it may well bring forth fruit. That is what is going on in Room 101.

John and Mary may object, “But we have taken a precaution. We have sown the field with salt beforehand. We have set a plastic guard under the soil.” All that does is to complicate the lie. It does not change the nature of the act itself. John and Mary, with their very bodies, are saying, “I give myself wholly,” and the organs are responding as if the gift were entire, yet the pleasure they experience is shot through with the self-contradiction. “I can rely on her,” John considers. “She’ll know better than to make too much of this.” Meanwhile a wave of sweat washes over Mary as her eye lights upon a white pill on the nightstand.

The core of all Catholic moral teaching is that good and bad are determined by the real nature of what we do. Our guiltiness – that subjective evil that dwells in the heart, which only God can see perfectly – is another matter. No Catholic can claim to know how God will judge John and Mary, or the teenagers at their roulette, or the blind educationist. But not all the lying in the world, not all the shrugs and ducks, not all the evasions, not all the precious intellectual pirouettes, can alter what is real.

Consider Room 102. If we look upon the bodies of the two men as essentially unreal – that is, though they are possessed of a certain physical composition, we say that there is no nature to the body, nothing that makes it this sort of thing rather than that – then we can pass no moral judgments whatsoever upon what they do. For there isn’t any “what they do”; it is only what they say they do, or what they will to do, or what they imagine they do. And this will satisfy most people now, because most people are comfortable inhabitants of Unreal City. Yet what is really happening to the seed? What is happening to this or that part of the body not meant for penetration? The Catholic teaching, frank and clear, begins with the command, “Respect reality. Notice what this body is, and what it is for. Notice what this masculine nature is for.”

The gun is for killing, not for a game. The teenagers are in fact committing, in law at least, reckless endangerment of human life; in morality, murder. But that is also what Dr. Felix is doing. All we need to do is to call the lethal toxin a “medicine,” and we see the lie, the adamant refusal to abandon Unreal City. For the toxin does not medicate. It does not heal a disease, or restore an organ to proper function. It does not even soothe pain. It eliminates the subject of the pain. Such “medicine” is analogous to a political program to stamp out poverty by eliminating the poor. It does not matter, either, that George wants Dr. Felix to administer the toxin, as it would not matter if a poor man were to say, “I give up, take my life.” The teenagers in Room 104, after all, are quite full of a desire to be where they are, playing their deadly game. Consent does not alter the act’s reality; it merely adds a conspirator to the killing.

As it turns out, the boyfriend in Room 105 has a ready answer for us. “It is only a blob of cells right now,” says he, having picked up the phrase in health class at Unreal High. But a blob of cells is precisely what the developing child is not. A blob may have a more or less spherical shape, but that is not what makes it a blob. A germinated seed may have a more or less spherical shape, yet it is certainly no blob. A blob is an undifferentiated mass. It is lifeless, unless it comes flowing from the ball return at the bowling alley in a bad movie. But the embryo is already a self-integrating organism. It is a living thing. It is human – not canine, not equine, not porcine. It dwells within the mother’s body – and she is, eo ipso, not a mother-to-be, but already a mother. But it is not a part of the mother’s body. That is flat biological fact. It possesses its own genetic makeup: neither that of the mother nor that of the father. It has begun to exist in time, like all living creatures. It not only has being; it is a being, and it is the sort of being that we all once were, and still are. It is not analogous to an acorn, or a sperm cell, or a grain of pollen. It is analogous to a seedling. We look upon the serrated three-lobed leaf on its tiny stem, poking up from the earth, and we say, correctly, “There’s a maple tree,” though as yet it possesses neither bark nor xylem nor sap. And the girl on the telephone knows this, because she had dearly wanted the boyfriend to say, “You’re carrying my child!”

The case of Mr. and Mrs. Mobile is fascinating. They are dwelling in a place we might call Unreal Square: an unreality upon an unreality, an unreality in an additional dimension. For until they hear the word from the laboratory, they can neither say “He is Michael, Junior, our son,” or “We should do away with it.” It is bad enough to suppose that a he can be transformed into an it by an act of imaginative will. It is bad in an altogether novel way to suppose that, until the decision is made, the developing child exists in limbo, neither child nor not-child. It is unreal to affirm that two and two make five. It is far more complexly unreal to affirm that one cannot know yet whether two and two will make four or five or any other sum.

The duelist says, “I was defending my honor.” The Church says – not needing to thumb through sacred Scripture, but only to respect reality, “No, you were an aggressor, putting a bullet through your neighbor’s heart.” The slaveowner says, “I am taking care of these people.” Bartolomeo de las Casas says, “No, you are treating them as chattel for your own profit.” The eugenicist says, “I am helping the poor.” Chesterton says, “No, you are passing around devices so that there will be fewer of the poor for you to ignore.” The polyamorist says, “I wish to love several women at once.” Pope John Paul says, “Alas, poor ignorant man, you do not even know what married love is, or you would not have so foolishly contradicted yourself.” The Pharisee says, “I am praying.” Jesus says, “No, you are praising yourself. The publican over there, who respects the reality of his sin, he is the one who is praying.”

If we would but adopt the Catholic position, that of acknowledging the being and the goodness and the integrity of what is, then we might find ourselves doing more than elementary moral reasoning. For it is pretty elementary, to determine that a healer is supposed to heal, and the baby-making act makes babies, and a male cannot mate with another male. We might, with toddling steps, come round to treating more subtle questions involving prudential judgments. We would not hold forth about education, until we had asked about realities. What is a child? What does it mean to know the truth? Why should we love the truth? We would not hold forth about economics, until we had asked about realities. Where are true riches to be found? For whom, and for what, do we work? What is a household? What makes for happiness in that household? We would not hold forth about politics, until we had asked about realities. What are people for? What is a community, anyway? What does the common good look like?

The faith I treasure in my heart has meditated upon these things for two thousand years, and its teachings are tender and subtle, rich and glorious. But one cannot begin to breathe that good air, unless one has taken those first stumbling steps out of the lies and the fog of Unreal City.