ROMA, 02 Abr. 11 / 03:17 am (ACI/EWTN Noticias)
Al cumplirse hoy seis años de la muerte del Papa Juan Pablo II, uno de los testigos de su muerte el 2 de abril de 2005 y miembro de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Pontífice durante 13 años, Mons. Konrad Krajewski, recuerda la fecha y afirma que "Juan Pablo II ha muerto, eso quiere decir que ahora él vive para siempre".
En un artículo publicado en la edición de este 2 de abril en L'Osservatore Romano, Mons. Krajewski recuerda que fue el ahora Cardenal Stanislao Dziwisz, quien fuera por más de 40 años secretario personal del Papa Wojtyla, quien rompió el silencio alrededor del fallecido Pontífice.
"Estábamos de rodillas alrededor de la cama de Juan Pablo II. El Papa yacía en la penumbra. La luz discreta de la lámpara iluminaba la pared, pero se le podía ver bien. Luego el Arzobispo se levantó. Encendió la luz de la recámara, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II".
"Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento montañero, alargando algunas sílabas, comenzó a cantar: 'Te alabamos Dios, te proclamamos Señor'. Parecía una voz que venía del cielo. Todos miramos maravillados a Don Stanislao. Y la luz seguía al canto y las palabras que seguían: 'Oh eterno Padre, toda la tierra te adora...' y nos daba la certeza a cada uno de nosotros".
Mons. Krajewski añade: "Así -pensábamos- nos encontramos ante una realidad totalmente distinta. Juan Pablo II ha muerto, eso quiere decir que ahora él vive para siempre".
"A pesar del corazón sollozante y con el llanto anegando la garganta, pudimos cantar. A cada palabra nuestra voz se hacía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: 'Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el Reino de los Cielos'. Así, con el himno del Te Deum, hemos glorificado a Dios, bien visible y reconocible en la persona del Papa".
En cierto sentido, prosigue el sacerdote, "esta es también la experiencia de todos los que se han encontrado con él durante su pontificado. Quien entraba en contacto con Juan Pablo II se encontraba con Jesús, a quien el Papa mostraba con todo su ser: con la palabra, el silencio, los gestos, el modo de rezar, el modo de actuar en la liturgia, el recogimiento en la sacristía: con todo su modo de ser. Se notaba inmediatamente que era una persona colmada de Dios".
Durante los últimos años de su vida, señala Mons. Krajewski, "bastaba con verlo para descubrir la presencia de Dios, y así comenzar a rezar. Era suficiente para ir a confesarse: no solo por los pecados sino por no ser santos como él".
"Cuando ya no podía caminar bien, durante las celebraciones, y se volvió totalmente dependiente de los ceremonieros, comencé a darme cuenta de que estaba tocando a una persona santa. A veces, entonces, irritaba a los penitenciarios vaticanos porque, antes de cada celebración, iba a confesarme, siguiendo un mandato interior y una fuerte necesidad de recibir la absolución para poder estar a su lado".
Ese 2 de abril de 2005, cuando salió del departamento del Papa en el Palacio Apostólico "vi a una multitud de gente que caminaba en silencio recogido. El mundo se había cerrado, se había arrodillado y había llorado".
"Estaba quien lloraba solo por el hecho de haber perdido a una persona amada y que luego volvía a su casa como había llegado. Y estaba también aquellos, que unía a las lágrimas exteriores las lágrimas interiores y se daba cuenta de que no era adecuado ante el Señor. Este llano era bendito: era el inicio del milagro de la conversión".
El sacerdote recuerda además que entre las tareas que le tocaban también estaba "hacerse cargo del cuerpo del Papa difunto. Lo hice por siete largos días hasta el funeral. Poco después de su muerte, vestí a Juan Pablo II ayudado de tres enfermeros que lo cuidado por largo tiempo".
"Ya había pasado como una hora y media del deceso, y seguían hablándole como si estuvieran hablando con su papá. Antes de vestirlo con las vestimentas propias lo tocaban con amor y reverencia, como si se tratara auténticamente alguien de la familia".
Al comentar luego que cada día celebra la Eucaristía en las Grutas Vaticanas, el sacerdote indica que ve "a los dependientes de la Basílica y a todos los que llegan a trabajar a los distintos dicasterios del Vaticano, que comienzan la jornada con un momento de oración ante la tumba de Juan Pablo II: tocan la lápida y le mandan un beso. Y eso pasa toda la mañana".
Finalmente afirma que "si quisiera indicar lo que es lo más importante para la vida sacerdotal y para cada uno de nosotros, mirándolo podría decir: no ofuscar a Dios con uno mismo, sino, al contrario, mostrarlo y hacerse signo visible de su presencia. A Dios nadie lo ha visto, pero Juan Pablo II lo ha hecho visible a través de su vida".