sábado, 26 de junho de 2010

Conclusões e conclusões


Hoje li um
texto de um padre católico dissidente e infiel à Verdade e, portanto, ao Amor que a propósito de uma sondagem conclui que Magistério da Igreja está mal e errado porque não se conforma com a mentalidade deste mundo[1], a que uma grande parte dos católicos já aderiu.[2] Eu, pelo contrário, deduzi que uma parte significativa dos Pastores e Prelados não andam a fazer e a ensinar o que deviam. Logo senti um ímpeto para escrever e contra-argumentar. Porém, de imediato, fui acometido por uma modorra. Outros que o façam, não posso ser sempre eu. Ainda me vão acusar, como de costume, de atacar e agredir a Igreja, de a dividir e a escavacar; de ser mais cruel que Herodes, mais furioso que Átila e mais escarnecedor do que Voltaire.

Não obstante, enquanto percorria a imprensa na linha (on line) permanecia em mim uma inquietação perplexa até que deparei com a resposta ideal que mostrava exemplarmente aquilo que queria dizer. Uma entrevista de um bispo manifestava com toda a clareza como andam a ser pastoreados os fiéis. Este afirma de viva voz aquilo que mais alguns outros pensam e desensinam embora, geralmente, de modo mais discreto[3].


Nuno Serras Pereira

26. 06. 2010


[1] Romanos, 12, 2

[2] In http://dn.sapo.pt/inicio/opiniao/interior.aspx?content_id=1603247&seccao=Anselmo%20Borges&tag=Opini%E3o%20-%20Em%20Foco

quinta-feira, 24 de junho de 2010

La pérdida de la Confesión es la raíz de muchos males en la Iglesia

Por el Cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia

ROMA, sábado, 19 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que pronunció el cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, pronunció con el título "Conversión y misión" durante el encuentro internacional de sacerdotes en la conclusión del Año Sacerdotal.

* * *

¡Queridos hermanos!

Ciertamente no trataré de brindaros una nueva exposición sobre la teología de la penitencia y de la misión. Pero quisiera dejarme guiar por el mismo Evangelio, junto a vosotros, hacia la conversión, para luego ser enviados por el Espíritu Santo a llevar a los hombres la buena noticia de Cristo.

En este camino, quisiera ahora recorrer con vosotros quince puntos de reflexión.

1. Debemos convertirnos nuevamente en una "Iglesia en camino a los hombres" (Geh-hin-Kirche), como le gustaba decir a mi predecesor, el entonces Arzobispo de Colonia, el cardenal Joseph Höffner. Esto, sin embargo, no puede ocurrir por un mandato. A esto nos debe mover el Espíritu Santo.

Una de las pérdidas más trágicas que nuestra Iglesia ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX es la pérdida del Espíritu Santo en el sacramento de la Reconciliación. Para nosotros, los sacerdotes, esto ha causado una tremenda pérdida de perfil interior. Cuando los fieles cristianos me preguntan: "¿Cómo podemos ayudar a nuestros sacerdotes?", entonces siempre respondo: "¡Id a confesaros con ellos!". Allí donde el sacerdote ya no es confesor, se convierte en un trabajador social religioso. Le falta, de hecho, la experiencia del éxito pastoral más grande, es decir, cuando puede colaborar para que un pecador, también gracias a su ayuda, deje el confesionario siendo nuevamente una persona santificada. En el confesionario, el sacerdote puede echar una mirada al corazón de muchas personas y de esto le surgen impulsos, estímulos e inspiraciones para el propio seguimiento de Cristo.

2. A las puertas de Damasco, un pequeño hombre enfermo, san Pablo, es tirado al suelo y queda ciego. En la segunda Carta a los Corintios, él mismo nos habla de la impresión que sus adversarios tenían de su persona: era físicamente insignificante y de retórica débil (cfr. 2 Cor 10,10). A las ciudades del Asia Menor y de Europa, sin embargo, a través de este pequeño hombre enfermo, será anunciado, en los años venideros, el Evangelio. Las maravillas de Dios no ocurren nunca bajo los "reflectores" de la historia mundial. Estas se realizan siempre a un lado; precisamente, a las puertas de la ciudad como también en el secreto del confesionario. Esto debe ser para todos nosotros un gran consuelo, para nosotros que tenemos grandes responsabilidades pero, al mismo tiempo, somos conscientes de nuestras, a menudo limitadas, posibilidades. Forma parte de la estrategia de Dios: obtener, mediante pequeñas causas, efectos de grandes dimensiones. Pablo, derrotado a las puertas de Damasco, se convierte en el conquistador de las ciudades del Asia Menor y de Europa. Su misión es la de reunir a los llamados en la Iglesia, dentro de la "Ecclesia" de Dios. Aún si - vista desde fuera - es sólo una pequeña y oprimida minoría, es impulsada desde dentro, y Pablo la compara al cuerpo de Cristo, más aún, la identifica con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Esta posibilidad de "recibir de las manos del Señor", en nuestra experiencia humana, se llama "conversión". La Iglesia es la "Ecclesia semper reformanda" y, en ella, tanto el sacerdote como el obispo son un "semper reformandus" que, como Pablo en Damasco, deben ser tirados a tierra desde el caballo siempre de nuevo para caer en los brazos de Dios misericordioso, que luego nos envía al mundo.

3. Por eso no es suficiente que en nuestro trabajo pastoral queramos aportar correcciones sólo a las estructuras de nuestra Iglesia para poder mostrarla más atractiva. ¡No basta! Tenemos necesidad de un cambio del corazón, de mi corazón. Sólo un Pablo convertido pudo cambiar el mundo, no un ingeniero de estructuras eclesiásticas. El sacerdote, a través de su ser en el estilo de vida de Jesús, está de tal modo habitado por Él que el mismo Jesús, en el sacerdote, se hace perceptible para los otros. En Juan 14, 23, leemos: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él". ¡Esto no es sólo una bella imagen! Si el corazón del sacerdote ama a Dios y vive en la gracia, Dios uno y trino viene personalmente a habitar en el corazón del sacerdote. Ciertamente, Dios es omnipresente. Dios habita en todos lados. El mundo es como una gran iglesia de Dios, pero el corazón del sacerdote es como un tabernáculo en la iglesia. Allí, Dios habita de un modo misterioso y particular.

4. El mayor obstáculo para permitir que Cristo sea percibido por los otros a través nuestro es el pecado. Este impide la presencia del Señor en nuestra existencia y, por eso, para nosotros no hay nada más necesario que la conversión, también en orden a la misión. Se trata, por decirlo sintéticamente, del sacramento de la Penitencia. Un sacerdote que no se encuentra, con frecuencia, tanto de un lado como del otro de la rejilla del confesionario, sufre daños permanentes en su alma y en su misión. Aquí vemos ciertamente una de las principales causas de la múltiple crisis en la que el sacerdocio ha estado en los últimos cincuenta años. La gracia especialmente particular del sacerdocio es aquella por la que el sacerdote puede sentirse "en su casa" en ambos lados de la rejilla del confesionario: como penitente y como ministro del perdón. Cuando el sacerdote se aleja del confesionario, entra en una grave crisis de identidad. El sacramento de la Penitencia es el lugar privilegiado para la profundización de la identidad del sacerdote, el cual está llamado a hacer que él mismo y los creyentes se acerquen a la plenitud de Cristo.

En la oración sacerdotal, Jesús habla a los suyos y a nuestro Padre celestial de esta identidad: "No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad" (Jn. 17,15-17). En el sacramento de la Penitencia, se trata de la verdad en nosotros. ¿Cómo es posible que no nos guste enfrentar la verdad?

5. Ahora debemos preguntarnos: ¿no hemos experimentado todavía la alegría de reconocer un error, admitirlo y pedir perdón a quien hemos ofendido? "Me levantaré e iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti" (Lc 15,18). ¿No conocemos la alegría de ver, entonces, cómo el Otro abre los brazos como el padre del hijo pródigo: "su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó" (Lc 15,20)? ¿No podemos imaginar, entonces, la alegría del padre, que nos ha vuelto a encontrar: "Y comenzó la fiesta" (Lc 15,24)? Si sabemos que esta fiesta es celebrada en el Cielo cada vez que nos convertimos, ¿por qué, entonces, no nos convertimos más frecuentemente? ¿Por qué - y aquí hablo de un modo muy humano - somos tan mezquinos con Dios y con los santos del Cielo al punto de dejarlos tan raramente celebrar una fiesta por el hecho de que nos hemos dejado abrazar por el corazón del Señor, del Padre?

6. A menudo no amamos este perdón explícito. Y, sin embargo, Dios nunca se muestra tanto como Dios como cuando perdona. ¡Dios es amor! ¡Él es el donarse en persona! Él da la gracia del perdón. Pero el amor más fuerte es aquel amor que supera el obstáculo principal al amor, es decir, el pecado. La gracia más grande es el ser perdonados (die Begnadigung), y el don más precioso es el darse (die Vergabung), es el perdón. Si no hubiese pecadores, que tuvieran más necesidad del perdón que del pan cotidiano, no podríamos conocer la profundidad del Corazón divino. El Señor lo subraya de modo explícito: "Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Lc. 15,7). ¿Cómo es posible - preguntémonos una vez más - que un sacramento, que evoca tan gran alegría en el Cielo, suscita tanta antipatía sobre la tierra? Esto se debe a nuestra soberbia, a la constante tendencia de nuestro corazón a atrincherarse, a satisfacerse a sí mismo, a aislarse, a cerrarse sobre sí. En realidad, ¿qué preferimos?: ¿ser pecadores, a los que Dios perdona, o aparentar estar sin pecado, viviendo en la ilusión de presumirnos justos, dejando de lado la manifestación del amor de Dios? ¿Basta realmente con estar satisfechos de nosotros mismos? ¿Pero qué somos sin Dios? Sólo la humildad de un niño, como la han vivido los santos, nos deja soportar con alegría la diferencia entre nuestra indignidad y la magnificencia de Dios.

7. El fin de la confesión no es que nosotros, olvidando los pecados, no pensemos más en Dios. La confesión nos permite el acceso a una vida donde no se puede pensar en nada más que en Dios. Dios nos dice en el interior: "La única razón por la que has pecado es porque no puedes creer que yo te amo lo suficiente, que estás realmente en mi corazón, que encuentras en mí la ternura de la que tienes necesidad, que me alegro por el mínimo gesto que me ofreces, como testimonio de tu consentimiento, para perdonarte todo aquello que me traes en la confesión". Sabiendo de tal perdón, de tal amor, entonces seremos inundados de alegría y de gratitud. De este modo, perderemos progresivamente el deseo del pecado, y el sacramento de la Reconciliación se convertirá en una cita fija de la alegría en nuestra vida. Ir a confesarse significa hacer un poco más cordial el amor a Dios, sentir, decir y experimentar eficazmente, una vez más - porque la confesión no es estímulo sólo desde el exterior -, que Dios nos ama; confesarse significa recomenzar a creer - y, al mismo tiempo, a descubrir - que hasta ahora nunca hemos confiado de modo suficientemente profundo y que, por eso, debemos pedir perdón. Frente a Jesús, nos sentimos pecadores, nos descubrimos pecadores, que hemos dejado de lado las expectativas del Señor. Confesarse significa dejarse elevar por el Señor a su nivel divino.

8. El hijo pródigo abandona la casa paterna porque se ha vuelto incrédulo. Ya no tiene confianza en el amor del Padre, que lo satisface, y exige su parte de herencia para resolver por sí sólo todo lo que a él concierne. Cuando se decide a volver y pedir perdón, su corazón está aún muerto. Cree que ya no será amado, que ya no será considerado hijo. Vuelve sólo para no morir de hambre. ¡Esto es lo que llamamos contrición imperfecta! Pero hacía tiempo que el padre lo esperaba. Hacía tiempo que no tenía pensamiento que le diera más alegría que el de creer que el hijo podría volver un día a casa. Tan pronto lo ve, corre al encuentro, lo abraza, no le da tiempo ni siquiera para terminar su confesión, y llama a los sirvientes para hacerlo vestir, alimentar y curar. Dado que se le muestra un amor tan grande, el hijo, en ese momento, comienza también a sentirlo nuevamente, dejándose colmar. Un arrepentimiento inesperado le sobreviene. Esta es la contrición perfecta. Sólo cuando el padre lo abraza, él mide toda su ingratitud, su insolencia y su injusticia. Sólo entonces retorna verdaderamente, se vuelve a convertir en hijo, abierto y confidente con el padre, reencuentra la vida: "Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc. 15,32), dice el padre, al respecto, al hijo que había permanecido en la casa.

9. El hijo mayor, "el justo", ha vivido un cambio similar - así, al menos, quisiéramos esperar que continúe la parábola. El caso de este hijo es, sin embargo, mucho más difícil. ¡No se puede decir que Dios ama a los pecadores más que a los justos! Una madre ama a su niño enfermo, al que dirige sus cuidados particulares, no más que a los niños sanos, a los que deja jugar solos, a los que expresa su amor - no ciertamente menor - pero de modo diverso. Mientras las personas rechazan reconocer y confesar los propios pecados, mientras siguen siendo pecadores orgullosos, Dios prefiere a los humildes pecadores.

Tiene paciencia con todos. El Padre tiene paciencia también con el hijo que se ha quedado en la casa. Le ruega y le habla con bondad: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo" (Lc. 15,31). El perdón de la insensibilidad del hijo mayor no es expresado aquí pero está implícito. ¡Qué grande debe ser la vergüenza del hijo mayor frente a tal clemencia! Había previsto todo pero no ciertamente esta humilde ternura del padre. De repente, se encuentra desarmado, confundido, copartícipe de la alegría común. Y se pregunta cómo pudo pensar en quedarse a un lado, cómo pudo, aunque por un solo instante, preferir ser infeliz solo mientras todos los otros se amaban y se perdonaban mutuamente. Afortunadamente, el padre está allí y lo trata a tiempo. Afortunadamente, ¡el padre no es como él! Afortunadamente, el padre es mucho mejor que todos los otros juntos. Sólo Dios puede perdonar los pecados. Sólo Él puede realizar este gesto de gracia, de alegría y de abundancia de amor. Por eso, el sacramento de la Penitencia es la fuente de permanente renovación y de revitalización de nuestra existencia sacerdotal.

10. Por eso, para mí, la madurez espiritual de un candidato al sacerdocio, para recibir la ordenación sacerdotal, se hace evidente en el hecho de que reciba regularmente - al menos, en la frecuencia de una vez al mes - el sacramento de la Reconciliación. De hecho, es en el sacramento de la Penitencia donde encuentro al Padre misericordioso con los dones más preciosos que ha de dar, y esto es el donarse (Vergabung), el perdón y la gracia. Pero cuando alguno, a causa de su falta de frecuencia de confesión, dice al Padre: "¡Ten para ti tus preciosos dones! Yo no tengo necesidad de ti y de tus dones", entonces deja de ser hijo porque se excluye de la paternidad de Dios, porque ya no quiere recibir sus preciosos dones. Y si ya no es más hijo del Padre celestial, entonces no puede convertirse en sacerdote, porque el sacerdote, a través del bautismo, es antes que nada hijo del Padre y, luego mediante la ordenación sacerdotal, es con Cristo, hijo con el Hijo. Sólo entonces podrá ser realmente hermano de los hombres.

11. El paso de la conversión a la misión puede mostrarse, en primer lugar, en el hecho de que yo paso de un lado al otro de la rejilla del confesionario, de la parte del penitente a la parte del confesor. La pérdida del sacramento de la Reconciliación es la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida del sacerdote. Y la así llamada crisis del sacramento de la Penitencia no se debe sólo a que la gente no vaya más a confesarse sino a que nosotros, sacerdotes, ya no estamos presentes en el confesionario. Un confesionario en que el está presente un sacerdote, en una iglesia vacía, es el símbolo más conmovedor de la paciencia de Dios que espera. Así es Dios. Él nos espera toda la vida. En mis treinta y cinco años de ministerio episcopal conozco ejemplos conmovedores de sacerdotes presentes cotidianamente en el confesionario, sin que viniera un penitente; hasta que, un día, el primer o la primera penitente, después de meses o años de espera, se hizo finalmente presente. De este modo, por así decir, se ha desbloqueado la situación. Desde ese momento, el confesionario empezó a ser muy frecuentado. Aquí el sacerdote está llamado a poner de su parte todos los trabajos exteriores de planificación de la pastoral de grupo para sumergirse en las necesidades personales de cada uno. Y aquí debe, sobre todo, escuchar más que hablar. Una herida purulenta en el cuerpo sólo puede sanar si puede sangrar hasta el final. El corazón herido del hombre puede sanar sólo si puede sangrar hasta el final, si puede desahogar todo. Y se puede desahogar sólo si hay alguien que escucha, en la absoluta discreción del sacramento de la Reconciliación. Para el confesor es importante, primero que nada, no hablar sino escuchar. ¡Cuántos impulsos interiores experimenta y recibe el sacerdote, precisamente en la administración del sacramento de la confesión, que le sirven para su seguimiento de Cristo! Aquí puede sentir y constatar cuánto más avanzados que él, en el seguimiento de Cristo, están los simples fieles católicos, hombres, mujeres y niños.

12. Si nos falta en gran parte este ámbito esencial del servicio sacerdotal, entonces caemos fácilmente en una mentalidad funcionalista o en el nivel de una mera técnica pastoral. Nuestro estar a ambos lados de la rejilla del confesionario nos lleva, a través de nuestro testimonio, a permitir que Cristo se haga perceptible para el pueblo. Para decirlo claramente, con un ejemplo negativo: quien entra en contacto con el material radioactivo, también él se vuelve radioactivo. Si luego se pone en contacto con otro, entonces también -éste quedará igualmente infectado por la radioactividad. Pero ahora volvamos al ejemplo positivo: aquellos que entran en contacto con Cristo, se vuelven "Cristo-activos". Y si, entonces, el sacerdote, siendo "Cristo-activo", se pone en contacto con otras personas, éstas ciertamente serán "infectadas" por su "Cristo-actividad". Ésta es la misión, así como fue concebida y estuvo presente desde el comienzo del cristianismo. La gente se reunía en torno a la persona de Jesús para tocarlo, aunque sólo fuera el borde de su manto. Y quedaban sanados incluso cuando esto ocurría mientras Él estaba de espaldas: "porque salía de él una fuerza que sanaba a todos" (Lc. 6,19).

13. Con nosotros, en cambio, con frecuencia las personas huyen, ya no buscan nuestra cercanía para entrar en contacto con nosotros. Por el contrario, como dije, se nos escapan. Para evitar que esto suceda, debemos plantearnos la pregunta: ¿con quién entran en contacto cuando se ponen en contacto conmigo? ¿Con Jesucristo, en su infinito amor por la humanidad, o bien con alguna privada opinión teológica o alguna queja sobre la situación de la Iglesia y del mundo? A través de nosotros, ¿entran en contacto con Jesucristo? Si este es el caso, entonces las personas tendrán vida. Hablarán entre ellas de tal sacerdote. Se expresarán sobre él con términos similares: "Con él sí se puede hablar. Me entiende. Realmente puede ayudar". Estoy profundamente convencido de que la gente tiene una profunda nostalgia de tales sacerdotes, en los cuales pueden encontrar auténticamente a Cristo, que los hace libres de todos los lazos y los vincula a su Persona.

14. Para poder perdonar realmente, tenemos necesidad de mucho amor. El único perdón que podemos conceder realmente es el que hemos recibido de Dios. Sólo si experimentamos al Padre misericordioso, podemos hacernos hermanos misericordiosos para los otros. Aquel que no perdona, no ama. Aquel que perdona poco, ama poco. Quien perdona mucho, ama mucho. Cuando dejamos el confesionario, que es el punto de partida de nuestra misión, tanto de un lado como del otro de la rejilla, entonces se quisiera abrazar a todos, para pedirles perdón y esto ocurre especialmente después de habernos confesado. Yo mismo he experimentado de forma tan gratificante el amor de Dios que perdona, como para poder solamente pedir con urgencia: "¡Acoge también tú su perdón! Toma una parte del mío, que ahora he recibido en sobreabundancia. ¡Y perdóname que te lo ofrezca tan mal!". Con la confesión se vuelve dentro del mismo movimiento del amor de Dios y del amor fraterno, en la unión con Dios y con la Iglesia, del cual nos había excluido el pecado. Si Dios nos ha enseñado a amar de un modo nuevo, podemos y debemos amar a todos los hombres. Si no fuese así, sería un signo de que no nos hemos confesado bien y que, por lo tanto, deberíamos confesarnos de nuevo.

Probablemente, el más grande sacerdote confesor de nuestra Iglesia es el Santo Cura de Ars. Gracias a él tenemos el Año Sacerdotal y, por lo tanto, nuestro actual encuentro como sacerdotes y obispos con el Santo Padre aquí en Roma. Con este santo párroco he reflexionado sobre el misterio de la santa confesión ya que su ministerio cotidiano de la reconciliación, en el confesionario de Ars, ha hecho que se convirtiera en un gran misionero para el mundo. Se ha dicho que, como sacerdote confesor, ha vencido espiritualmente a la Revolución francesa. Lo que me ha inspirado este diálogo espiritual con Juan María Vianney, lo he dicho aquí. Sin embargo, me ha recordado también algo muy importante.

15. ¡Amamos a todos, perdonamos a todos! ¡Hay que prestar atención, sin embargo, a no olvidar a una persona! Existe un ser, de hecho, que nos desilusiona y nos pesa, un ser con el que estamos constantemente insatisfechos. Y somos nosotros mismos. Con frecuencia tenemos bastante de nosotros. Estamos hartos de nuestra mediocridad y cansados de nuestra misma monotonía. Vivimos en un estado de ánimo frío e incluso con una increíble indiferencia hacia este prójimo más próximo que Dios nos ha confiado para que le hagamos tocar el perdón divino. Y este prójimo más próximo somos nosotros mismos. Está dicho, de hecho, que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cfr. Lv. 19,18). Por lo tanto, debemos amarnos también a nosotros mismos así como tratamos de amar a nuestro prójimo. Entonces debemos pedir a Dios que nos enseñe que debemos perdonarnos: la rabia de nuestro orgullo, las desilusiones de nuestra ambición. Pidamos que la bondad, la ternura, la paciencia y la confianza indecible con la que Él nos perdona, nos conquiste hasta el punto de que nos liberemos del cansancio de nosotros mismos, que nos acompaña por todas partes, y con frecuencia incluso nos causa vergüenza. No somos capaces de reconocer el amor de Dios por nosotros sin modificar también la opinión que tenemos de nosotros mismos, sin reconocer a Dios mismo el derecho de amarnos. El perdón de Dios nos reconcilia con Él, con nosotros, con nuestros hermanos y hermanas, y con todo el mundo. Nos hace auténticos misioneros.

¿Lo creéis, queridos hermanos? ¡Probadlo, hoy mismo!

[Traducción por La Buhardilla de Jerónimo]

terça-feira, 22 de junho de 2010

Igreja expressa pesar pela morte de Adolfo Hitler


O Secretariado Nacional da Pastoral Militar expressa o seu pesar na morte de Adolfo Hitler, grande criador da estratégia alemã, estratega genial de valor reconhecidamente universal, e expoente do nosso desenvolvimento. Adolfo Hitler ampliou o inestimável património que a arte da guerra representa. Levou a riqueza da língua alemã a muitas nações e suscitou uma unidade sem precedentes entre povos tão distantes e idiossincráticos como os latinos, os asiáticos e os germânicos, tendo contribuído, desse modo, para uma nova cultura, gerada pela intercomunicação das diversidades, capaz de espelhar profundamente a condição humana nas suas buscas, intuições, incertezas, determinações, vislumbres e inquietações. Acresce que o grande progresso científico, técnico e médico que alcançou para a Alemanha enriquecerão definitivamente a comunidade internacional.


Como é público, o cristianismo e o texto bíblico interessaram muito ao autor como objecto para a sua livre recriação dos sacrifícios, em particular do holocausto. Há uma exigência e beleza nessa aproximação que gostaríamos de sublinhar. O único lamento é que ela nem sempre fosse levada mais longe, e de forma mais desprendida de balizamentos ideológicos. Mas a vivacidade do debate que a sua importante obra instaura, em nada diminui o dever da cordialidade de um encontro cultural que, acreditamos, só pode ser gerado na abertura e na diferença.


(NOTA BENE: Este texto é uma tradução fiel de um documento anteontem descoberto nas caves da Arquidiocese de Munique. É datado de 1 de Maio de 1945. Por qualquer razão misteriosa foi-me enviado o original com ameaças de morte caso o mostrasse a alguém.)



Nuno Serras Pereira

22. 06. 2010


He was despised - (Messias) Handel

segunda-feira, 21 de junho de 2010

No que dão exemplos

Durante 24 anos morei ao lado, a uns 15 metros, da Igreja Paroquial de S. João de Brito, no bairro de Alvalade. Por dentro a Igreja estava pejada de imagens de Anjos da autoria da Carvalheira. Um enorme Sagrado Coração de Jesus, bem como uma não menos grande imagem do Coração Imaculado de Maria, Senhora Nossa de Fátima, da mesma escultora, comunicavam uma bondade imensa e uma extraordinária sensação de amor e protecção.

A fachada do Templo, que no dizer do Conde Canto e Castro parecia um ferro de engomar levantado, tinha umas grandes escadarias que serviam de acesso ao mesmo. Segundo os sacristães, elas eram umas das razões porque havia ali tantos casamentos, cabiam todos na fotografia sem taparem os rostos alheios. Diante e ao redor delas um largo passeio onde jogávamos futebol, ao “matas”, ao lenço, etc. Nas noites de Verão ali se chegavam a reunir 120 jovens. Sentados nas escadarias cantava-se. Uns tocavam violino outros violoncelo, estes flauta, aqueles viola. Chamávamos a este grupo família porque a amizade, a união e a alegria eram muitas.

Mas enfim, como não há bela sem senão, naquelas escadarias também se fizeram algumas asneiras. Infelizmente, como seria de esperar, creio que fui o primeiro a subi-las e a descê-las com uma mota - Honda 90 -, estando a Igreja fechada.

Algum tempo depois um amigo de um dos meus irmãos mais novos, um não crente, que não tinha tido educação religiosa, adquiriu uma Gilera. Ele era um excelente condutor, dado a tropelias velozes e acrobáticas, de modo que resolveu “imitar-me”. Era bem mais novo do que eu e não possuía sequer aquele resto de consciência do Sagrado que mesmo um apóstata, como eu era, ainda conserva. Por isso, fê-lo à hora da Missa; e não se limitou a trepar mas, entrando pelo largo portão aberto, prorrompeu pela porta esquerda do guarda-vento, acelerou, ao fundo, paralelo ao altar, e saiu pela porta oposta, provocando grande escândalo e indignação nos fiéis presentes à celebração, e enorme gáudio nos seus admiradores. Hoje é um administrador de muito sucesso e grandemente invejado.

A memória deste evento tem-me servido de advertência para as consequências possíveis e inesperadas, mesmo que improváveis, dos nossos actos públicos, quer para o bem quer para o mal.

Todas estas recordações afloraram ao ler a notícia de que mais de oitocentos Rabis, nos EUA, pediram perdão ao povo norte-americano porque dois senadores judeus, Liberman e Levin estão envolvidos na legislação, que classificam de abominável, que pretende possibilitar a homossexualidade assumida publicamente no serviço militar.

Ora aqui temos uma consequência positiva do exemplo que a Igreja Católica tem dado com os seus pedidos de perdão. Aqui, como no relato anterior, os nossos irmãos mais velhos, os judeus, vão mais longe, mas desta vez no sentido positivo, do que uma grande parte dos membros da hierarquia da Igreja. Afinal, ainda não ouvimos os senhores Bispos pedindo perdão ao povo português pelos políticos católicos que se cumpliciaram com as “leis” iníquas, injustas e detestáveis do aborto, do pseudo-casamento de sodomitas, do divórcio sem culpa, da procriação artificial, da experimentação assassina em pessoas humanas no seu estado embrionário, etc.


Nuno Serras Pereira

21. 06. 2010

O Secretariado Nacional da Pastoral da Cultura

Coitado!, do secretariado nacional da pastoral da cultura! Coitado!!, do secretariado nacional da pastoral da cultura! Coitado!!!, do secretariado nacional da pastoral da cultura!

Rezemos por sua alma.

Nuno Serras Pereira

21. 06. 2010

domingo, 20 de junho de 2010

Social Reform versus Birth Control - G. K. Chesterton

1927

In G. K. Chesterton's Works on the Web

The real history of the world is full of the queerest cases of notions that have turned clean head-over-heels and completely contradicted themselves. The last example is an extraordinary notion that what is called Birth Control is a social reform that goes along with other social reforms favoured by progressive people.

It is rather like saying that cutting off King Charles' head was one of the most elegant of the Cavalier fashions in hair-dressing. It is like saying that decapitation is an advance on dentistry. It may or may not be right to cut off the King's head; it may or may not be right to cut off your own head when you have the toothache. But anybody ought to be able to see that if we once simplify things by head cutting we can do without hair-cutting; that it will be needless to practise dentistry on the dead or philanthropy on the unborn--or the unbegotten. So it is not a provision for our descendants to say that the destruction of our descendants will render it unnecessary to provide them with anything. It may be that it is only destruction in the sense of negation; and it may be that few of our descendants may be allowed to survive. But it is obvious that the negation is a piece of mere pessimism, opposing itself to the more optimistic notion that something can be done for the whole family of man. Nor is it surprising to anybody who can think, to discover that this is exactly what really happened.

The story began with Godwin, the friend of Shelley, and the founder of so many of the social hopes that are called revolutionary. Whatever we think of his theory in detail, he certainly filled the more generous youth of his time with that thirst for social justice and equality which is the inspiration of Socialism and other ideals. What is even more gratifying, he filled the wealthy old men of his time with pressing and enduring terror, and about three-quarters of the talk of Tories and Whigs of that time consists of sophistries and excuses invented to patch up a corrupt compromise of oligarchy against the appeal to fraternity and fundamental humanity made by men like Godwin and Shelley.

Malthus: An answer to Godwin

The old oligarchs would use any tool against the new democrats; and one day it was their dismal good luck to get hold of a tool called Malthus. Malthus wrote avowedly and admittedly an answer to Godwin. His whole dreary book was only intended to be an answer to Godwin. Whereas Godwin was trying to show that humanity might be made happier and more humane, Malthus was trying to show that humanity could never by any possibility be made happier or more humane. The argument he used was this: that if the starving man were made tolerably free or fairly prosperous, he would marry and have a number of children, and there would not be food for all. The inference was, evidently, that he must be left to starve. The point about the increase of children he fortified by a fantastically mathematical formula about geometrical progression, which any living human being can dearly see is inapplicable to any living thing. Nothing depending on the human will can proceed by geometrical progression, and population certainly does not proceed by anything of the sort.

But the point is here, that Malthus meant his argument as an argument against all social reform. He never thought of using it as anything else, except an argument against all social reform. Nobody else ever thought in those more logical days of using it as anything but an argument against social reform. Malthus even used it as an argument against the ancient habit of human charity. He warned people against any generosity in the giving of alms. His theory was always thrown as cold water on any proposal to give the poor man property or a better status. Such is the noble story of the birth of Birth Control.

The only difference is this: that the old capitalists were more sincere and more scientific, while the modem capitalists are more hypocritical and more hazy. The rich man of l850 used it in theory for the oppression of the poor. The rich man of 1927 will only use it in practice for the oppression of the poor. Being incapable of theory, being indeed incapable of thought, he can only deal in two things: what he calls practicality and what I call sentimentality. Not being so much of a man as Malthus, he cannot bear to be a pessimist, so he becomes a sentimentalist. He mixes up this old plain brutal idea (that the poor must be forbidden to breed) with a lot of slipshod and sickly social ideals and promises which are flatly incompatible with it. But he is after all a practical man, and he will be quite as brutal as his forbears when it comes to practice. And the practical upshot of the whole thing is plain enough. If he can prevent his servants from having families, he need not support those families Why the devil should he?

A Simple Test

If anybody doubts that this is the very simple motive, let him test it by the very simple statements made by the various Birth-Controllers like the Dean of St. Paul's. They never do say that we suffer from a too bountiful supply of bankers or that cosmopolitan financiers must not have such large families. They do not say that the fashionable throng at Ascot wants thinning, or that it is desirable to decimate the people dining at the Ritz or the Savoy. Though, Lord knows, if ever a thing human could look like a sub-human jungle, with tropical flowers and very poisonous weeds, it is the rich crowd that assembles in a modern Americanized hotel.

But the Birth-Controllers have not the smallest desire to control that jungle. It is much too dangerous a jungle to touch. It contains tigers. They never do talk about a danger from the comfortable classes, even from a more respectable section of the comfortable classes. The Gloomy Dean is not gloomy about there being too many Dukes; and naturally not about there being too many Deans. He is not primarily annoyed with a politician for having a whole population of poor relations, though places and public salaries have to be found for all the relations. Political Economy means that everybody except politicians must be economical.

The Birth-Controller does not bother about all these things, for the perfectly simple reason that it is not such people that he wants to control. What he wants to control is the populace, and he practically says so. He always insists that a workman has no right to have so many children, or that a slum is perilous because it is producing so many children. The question he dreads is "Why has not the workman a better wage? Why has not the slum family a better house?" His way of escaping from it is to suggest, not a larger house but a smaller family. The landlord or the employer says in his hearty and handsome fashion: "You really cannot expect me to deprive myself of my money. But I will make a sacrifice, I will deprive myself of your children."

One of a Class

Meanwhile, as the Malthusian attack on democratic hopes slowly stiffened and strengthened all the reactionary resistance to reform in this country, other forces were already in the field. I may remark in passing that Malthus, and his sophistry against all social reform, did not stand alone. It was one of a whole class of scientific excuses invented by the rich as reasons for denying justice to the poor, especially when the old superstitious glamour about kings and nobles had faded in the nineteenth century. One was talking about the Iron Laws of Political Economy, and pretending that somebody had proved somewhere, with figures on a slate, that injustice is incurable. Another was a mass of brutal nonsense about Darwinism and a struggle for life, in which the devil must catch the hindmost. As a fact it was struggle for wealth, in which the devil generally catches the foremost. They all had the character of an attempt to twist the new tool of science to make it a weapon for the old tyranny of money.

But these forces, though powerful in a diseased industrial plutocracy. were not the only forces even in the nineteenth century. Towards the end of that century, especially on the Continent, there was another movement going on, notably among Christian Socialists and those called Catholic Democrats and others. There is no space to describe it here; its interest lies in being the exact reversal of the order of argument used by the Malthusian and the Birth-Controller. This movement was not content with the test of what is called a Living Wage. It insisted specially on what it preferred to call a Family Wage. In other words, it maintained that no wage is just or adequate unless it does envisage and cover the man, not only considered as an individual, but as the father of a normal and reasonably numerous family. This sort of movement is the true contrary of Birth Control and both will probably grow until they come into some tremendous controversial collision. It amuses me to reflect on that big coming battle, and to remember that the more my opponents practise Birth Control, the fewer there will be of them to fight us on that day.

The Conflict

What I cannot get my opponents in this matter to see, in the strange mental confusion that covers the question, is the perfectly simple fact that these two claims, whatever else they are, are contrary claims. At the very beginning of the whole discussion stands the elementary fact that limiting families is a reason for lowering wages and not a reason for raising them. You may like the limitation for other reasons, as you may dislike it for other reasons. You may drag the discussion off to entirely different questions, such as, whether wives in normal homes are slaves. You may compromise out of consideration for the employer or for some other reason, and meet him half-way by taking half a loaf or having half a family. But the claims are in principle opposite. It is the whole truth in that theory of the class war about which the newspapers talk such nonsense. The full claim of the poor would be to have what they considered a full-sized family. If you cut this down to suit wages you make a concession to fit the capitalist conditions. The practical application I shall mention in a moment; I am talking now about the primary logical contradiction. If the two methods can be carried out, they can be carried out so as to contradict and exclude each other. One has no need of the other; one can dispense with or destroy the other. If you can make the wage larger, there is no need to make the family smaller. If you can make the family small, there is no need to make the wage larger. Anyone may judge which the ruling capitalist will probably prefer to do. But if he does one, he need not do the other.

There is of course a great deal more to be said. I have dealt with only one feature of Birth Control--its exceedingly unpleasant origin. I said it was purely capitalist and reactionary; I venture to say I have proved it was entirely capitalist and reactionary. But there are many other aspects of this evil thing. It is unclean in the light of the instincts; it is unnatural in relation to the affections; it is part of a general attempt to run the populace on a routine of quack medicine and smelly science; it is mixed up with a muddled idea that women are free when they serve their employers but slaves when they help their husbands; it is ignorant of the very existence of real households where prudence comes by free-will and agreement. It has all those aspects, and many of them would be extraordinarily interesting to discuss. But in order not to occupy too much space, I will take as a text nothing more than the title.

A Piece of Humbug

The very name of "Birth Control" is a piece of pure humbug. It is one of those blatant euphemisms used in the headlines of the Trust Press. It is like "Tariff Reform." It is like "Free Labour." It is meant to mean nothing, that it may mean anything, and especially some thing totally different from what it says. Everybody believes in birth control, and nearly everybody has exercised some control over the conditions of birth. People do not get married as somnambulists or have children in their sleep. But throughout numberless ages and nations, the normal and real birth control is called self control. If anybody says it cannot is possibly work, I say it does. In many classes, in many countries where these quack nostrums are unknown, populations of free men have remained within reasonable limits by sound traditions of thrift and responsibility. In so far as there is a local evil of excess, it comes with all other evils from the squalor and despair of our decaying industrialism. But the thing the capitalist newspapers call birth control is not control at all. It is the idea that people should be, in one respect, completely and utterly uncontrolled, so long as they can evade everything in the function that is positive and creative, and intelligent and worthy of a free man. It is a name given to a succession of different expedients, (the one that was used last is always described as having been dreadfully dangerous) by which it is possible to filch the pleasure belonging to a natural process while violently and unnaturally thwarting the process itself.

The nearest and most respectable parallel would be that of the Roman epicure, who took emetics at intervals all day so that he might eat five or six luxurious dinners daily. Now any man's common sense, unclouded by newspaper science and long words, will tell him at once that an operation like that of the epicures is likely in the long run even to be bad for his digestion and pretty certain to be bad for his character. Men left to themselves gave sense enough to know when a habit obviously savours of perversion and peril. And if it were the fashion in fashionable circles to call the Roman expedient by the name of "Diet Control," and to talk about it in a lofty fashion as merely "the improvement of life and the service of life" (as if it meant no more than the mastery of man over his meals), we should take the liberty of calling it cant and saying that it had no relation to the reality in debate.

The Mistake

The fact is, I think, that I am in revolt against the conditions of industrial capitalism and the advocates of Birth Control are in revolt against the conditions of human life. What their spokesmen can possibly mean by saying that I wage a "class war against mothers" must remain a matter of speculation. If they mean that I do the unpardonable wrong to mothers of thinking they will wish to continue to be mothers, even in a society of greater economic justice and civic equality, then I think they are perfectly right. I doubt whether mothers could escape from motherhood into Socialism. But the advocates of Birth Control seem to want some of them to escape from it into capitalism. They seem to express a sympathy with those who prefer "the right to earn outside the home" or (in other words) the right to be a wage-slave and work under the orders of a total stranger because he happens to be a richer man. By what conceivable contortions of twisted thought this ever came to be considered a freer condition than that of companionship with the man she has herself freely accepted, I never could for the life of me make out. The only sense I can make of it is that the proletarian work, though obviously more senile and subordinate than the parental, is so far safer and more irresponsible because it is not parental. I can easily believe that there are some people who do prefer working in a factory to working in a family; for there are always some people who prefer slavery to freedom, and who especially prefer being governed to governing someone else. But I think their quarrel with motherhood is not like mine, a quarrel with inhuman conditions, but simply a quarrel with life. Given an attempt to escape from the nature of things, and I can well believe that it might lead at last to something like "the nursery school for our children staffed by other mothers and single women of expert training."

I will add nothing to that ghastly picture, beyond speculating pleasantly about the world in which women cannot manage their own children but can manage each other's. But I think it indicates an abyss between natural and unnatural arrangements which would have to be bridged before we approached what is supposed to be the subject of discussion.

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Publica un duro obituario titulado «La omnipotencia (presunta) del narrador» en el que le atribuye una «desestabilizadora intención de hacer banal lo sagrado». Ler más