domingo, 3 de fevereiro de 2013
Apostei tudo no estandarte do Crucificado - por Nuno Serras Pereira
quinta-feira, 18 de agosto de 2011
La fragancia del nardo - por Juan Manuel de Prada
In ABC
Nada más nos dice Marcos; pero en lo poco que nos dice se desprende una enseñanza jugosísima. Pocos fueron los que en vida reconocieron a Jesús: «Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron». La incredulidad o desconcierto de los discípulos de Jesús contrasta, sin embargo, con la lucidez de este endemoniado de Carfarnaún, que afirma sin dubitación: «Sé quién eres: el Santo de Dios». Pocas afirmaciones tan contundentes hallaremos en el Evangelio sobre la identidad de Jesús; mientras la mayoría de sus seguidores se hace la picha un lío —que si Juan el Bautista, que si Elías, que si Jeremías, que si alguno de los profetas—, el endemoniado de Cafarnaún revela un conocimiento sobre su naturaleza digno de un doctor en teología. Y esta misma certeza teológica es la que demuestran, ante la visita de Benedicto XVI a Madrid, los sedicentes «ateos». Es probable que muchos escépticos (y aun muchos católicos) confundan la naturaleza de esta visita; pero quienes desde luego la conocen sin dubitación son quienes se llaman a sí mismos «ateos», pero que en realidad son católicos vueltos del revés: saben que Benedicto XVI es el signo vivo del «Santo de Dios», y reaccionan en consecuencia, como aquel pobre hombre de la sinagoga de Cafarnaún, retorciéndose violentamente y dando gritos muy fuertes. Ciertamente, desde el Cafarnaún que visitó Jesús al Madrid que visita Benedicto XVI muchas cosas han cambiado: ahora ciertos numeritos se ofrecen con aprobación gubernativa, en lo que se demuestra que la filantropía ha avanzado una barbaridad; y también que la teología es una ciencia muy apreciada por nuestros gobernantes, de lo cual debemos congratularnos.
Los «ateos» e «indignados» —en realidad, católicos vueltos del revés— que quieren jorobar a Benedicto XVI pasearán pancartas con el lema: «De mis impuestos, al Papa cero»; que viene a ser una adaptación chunga de aquellas palabras de Judas, en la unción de Betania, cuando contempla con fingido escándalo cómo María, la hermana de Lázaro, derrama una libra de perfume sobre los pies de Jesús, mientras la casa se llena con LA FRAGANCIA DEL NARDO: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Judas, al menos, utilizaba como coartada a los pobres; estos católicos vueltos del revés quieren los impuestos para ellos, reclamación que, si bien se nos antoja poco filantrópica, resulta coherente con la cultura vigente de la subvención y el pilla-pilla. Sólo que estos «ateos» e «indignados» se equivocan de ventanilla en la reclamación; pues la visita de Benedicto XVI les va a costar, en efecto, cero, como sus organizadores se han encargado de explicar con rigor hasta la saciedad, y hasta es posible que de rebote les procure algunas monedillas. Pero la reclamación de estos católicos vueltos del revés, como la queja de Judas en Betania, es hipócrita; pues lo que a los «ateos» e «indignados» subleva de la visita de Benedicto XVI es que los deja en evidencia: al «ateo», porque la fe de la que reniega se manifiesta en su verdadera naturaleza, que no es —como a él, ¡ay!, le gustaría— «ideológica», sino magisterio vivo; al «indignado», porque le muestra el camino verdadero para regenerar el mundo.
Al «ateo» le gustaría que el cristianismo fuese un puro «espiritualismo», una ideología compendiada en un corpus doctrinal, sin cuerpo palpable alguno, que pudiese ser refutada o combatida mediante otra ideología o corpus doctrinal adverso. Pero resulta que es exactamente lo contrario: la predicación de Jesús se llevó a cabo mediante la presencia de un Cuerpo tangible; la presencia de Jesús entre sus seguidores se realiza a través de los sacramentos, que exigen la proximidad corporal y aun el contacto físico; los dones supremos de la fe reclaman el encuentro con el prójimo, la mediación de esta pobre carne perecedera nuestra, magra o rolliza, lozana o arañada por las varices y el cólico de riñón. Y esta carnalidad insultante de la fe halla su expresión más subversiva y escandalosa en la institución del papado, que es la consecuencia más extrema del misterio de la Encarnación y la refutación más apabullante del «espiritualismo», tan querido por quienes «CREEN Y TIEMBLAN». ¡Eso de que un anciano octogenario, un vejestorio que apenas se tiene en pie sea el epicentro de la presencia divina, el tabernáculo de la fe, es en verdad exasperante para el ateo! ¡Y qué decir de esos católicos repelentes, que no se congregan en torno a unas ideas, sino en torno a ese vejestorio de carnes decrépitas y huesos endebles, en cuyo rostro arrugado como una pasa ven el rostro visible del Verbo que se ha hecho uno con nosotros! El «ateo» quisiera que el católico naufragara en un tumulto de abstracciones y consignas doctrinarias; pero hete aquí que su fe se concreta en una caridad filial, juvenil y alborozada, dirigida hacia ese vejestorio, un tipo tan frágil como ellos mismos, tan pecador como ellos mismos, tan pobre hombre como ellos mismos. ¿Cómo no va a retorcerse violentamente y a dar gritos muy fuertes el ateo ante ese Santo de Dios?
¿Y cómo no van a retorcerse y a gritar los «indignados»? Durante meses, se han multiplicado en asambleas babélicas, en manifiestos regados de anacolutos, en utópicos brindis al sol y pronunciamientos abstractos con los que trataban de regenerar —¡ahí es nada!— la política, la sociedad, las finanzas internacionales; y todo su activismo desgañitado se ha revelado huero, chirle y hebén, pese a que los medios de adoctrinamiento de masas y los pescadores en río revuelto los han mimado como a chiquilines emberrinchados. Pero a los «indignados» les ocurre lo mismo que le ocurría a H. G. Wells, según advertía Chesterton: quieren cambiar lo que está mal en el mundo, pero en lugar de empezar por sí mismos, han querido empezar por lo que está fuera de ellos. Sólo cambiando la conciencia personal, dejando que nuestra naturaleza caída se abra a la luz de la Redención, es como el mundo empieza a cambiarse; y esto es, precisamente, lo que el viejo Papa viene a decirnos y a decirles: sólo la adhesión a Jesús —una adhesión concreta, carnal, sin pronunciamientos abstractos ni utópicos brindis al sol— puede regenerar el mundo. A nadie le gusta que lo dejen en evidencia; y por eso la visita de Benedicto XVI indigna tanto a los «indignados».
Un gran escritor católico llamado Oscar Wilde escribió con palabras imperecederas que sirven por todo un tratado de teología lo que el paso de Jesús por la tierra significó: «Era tal el encanto de su personalidad que su simple presencia podía traer paz a las almas angustiadas, y que aquellos que le tocaban la túnica o las manos olvidaban su dolor; o que quienes habían sido sordos a todas las voces, salvo a la del placer, oían por primera vez la voz del amor y la encontraban tan musical como el laúd de Apolo; o que las maléficas pasiones huían ante su proximidad, y que hombres como muertos en sus tediosas vidas sin imaginación resucitaban de sus tumbas cuando Él los llamaba; o que, cuando les enseñaba desde la altura de una montaña, las multitudes se olvidaban de su hambre, de su sed y de las preocupaciones de este mundo, y que cuando sus amigos lo escuchaban mientras comían, la ruda carne les parecía delicada, y el agua tenía el gusto del vino, y toda la casa se llenaba de LA FRAGANCIA DEL NARDO». Esta misma fragancia del nardo, tan próxima, tan concreta, tan carnal, es la que nos trae Benedicto XVI a Madrid. Por eso algunos se retuercen con violencia y gritan muy fuerte. Con aprobación gubernativa, por supuesto, que la filantropía ha avanzado una barbaridad.
___
Nota de Amor, Verdade e Vida - A citação de Óscar Wilde não deve ser interpretada como uma negação modernista dos Milagres que Jesus operou, tal como relatam os Evangelhos, mas sim como uma afirmação de Graças acrescidas neles significadas
terça-feira, 11 de janeiro de 2011
A fé dos Demónios
1. Poderá um Sacerdote ou um Bispo aconselhar em quem votar ou desaconselhar de votar. Segundo o Cardeal Pell, que recentemente se pronunciou sobre o assunto, qualquer um deles tem plena legitimidade de o fazer, em circunstancias habituais, pois qualquer um deles é cidadão, como todas as outras pessoas.
Em Maio do ano passado escrevi dois pequenos textos sobre as presidenciais[1] nos quais sugeria que não se votasse em Cavaco Silva, em virtude das “leis” injustas, iníquas e criminosas que promulgou, cooperando desse modo formalmente com o mal intrínseco das mesmas e tornando-se moralmente responsável por todos os males, previstos e imprevistos, cometidos ao abrigo dessa mesmas “leis” [2] . Neles propunha, uma vez que os restantes candidatos padecem do mesmo mal, uma abstenção generalizada, com um propósito determinado. O facto de não sugerir o voto branco não se deveu somente ao facto de ele não contar como voto expresso mas também à circunstância de me parecer praticamente impossível persuadir um número significativo de pessoas a saírem de casa para irem votar desse modo. Continuo pois a favorecer a desmobilização eleitoral, pela abstenção.[3]
2. Desde então, e agora com maior frequência, tem-se advogado a escolha de Cavaco Silva em nome do “mal menor”. Este mal dito menor é defendido fundamentalmente por dois motivos. O primeiro consiste em pensar que Cavaco Silva é uma garantia que muito poderá ajudar na resolução da grave crise económica. Mutatis mutandi essa seria uma razão para votar em Hitler em vez de Estaline, caso a eleição se disputasse entre os dois. Julgue o leitor se seria oportuno e lícito escolher o primeiro. Eu, por mim, recusar-me-ia, evidentemente, a votar em qualquer um deles. O segundo motivo prende-se com a Fé. Cavaco diz que acredita em Deus e que é um católico praticante. Alegre pelo contrário professa o ateísmo. Ora, segundo alguns sempre será melhor eleger alguém que acredita em Deus do que quem n’ Ele não crê. Esta afirmação, porém, parece esquecer duas coisas. A primeira prende-se com o que o Papa Bento XVI e toda a história da Igreja têm ensinado, a saber, que os piores inimigos da mesma se encontram dentro dela e não fora. E a segunda de que há uma fé que é pior do que a ausência dela. Trata-se da fé dos demónios, de que fala S. Tiago na sua Carta. O P. António Vieira, desenvolvendo este tema num dos seus sermões acusa, num tempo dado à perseguição dos judeus, os cristãos de serem piores do que esses nossos irmãos mais velhos, precisamente, por terem uma fé como a dos demónios[4]. Essa fé acredita em todas as verdades acerca de Deus, de Cristo, da Igreja, etc., mas não se conforma com a vontade de Deus, não é operante, ignorando não só a Caridade e a Justiça mas indo mesmo contra elas. É uma fé cadavérica, morta, aquela que não tem obras. E se as que tem são contra o Amor e a Justiça é escabrosa, macabra, pestilencial, diabólica. E essa fé, segundo um filósofo judeu, que era ateu e se converteu ao catolicismo, Fabrice Hadjadj, é pior do que o ateísmo[5].
Alguém tem dúvidas, do tipo de fé que é revelado pelas leis promulgadas pelo actual presidente da república? As árvores conhecem-se pelos seus frutos, diz o Senhor no Evangelho.
3. Dantes, alguns manuais de moral, nos dias de hoje superados pela Encíclica O Esplendor da Verdade, diziam que entre dois males inevitáveis devia-se escolher o menor. Ora ninguém é obrigado a votar em qualquer um dos candidatos pelo que não está perante uma escolha má inevitável. A verdade, porém, é que nunca se pode escolher o mal e mesmo que alguém pense em consciência que deve escolher entre algum deles terá de fazê-lo por um bem e nunca por um mal.
De qualquer modo, parece-me claro que nas últimas décadas os eleitores têm vindo a escolher de “mal menor” em “mal menor” caindo sucessivamente nos piores males.
4. Uma vitória à primeira volta e retumbante do actual presidente-candidato constituiria uma consagração triunfal de todas as infâmias e crueldades de que foi cúmplice, uma sagração das políticas anti-vida, anti-família, anti-liberdade de ensino e de educação, anti-liberdade religiosa, anti, enfim, princípios e valores inegociáveis. Seria uma validação e premiação do maquiavelismo, da mais baixa imoralidade do falso e pernicioso axioma de que os fins justificam os meios. Seria uma proclamação de que tudo é permitido e nada impedido. Se desta vez não é penalizado nem punido nas urnas quem tanto mal fez em tão breve tempo, será imparável e irreversível, por muitos anos, a degradação e estragação dos católicos na política.
Nuno Serras Pereira
11. 01. 2011
[2] Procriação medicamente assistida (2006):
http://dre.pt/pdf1sdip/2006/07/14300/52455250.pdf
Aborto (2007):
http://dre.pt/pdf1sdip/2007/04/07500/24172418.pdf
Divórcio (2008):
http://dre.pt/pdf1sdip/2008/10/21200/0763307638.pdf
Educação sexual (2009):
http://dre.pt/pdf1sdip/2009/08/15100/0509705098.pdf
Casamento homossexual (2010):
http://dre.pt/pdf1sdip/2010/05/10500/0185301853.pdf
(Apoio do Estado aos estabelecimentos do ensino particular e cooperativo (2010):
http://dre.pt/pdf1sdip/2010/12/25001/0001300014.pdf)
[3] Nos artigos em questão explícito a finalidade de tal escolha.
[4] Num outro sermão chega a dizer que os cristãos podem ser piores do que os demónios.
[5] Vale a pena ler: Fabrice Hadjadj, La Fede Deis Demoni, ovvero il superamento dell’ ateísmo, Marietti 1820(Casa Editrice Marietti S.p.A – Genova-Milano), Julho 2010, pp. 255
quinta-feira, 17 de junho de 2010
The Demon of Child Sacrifice & the Valley of Slaughter
By Rev. Thomas J. Euteneuer
Abortion is fundamentally a business — a business based on a perverse concept of human rights. Abortion is a commodity cleverly marketed to women under the ideological rubric of "free choice" that draws in huge profits from the deaths of innocents. The abortion industry is a profit-driven, raw killing machine. The enormous amount of cash it generates is the "lifeblood" that perpetuates its existence.
The spiritual dimension of this grisly business, however, is its systematizing of ritual blood sacrifice to the god of child murder who, in the Old Testament, is called Moloch. This demon of child sacrifice appears in many forms and cultures throughout history — Phoenician, Carthaginian, Canaanite, Celtic, Indian, Aztec, and others — but it is always the same bloodthirsty beast that demands the killing of children as a form of worship.
The abortion industry is our modern-day Valley of Slaughter, where abortionists offer ritual blood sacrifice to that ancient demon of child murder. Their work is in every way the key ritual of a demonic religion. Yes, a religion: Abortion has an infallible dogma ("choice"), a ruling hierarchy (Planned Parenthood), theologians (feminist ideologues), a sacrificing priesthood (abortionists), temples (abortion mills), altars of sacrifice (surgical tables), ritual victims (babies and also women), acolytes and sacristans (clinic workers and technicians), guardian angels (police and death-scorts), congregations (leftist foundations and private supporters), and its own version of "grace" that makes everything work (money). Read more