Mostrar mensagens com a etiqueta Comunismo. Mostrar todas as mensagens
Mostrar mensagens com a etiqueta Comunismo. Mostrar todas as mensagens

terça-feira, 7 de maio de 2013

Amparo, exrevolucionaria y funcionaria de la ONU: «Mi trabajo era destrozar la fe de los católicos»

In RL 

Amparo lo tuvo claro. Era la Virgen María quien le hablaba.

Todo sucedió cuando recibió un disparo de la policía en plena refriega. Cuando despertó en el hospital decidió que su vida debía cambiar radicalmente.

Su “enfangada” vida debía dar un giro de 180 y dejar de lado su servilismo político y su vida de pecado, y dedicarse a las mujeres y a los niños buscando su auténtico bien.

Un abuelo católico
Ella había nacido en una familia muy normal de Ecuador. Su fe era tradicional, de Misa dominical y poco más. La excepción de la regla fue su abuelo, quien sí vivía una auténtica vida cristiana.

En cierta ocasión, siendo Amparo adolescente y de camino hacia el ateísmo, su abuelo le dejó unas palabras que no habría de olvidar nunca. Estaban entrando en una iglesia, y ante una imagen de la Virgen le dijo: “Mírala a los ojos. Ella es la única que te va a salvar y la que te va a llevar a la fe”. La cosa quedó ahí.

El resto fue una caída libre: expulsada del colegio por pelearse con una monja, y un encuentro con evangélicos que acabaron de rematar su camino rebelde y ateo.

La revolución y las izquierdasEran los años 70 y 80, y la oferta social que Amparo encontró fuera de la Iglesia era la de los movimientos revolucionarios, la teología de la liberación marxista, el Che Guevara, los movimientos feministas, abortistas, el indigenismo y ese largo etcétera. Se metió de cabeza en todo ello.

Si algo no se le puede reprochar a Amparo es que no fuera una persona coherente con sus principios. Y tomó todas las banderas, las abrazó y se dedicó a ellas. Lo mismo la encontrábamos en una confrontación armada o en una manifestación antigubernamental, que en una campaña a favor de los derechos reproductivos de las mujeres, es decir, promoviendo los anticonceptivos y el aborto.

Se radicaliza en EspañaComo la situación política en Ecuador se complicó, su padre la envió a España a estudiar Pedagogía Social. En este país obtuvo su título universitario, pero también su radicalización política y el contacto con otros movimientos revolucionarios, ateos y anticlericales.

Ya de vuelta a Ecuador, su visión feminista y de izquierdas casaba perfectamente bien con las políticas que lleva a cabo la ONU en Latinoamérica, así que gracias a ello y a su formación llegó a ser responsable en Ecuador del programa de la UNFPA, es decir del Fondo de Población de las Naciones Unidas, desde donde contaba con todos los millones de dólares que necesitase para cumplir, o mejor dicho, imponer los programas contrarios a la natalidad, a favor del aborto y la anticoncepción.

Mi trabajo: quitar la fe a los católicos Amparo ha explicado en la cadena católica de televisión EWTN que “los grupos comunistas y socialistas saben que la única institución que puede romper sus mentiras es la Iglesia Católica. Entonces –confiesa- lo primero que buscas son argumentos que puedan destrozar la poca fe que tienen los católicos. Ves las noticias o vas detrás de ese sacerdote que no está viviendo su vida en gracia con Dios… Lo publicas y lo sacas en la prensa… Y –concluye- si hay que callar que en Ecuador, el 60% de las obras de ayuda a la gente pobre están en manos de la Iglesia, pues se silencia”.

Dañar a la Iglesia desde dentro

El gran problema de los sacerdotes es su soledad: “Nosotros íbamos buscando a los sacerdotes abandonados en los pueblos y en las serranías para decirles que si Dios existía, entonces por qué permitía la pobreza.

La única manera es la revolución. Únase a nosotros, y nosotros le ayudamos’. Había sacerdotes –lamenta ahora- que cedían y que pensaban que tendrían un grupo que le ayudase, que le apoyase, que estuviese con él… En ocasiones les ofrecíamos dinero a los sacerdotes y a las religiosas para que pudieran reconstruir, mejorar sus centros educativos con la única condición de que nos dejaran impartir clases de educación sexual y reproductiva en sus colegios”.

Alejándose aún más de Dios…En Amparo se cumple aquella cita de Chesterton que “cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa”.

Inmersa en el ateísmo no dejaba de buscar algún resquicio de espiritualidad en la lectura de cartas, reiki, yoga…: “Como la vida en la lucha de izquierdas era una vida de pecado no te puedes librar de las consecuencias del pecado. Es la muerte espiritual. Son como pequeños pactos con el demonio. Y el demonio te los cobra -advierte. Así que empecé a sufrir por la parte del dinero".

"
Alguien me recomendó que me hiciera unas limpias. Tenía mis propios mantras… que ahora que he podido traducirlos dicen ‘yo pertenezco a Satanás’. Las mantras las hice en Estados Unidos e, incluso, llevé a mis hijos al chamán que era un maestro ascendido de la Religión Universal”.

…aunque Dios no está lejosEn cierta ocasión estando en una comunidad, Amparo le retó a Dios. Había una mujer rezando, pero ella empezó a increparla y llamarla loca. Al grado de que acabó rompiéndole una estampita que tenía la pobre señora.

Su prepotencia de revolucionaria no le facilitaba muchas otras soluciones en aquella ocasión. Poco después vino el siguiente paso hacia su conversión.

Herida por una bala de la policíaAmparo había participando en todo tipo de
manifestaciones y luchas contra el gobierno. En ocasiones movilizando a los indígenas y facilitando que éstos acudieran armados con lanzas. Pero cierto día estando en una de ellas fue herida por una bala. Cuando recibió el impacto, Amparo recuerda dos cosas: por un lado a su marido y sus hijos, y por otro lado una paz inexplicable, total. No tenía miedo de irse. Todo era alegría, gozo, paz…

En eso, escuchó una voz que le cantaba: “Vi unos ojos maravillosos. Vi el amor. Eran los ojos de la Virgen. ¡Eran justamente los ojos de la estampa que yo había roto! La estampa de la Virgen Milagrosa. La vi como una adolescente de 15 años. Con traje blanco…”.

Mientras ella se desangraba, lo único que sentía era paz, alegría… En ese momento la Virgen le dijo: “Mi pequeña, yo te amo”. Y le pidió que dejara todas las causas que ella llevaba y que tomara la causa de su Hijo. También se dio cuenta de que detrás de la Virgen había un señor mayor: era su abuelo.

Y su marido la tomó por loca
Cuando se despertó le narró toda la experiencia a su marido, Javier. Él la tomó por loca, y no era para menos. Una atea convencida, militante anticatólica, y despertando de aquellos sueños…

En seguida le llevaron a que maestros ascendidos, a psicólogos y expertos de la Nueva Era la examinaran y la convencieran de que aquellas experiencias eran fruto de sus alucinaciones y las heridas recibidas. Sin embargo, “nadie podía quitarme de la cabeza que era Dios”.

Lo primero, confesarse“Lo primero que necesitaba era un sacerdote. Necesitaba confesarme. Lo primero, lo primero, era la confesión. Yo le pedía a Dios que no me muriera por el camino, yendo a casa, porque me iría al infierno. En la confesión estaban todos los pecados. Los más horribles”.

Era una nueva etapa, y había que comenzar desde el principio y bien hecho todo. Así que “lo primero que hice fue aprender a amar a Jesús, a amar a los sacerdotes, a amar a la Iglesia, amar a los sacramentos”.

Amparo se sentía totalmente enfangada y a la vez invitada a una nueva revolución: “Lo único que transforma el mundo es Dios. Yo no soy digna. Es tan grande el amor de Dios…”

La conversión de su maridoAmparó rezó e invitó a su marido Javier a la conversión. Con el tiempo, Javier, igual de revolucionario que ella, empezó a dar pruebas de cambio por amor a Amparo.

Debía ser una experiencia dramática en sí misma por el solo hecho de tener que romper con toda una vida de convicciones y lucha comprometida. Amparo lo explica así: “Mi marido aceptó creer en Dios y en la Virgen, pero no creía en el sacramento. Pero Dios nos puso un sacerdote santo en el camino. Por fin se confesó y su confesión duró más de dos horas. Al salir, sintió que se había quitado quintales y quintales de cosas”.

Ahora tocaba denunciar las mentiras de la ONU

La conversión de las personas, las más de las veces, es un proceso largo y con etapas. Amparo estaba en camino, pero aún no renunciaba a toda su vida de pecado. Parte de ella la necesitaba, pues su sueldo de Naciones Unidas era un ingreso necesario para la familia y su ritmo de gastos.

Todo vino cuando una amiga suya le pidió información sobre la distribución de la píldora del día siguiente por parte de Naciones Unidas en Ecuador. Amparo era responsable de su importación y distribución en el país.

De hecho su agencia de Naciones Unidas había vendido a Ecuador 400.000 (cuatrocientas mil) dosis de la píldora del día siguiente. La ONU en Nueva York, a la UNFPA en Ecuador: “Nos las venden a 25 centavos de dólar, y nosotros las vendemos entre 9 y 14 dólares. Es un negocio redondo”.

En Ecuador hubo un juicio que perdió Naciones Unidas por la distribución de la píldora y lo ganaron los provida, puesto que tuvieron que reconocer que no es un método anticonceptivo, sino que es antiimplantatorio, es decir abortivo, y que se utiliza cuando los métodos anticonceptivos fallan.
 
El culmen de su decisión de convertirse y dar un paso  definitivo hacia Dios se dio de camino al juzgado en ese juicio que perdió la ONU: “Cuando estábamos llevando la información al Tribunal, un periodista me hizo una pregunta que pensé que era Dios quien me la hacía -estás con Dios o estás con el demonio-. La pregunta fue: ¿Qué pensaba yo de la pastilla del día siguiente? Y, claro, yo seguía trabajando para las Naciones Unidas y apoyaba a todas las organizaciones proaborto. En ese momento me di cuenta de que era el momento de decir la verdad y dejar de mentirme a mí misma. Era una incoherencia ser católica y a la vez, por el dinero, seguir apoyando a una organización que va contra mis valores. Y, claro, dije la verdad y las Naciones Unidas me echaron”.

¿Qué hay detrás de Naciones Unidas?
Detrás de los proyectos de la ONU, detrás de las palabras bonitas que usan cuando hablan de salud reproductiva, en realidad hay toda una promoción del aborto y de los anticonceptivos. Es el único objetivo para toda América Latina.

En la entrevista de Amparo en la cadena de televisión norteamericana EWTN, denunciaba que en el libro “Cuerpos, tambores y huellas”, editado por las propias Naciones Unidas, se reconoce la promoción de las relaciones sexuales en niños desde los 10 años. Y que en él se explica claramente tres cosas:

- que los padres no deben ser informados de la educación sexual que reciben sus hijos,

- que los colegios deben distribuir anticonceptivos a sus alumnos sin conocimiento y consentimiento de los padres,

- y que si un maestro o médico llegase a informar a los padres de que sus hijos están usando anticonceptivos, ese maestro o médico debe ser expulsado de su trabajo por romper el silencio profesional.

Amparo, y no sólo de ella, denuncian la existencia de un completo negocio en el que no se desaprovecha nada: se promueve las relaciones sexuales entre los niños y adolescentes, y se les venden preservativos. Como éstos fallan, entonces se les ofrece el aborto o la píldora del día siguiente. Como el aborto produce restos humanos, estos sirven bien para la experimentación o bien para extraer algunas sustancias que después se usan cremas, champús, etc. Negocio completo.

Puede ver una conferencia de Amparo Medina

Y ahora en la lucha por la vidaLa realidad fue más dura de lo previsto en un primer momento. El matrimonio lo perdió todo cuando salió de la revolución. Tuvieron que renunciar a muchas cosas, las primeras a las materiales. Pero fue “hermoso encontrar juntos el amor de Dios y quitarse los mitos con respecto a los sacerdotes, a la Virgen, a la Iglesia…”

Amparo Medina y su marido Javier Salazar son padres de tres hijos. Ella es Directora ejecutiva de Acción Provida Ecuador (http://accionprovida.com.ec/) además de colaborar y asesorar en otros organismos.

Ahora también lucha por la familia, las mujeres y los niños, pero desde la verdad integral de las personas, y no desde el negocio económico.

Amenazas de muerteUn nuevo enfoque, sí, pero no exento de peligros. Así, Amparo ha sufrido amenazas de muerte como la que recibió no hace mucho en una caja de zapatos dentro de la cual había una rata muerta con el mensaje “muerte a los provida” y “recuerde que los accidentes existen, recuerde que las muertes accidentales son el día a día de este país, NO SIGA CON SU CAMPAÑA ANTI MUJER Y HOMOFÓBICA…Muerte a los traidores, muerte a los anti Patria, MUERTE O REVOLUCIÓN”.

Amparo no se arredra. Y sigue con su lucha confiada en que tiene en sus manos la posibilidad de defender miles de vidas humanas.

Si desea ver una entrevista realizada a Amparo Medina en la cadena de televisión nortemericana EWTN puede seguirla aquí












sexta-feira, 25 de janeiro de 2013

O desatino do povo de Deus em Portugal - por Nuno Serras Pereira



Nesta nação em que nos foi dado nascer e viver a maioria da sociedade, que se confessa católica, está inteiramente desnorteada pela propaganda quotidiana do que lhe é incutido pela maior parte dos políticos, de grande parte da comunicação social e a espaços por não poucos prelados. De facto, todo o mundo está persuadido de que o maior problema do nosso país, e quiçá do mundo, é a crise económico-financeira. Sem negar, de modo algum, a seriedade desta e a urgência de a ultrapassar deve-se, no entanto, afirmar que há assuntos bem mais graves, que passam ao lado daqueles que controlam o que devemos saber, os assuntos em que devemos pensar, as conversas que devemos ter.

Há aí alguém que tenha consciência de que no mundo de hoje, de cinco em cinco minutos, se assassina um cristão por causa da sua Fé? Quem se detém em noticiar e aprofundar a matança de cento e cinco mil cristãos exterminados, por causa da sua Fé, só no ano passado? E, todavia, sabemos que se tratasse de um punhado de irmãos judeus, ou muçulmanos, ou, mesmo, de um só “gay” (ou lgbt) o alarido seria interminável, com declarações solenes de repúdio, ao mais alto nível, com movimentações e manifestações de rua, “debates” unanimemente escandalizados nas televisões e nas rádios, comunicados e abaixo-assinados por tudo quanto é redes sociais e inter-rede, enfim, um clamor estriduloso. 

Claro que empedernidos num egoísmo indiferente podemos ignorar, em contradição flagrante com a nossa Fé - que opera pela Caridade -, e mesmo a simples solidariedade humana, os sofrimentos e as injustiças que padecem esses nossos irmãos, cuidando que estamos a salvo numa pacífica segurança norte-ocidental.

A verdade porém é que se algum cristão ou qualquer outra pessoa de boa vontade se julga seguro, ou é ignorante, ou é ingénuo, ou é lorpa. A enorme insensatez ou cegueira da maioria dos cristãos e dos católicos, incluindo altos prelados, tem consistido em não quererem ver, ou então em cumpliciarem-se com uma minoria extremamente activa que de ano para ano, imparável, determinada, persistente, imbatível, tem vindo a conquistar as mentalidades, a sugar as almas, a inverter a moral, a corroer o bem comum, a cancerar a subsidiariedade, a derrancar a solidariedade, a torpedear a eminente dignidade transcendente de cada pessoa humana, a minar as instituições, a dominar a comunicação social, a controlar a justiça, a manipular a política, a ludibriar os Pastores.

A decisão obstinada de muitos prelados em “trabalhar” nos “bastidores” com as autoridades tem, ao contrário de tantos outros países, deixado o povo de Deus ignaro da Doutrina, privado de defesas, rendido à mentalidade dominante, incapaz de resistência, entorpecido numa modorra, entibiado por uma identidade desmaiada, se não mesmo moribunda, inábil para o combate espiritual, seguidor de lobos vorazes, abandonado aos predadores.

Contra os falsos profetas de um optimismo vão, tantas vezes desmascarado nas Sagradas Escrituras, é imprescindível tomar consciência da realidade, dos factos, para que cooperando com a Graça de Deus se dê lugar à Esperança verdadeira.

Se não despertarmos e não “combatermos o bom combate” seremos cruelmente perseguidos, impiedosamente lançados às enxovias, obscenamente abusados, implacavelmente entregues ao matadouro.

É inteiramente verdade que Nosso Senhor Jesus Cristo nos avisou das perseguições e da Cruz, em especial aos primeiros cristãos, que, sendo uma minoria minúscula, tinham de conquistar a imensa massa de povos idólatras. Mas o Senhor não disse que fossemos esparvoados, imbecis, cobardes, indiferentes, atoleimados, que nos deixássemos enredar pelas subtilezas astuciosas do Inimigo. Não nos mandou que fossemos passivos diante da injustiça, da mentira, da manipulação, do desamor. Pelo contrário, imperou-nos que amássemos radicalmente guerreando o mal e o pecado com a fortaleza que nos comunica pelo Seu Espírito. Se os cristãos, em particular os católicos, assim o tivessem feito aquando dos repetidos alertas de Pio IX, de Leão XIII, de Bento XIV, de Pio X, de Pio XI, de Pio XII, teriam impedido as monstruosas tragédias do comunismo, do nazismo, do fascismo. Quanta catástrofe, quanta hecatombe, quanto flagelo, quanta calamidade, quanta assolação, quanta violentíssima crueldade se teria evitado; quantas vidas poupadas, quantas almas salvadas, quantas famílias mantidas, quantas cidades inteiras, quantas nações em pacífica harmonia!

A alucinação geral contemporânea em que estamos mergulhados leva muitos a suporem que nos dias de hoje não existem, nem de longe nem de perto, perigos, mais ou menos, semelhantes. Esta enorme ilusão é já, evidentemente, uma consequência da programada mesmerização colectiva a que temos vindo a ser submetidos. Os alertas, então, do Bem-aventurado João Paulo II e os, agora, do Papa Bento XVI foram e são frequentes. Quereremos nós imitar a irresponsabilidade ou a insensatez das gerações que nos precederam deixando que as minorias malignas provoquem novas calamidades?

25. 01. 2013

terça-feira, 11 de dezembro de 2012

Why Did Vatican II Ignore Communism? - by Edward Pentin

In CWR

As the Church celebrates the 50th anniversary of the opening of the Second Vatican Council, there is one lesser-known—and some would argue highly disturbing—aspect of the Council that has tended to be overlooked: the absence of any reference to, or condemnation of, Communism in the Council’s documents, despite the fact that the Soviet Union was at that time at the height of its powers. 

Over the years, many have speculated over the causes of the omission, while others have pondered the consequences, both for today’s Catholic Church and the wider world. 

In recent years, the veil of mystery over the omission has gradually been lifted, as historians have uncovered irrefutable evidence explaining how the absence of any reference to Communism in the documents came about. 

The omission came as a surprise at the time, as until the Second Vatican Council, the Church had repeatedly spoken out against Communism in its teachings. Its condemnations were clear and unmistakeable, consistent with those of Pope Pius XII, who was unfaltering in his denunciations of Communism until his death in 1958. 

In the vota of the Council Fathers—thousands of recommendations gathered from key Church figures just prior to the Council sessions—Communism figured high on the lists of concerns. Indeed for many, it appeared to be the most important area singled out for condemnation. 

Historians argue that a number of factors contributed to Communism not being mentioned at all during the Council. The first was the unfortunate timing of the Council. “It was the sixties and a new spirit of optimism hung over the world,” explains Italian Church historian Roberto De Mattei, author of Il Concilio Vaticano II – Una storia mai scritta (Vatican II – An Untold Story). “It was during this period that a ‘thawing’ of realities, already defined by the Magisterium as antithetical, ensued.” 

In particular, Pope John XXIII’s last encyclical, Pacem in Terris, is thought to have played a key role in this change of approach to Communism. For De Mattei, the encyclical “proved decisive,” as it gave the impression of “wanting to overturn the Church’s position against Communism, removing, in fact, every condemnation, even if only verbal.” The Vatican’s policy of “Ostpolitik”—opening the Church up to the Communist countries of the East through dialogue—is believed to have found its roots in the 1963 encyclical. It was taken up by Msgr. Agostino Casaroli, who, at that time, was effectively the Holy See’s deputy foreign minister, but who would later become Vatican Secretary of State.

But why would John XXIII allow such a break with the hitherto firm line against Communism? Some believe that he had, if not sympathy, then a predisposition to look upon Communism with a degree of ill-founded optimism. 

“One commonly held theory, which one can’t prove, is that John XXIII had good relations with [Soviet President] Khrushchev,” says Father Norman Tanner, a Jesuit expert on the Council at Rome’s Pontifical Gregorian University. Certainly, it has been recorded that Khrushchev visited the Pope at the Vatican, and that John XXIII was delighted to receive birthday greetings from the Soviet leader when the Pope turned 80. In response, John XXIII asked Khrushchev to demonstrate the Soviet leader’s sincerity for better relations by improving the plight of Catholics—in particular, allowing the imprisoned head of the Ukrainian Uniate church, Archbishop Jozsef Slipyi, to emigrate, a request Khrushchev granted in 1963. 

Paul VI also met several times with Soviet officials. These meetings mostly took place after the Council, however, and the efforts were largely in vain: Soviet concessions to the Vatican proved to be mostly meagre in the years that followed. 

But another motive stood behind this push towards détente: that of fostering better ecumenical relations with the Russian Orthodox Church. As part of his desire for greater openness of the Church to other Christians and faiths, John XXIII strongly wanted members of the Russian Orthodox Church—then deeply entrenched with the Kremlin and the KGB—to take part in the Council. The Pope also wanted Catholic bishops from Russia and its satellite states to be allowed to attend the Council sessions. It would be “a kind of quid pro quo,” says Tanner. But to achieve these goals, John XXIII appears to have been prepared to make an extraordinary concession: that the Council refrain from making “hostile declarations” on Russia. 

In a 2007 book called The Metz Agreement, veteran French essayist Jean Madiran gathers a number of sourced claims, testifying that a deal was hatched during Soviet-arranged secret talks in 1962. The meeting, Madiran says, took place in Metz, France, between Metropolitan Nikodim, the Russian Orthodox Church’s then-“foreign minister,” and Cardinal Eugène Tisserant, a senior French Vatican official. Metropolitan Nikodim was, according to Moscow archives, a KGB agent. 

Various sources have since confirmed that an agreement was reached, instructing the Council not to make any direct attack on Communism. The Orthodox then agreed to accept the Vatican’s invitation to send a number of observers to the Council. 

Being a secret, verbal agreement, concrete evidence has proven elusive, but De Mattei says he found “a handwritten note” from Paul VI in the Vatican’s Secret Archives confirming the existence of this agreement. Madiran also backs De Mattei’s claim, saying that in the memo, Paul VI stated he would explicitly mention “the commitments of the Council,” including that of “not talking about Communism (1962).” Madiran stresses that the date in parentheses is significant, as it refers directly to the Metz agreement between Tisserant and Nikodim.

The Vatican would firmly adhere to the agreement during the Council, insisting that Vatican II remain politically neutral. Even a petition of more than 400 Council priests, representing 86 different countries, to include a formal condemnation of Communism in the decrees was rejected. The petition, presented during the Council’s final session on October 9, 1965, “was not even sent to the Commission working on the document,” De Mattei says, “resulting in a huge scandal.” Surprisingly, even Bishop Karol Wojtyla, who would later become John Paul II but was then a bishop at the Council, was one of those who rejected the petition. 

The result is that the constitution Gaudium et Spes, the 16th and final document promulgated by the Council and intended as an entirely new definition of the relationship between the Church and the world, lacked any form of condemnation of Communism. “The Council’s silence on Communism,” says De Mattei, “was indeed an impressive omission of the historical meeting.” 

In view of the current consensus among historians of the existence of this secret agreement with the Soviets, perhaps the more interesting question to ask today is: what effect did it have on the Church and the world from that time on? Did the Council nevertheless help bring about the fall of Soviet Communism, or did lack of any condemnation actually prolong the brutal, atheistic ideology? 

Some have little doubt that the Second Vatican Council played a key role in ending the Marxist-Leninist experiment. The post-conciliar Church, argue some historians, featured a new emphasis on religious freedom which hastened Communism’s demise, largely thanks to the insistence of Bishop Wojtyla, who helped convince a wavering Paul VI to sign off on the decree Dignitatis Humanae. And, for the first time, the Council allowed bishops behind the Iron Curtain to meet each other and to talk together outside their countries. 

“It gave them a sense of influence and unity,” says American theologian Michael Novak, who reported on the second session of the Council. He adds that when the bishops returned to their homelands, they would set up churches as meeting places for people of all faiths or none, thanks to the Council’s new spirit of openness and dialogue—something particularly true in Poland. “A broad alliance was formed of those who loved freedom and wanted to resist the ‘Regime of the Lie,’” Novak explains, adding that Iron Curtain bishops “now had close friends in the West and elsewhere whom they met at the Council.” 

Remaining “silent” about Communism and at the same time being open to dialogue was also seen as an avenue worth trying if, as many thought at the time, Communism would last hundreds of years more (Paul VI did explicitly repudiate Communism in his 1964 encyclical Ecclesiam Suam, although that was not, of course, a conciliar document). 

Father Tanner, author of a new book on the Council called Vatican II: The Essential Texts, points out just as there was no condemnation of Communism, neither was there any formal condemnation of any other evil political ideologies in the Council’s 16 decrees. “There are no formal condemnations [of these ideologies],” he says. “There were condemnations of war and so on, but not of Nazism and fascism, which were of recent memory at that time.” 

But he concedes that these political movements were different from Communism, which was “still very much alive,” and he adds that “many people and bishops in those countries suffered horrendously.”

“They wanted a formal condemnation and urged the Pope to make one,” he said. 

This point was eloquently taken up by Cardinal Giacomo Biffi, former archbishop of Bologna. In his 2010 autobiography, Memoirs and Digressions of an Italian Cardinal, the cardinal points out that Communism was “the most imposing, most lasting, most overpowering historical phenomenon of the 20th century” and yet the Council, which contained a decree on the Church in the contemporary world, “doesn’t talk about it.” 

For the first time in history, he adds, Communism had “virtually imposed atheism on the subjected people, as a sort of official philosophy and a paradoxical ‘state religion,’ and the Council, although it speaks about the case of atheists, does not speak of it.” 

Moreover, he stresses that in 1962, Communist prisons were “still all places of unspeakable suffering and humiliation inflicted upon numerous ‘witnesses of the faith’ (bishops, priests, and laypeople who were convinced believers in Christ), and the Council does not speak of it. And some want to talk about the supposed silence towards the criminal aberrations of Nazism, for which even some Catholics (even among those active at the Council) have criticized Pius XII!” 

And if the omission, together with Ostpolitik, was aimed at ending Soviet Communism more speedily than other approaches, some historians doubt that was the case. Church leaders remained incarcerated, tortured, and persecuted by Communist regimes after the Council, and Soviet Marxism endured until the fall of the Berlin Wall, nearly 25 years after the meeting’s final session (and of course Communism continues in China, North Korea, and elsewhere). 

“If the Second Vatican Council would have condemned Communism, it would have helped accelerate its decline,” says De Mattei. “The opposite occurred. The Vatican’s Ostpolitik prolonged the survival of true socialism in the East bloc countries by 20 years by providing a foothold for Communist regimes in crisis.” 

De Mattei adds: “Today we must ask: were those who denounced the brutal oppression of Communism in the Council, calling for its solemn condemnation, prophets? Or were those who believed, as the architects of Ostpolitik, that it was necessary to come to an agreement with Communism —a compromise— because Communism interpreted humanity’s anxieties over justice and would have survived one or two centuries, improving the world?” 

Even in the so-called post-Soviet Communist world, some see the omission of any condemnation as having enormous negative consequences on today’s Church and society. Christopher Gillibrand, a respected Catholic commentator in the UK, believes that the lack of a Vatican II condemnation means in modern times “that the Church’s response has been ineffective to the assaults on human dignity by the arbitrary and all-powerful state.” 

Others agree that a failure to single-out Communism for the evil ideology that it is has prevented the Church from recognizing socialist thinking within her ranks. “People are concerned about saving the planet, global warming, and there are some certain legitimate concerns here, but we’ve lost an awareness of the salvation of the soul,” says Edmund Mazza, professor of history and political science at Azusa Pacific University in Los Angeles. “That’s Communism, that’s socialism, and that’s what [Antonio] Gramsci [one of the most important Marxist thinkers of the 20th century] wanted.”  

In wider society, too, Professor Mazza notes that an increasingly secular society is precisely what the Communists desired. 

“The main error of our times is that we’ve lost the transcendent,” he says. “What has happened over the last 50 years? The errors of atheism and socialism, a world without God, has ‘Marxized’ the world so that we’re ready to embrace socialism if it’s couched in the right terms.” 

“If you need a job, food stamps, money,” he adds, “then when the government promises to take care of you, you’ll go along with it.”

domingo, 2 de setembro de 2012

Il Papa che combatté il comunismo, soprattutto quello infiltrato tra i suoi - di Roberto de Mattei

In CR 

George Weigel è un noto teologo e storico americano, autore del bestseller “Testimone dalla speranza. La vita di Giovanni
Paolo II”. Sorprende che Mondadori, che lo ha pubblicato in Italia (Milano 1999, 2001 e 2005), si sia lasciato sfuggire il secondo volume della biografia, stampato dall’editore Davide Cantagalli, con un’ottima traduzione di Giovanna Ossola (“La fine e l’inizio. Giovanni Paolo II, la vittoria della libertà, gli ultimi anni, l’eredità”, Siena 2012, 621 pp., 29 euro). 

Eppure questo libro è per molti aspetti più importante del precedente, di cui rappresenta il seguito e il compimento. Weigel ha avuto il privilegio di trascorrere decine di ore accanto a Giovanni Paolo II, raccogliendo molte testimonianze dalla sua viva voce. Ma l’autore ha anche consultato fonti di straordinario interesse, come gli archivi del Kgb, dello Sluzba Bezpieczenstwa (Sb) polacco e della Stasi della Germania dell’est, traendone documenti che confermano come i governi comunisti e i servizi segreti dei paesi orientali siano penetrati in Vaticano per favorire i loro interessi e infiltrarsi nei ranghi più alti della gerarchia cattolica.

E’ questo un punto in cui il lo storico americano è realmente innovativo. Weigel spiega come dal 1962, in Polonia, il controllo della chiesa si concentrava nel IV dipartimento del ministero dell’Interno, meglio conosciuto come la quarta divisione dell’Sb, con il fine di rafforzare il controllo sulla chiesa e intensificare l’infiltrazione dei servizi segreti nelle istituzioni cattoliche. La nascita di questo dipartimento e l’inasprimento degli sforzi per infiltrare il cattolicesimo polacco coincidevano con la feroce campagna antireligiosa promossa in Unione sovietica da Nikita Kruscev che in occidente veniva presentato, in contrapposizione a Stalin, come un comunista dal “volto umano”.

Erano gli anni della distensione, e Kruscev, con il presidente americano Kennedy e Papa Giovanni XXIII, era un’icona del “buonismo” internazionale. Ma, come sottolinea Weigel, “per ironia della sorte la ripresa della persecuzione delle chiese e delle comunità cristiane in Unione sovietica nei primi anni 60 avvenne proprio quando Giovanni XXIII e la diplomazia della curia di Roma decisero un nuovo corso rispetto al problema del comunismo, quello che prese il nome di Ostpolitik” (p. 74).

Il principale rappresentante del nuovo corso di Giovanni XXIII e poi di Paolo VI, fu mons. Agostino Casaroli (1914-1998). Egli era convinto che le persecuzioni dei cattolici nei paesi comunisti fossero dovute anche alla politica “aggressiva” di Pio XII e salutò con soddisfazione l’elezione di Giovanni XXIII, che gli affidò importanti missioni nell’est europeo. Casaroli e i suoi collaboratori, a cominciare da mons. Achille Silvestrini, erano uomini di grande abilità, ma troppo fiduciosi nelle armi della diplomazia.

Di fronte alla poderosamacchina sovietica, la Santa Sede era priva di ogni forma di controspionaggio con cui poter resistere alla disinformazione e alla destabilizzazione che l’Ostpolitik rendeva possibile. A Roma negli anni del Concilio e del postconcilio il Collegio Ungherese divenne una filiale dei servizi segreti di Budapest. “Tutti i rettori del Collegio dal 1965 al 1987 dovevano essere agenti addestrati e capaci, con competenza sia nelle operazioni di disinformazione sia nell’installazione di microspie. Più della metà degli studenti e degli studiosi del Collegio erano agenti segreti; le autorità del Collegio avevano accesso diretto all’arcivescovo Casaroli, all’arcivescovo Giovanni Cheli (l’uomo di punta di Casaroli per l’Ungheria) e ad altri responsabili dell’Ostpolitik, e diventarono così importanti strumenti della politica del governo comunista ungherese contro il Vaticano” (p. 79).

L’Sb polacco, da parte sua, aveva un collaboratore ecclesiastico ben inserito dal nome in codice di Jankowski, ossia don Michele Czajkowski, uno studioso biblico impegnato nel dialogo tra ebrei e cattolici. L’Sb, secondo Weigel, cercò persino di falsare la discussione del Concilio sui punti più peculiari della teologia cattolica come il ruolo di Maria nella storia della salvezza. Il direttore delIV dipartimento, il colonnello Stanislaw Morawski, lavorò con una dozzina di collaboratori, tutti esperti in mariologia, per preparare un promemoria per i vescovi del Concilio, in cui si criticava la concezione “massimalista” della Beata Maria Vergine del cardinale Wyszynski e di altri presuli (p. 80).

Durante il Vaticano II, ricorda Weigel, l’attività dell’Sb, compresa la campagna denigratoria contro il cardinale Wyszynski, veniva organizzata presso l’ambasciata polacca di Roma, dove agenti del I dipartimento (Servizi segreti esteri) utilizzavano incarichi diplomatici per coprire le loro attività e la sezione del consolato che gestiva i passaporti era un’altra sede per operazioni segrete (p. 81). Fu durante il Concilio che l’8 marzo 1964 Karol Wojtyla si insediò solennemente come arcivescovo metropolita di Cracovia. Nel 1967 Paolo VI lo creò cardinale e quello stesso anno, il 4 agosto, Agostino Casaroli venne nominato “ministro degli Esteri” del Vaticano. Da quel momento Casaroli divenne il protagonista ufficiale della Ostpolitik.

La Ostpolitik di Agostino Casaroli e Paolo VI fu una strategia di impegno e di dialogo con il comunismo che prometteva molto e otteneva poco, osserva Weigel, anche perché il presunto partner non era interessato aldialogo. Eletto Papa il 16 ottobre 1978, Giovanni Paolo II, pochi mesi dopo, nominò inaspettatamente Casaroli cardinale e suo segretario di stato, carica che mantenne fino al 1° dicembre 1990. La strategia del Pontefice non coincideva però con quella del suo principale collaboratore e la Santa Sede sembrò giocare su due registri paralleli.

La linea politica seguita dal Papa nel periodo tra la sua elezione e la fine della rivoluzione di Solidarnosc nel 1989 non fu gestita infatti nella segreteria di stato vaticana, ma negli appartamenti papali. Una linea, quella di Giovanni Paolo II, che non era quella intransigente del cardinale Mindszenty, ma neppure quella “collaborazionista” del cardinale Casaroli. “Per Casaroli – osservò Zbigniew Brzezinski – il comunismo era una forma di potere con cui si doveva convivere.  Per Giovanni Paolo II il comunismo era un male che non si poteva evitare, ma che si poteva indebolire” (p. 165).

“Stabilità” era la parola d’ordine dell’Ostpolitik, e sia il cardinale Casaroli che l’arcivescovo Silvestrini diffidavano di Solidarnosc, che consideravano una forza profondamente destabilizzante per tutta l’Europa centrale e orientale. Essi volevano puntellare lo status quo dell’Europa, fondato sul sistema di Yalta, verso il quale Giovanni Paolo II era invece fortemente critico. Significativo è il lungo colloquio che si ebbe il 15 dicembre 1981, alla Casa Bianca, subito dopo il colpo di stato del generale Jaruzelski, tra il presidente Reagan e il cardinale Casaroli. “Durante i novanta minuti del colloquio fu Reagan quello che parlò di testimonianza morale e del potere della convinzione morale, e fu invece Casaroli che parlò di realpolitik” (p. 162).

Casaroli continuava a difendere il principio di stabilità, contro l’interventismo del presidente americano. “Gli sforzi sovrumani compiuti dai servizi segreti sovietici e del Patto di Varsavia per infiltrarsi in Vaticano, per corrompere e reclutare i funzionari vaticani, e in tal modo ostacolare le iniziative della chiesa, coincise proprio con l’acme della Ostpolitik di Casaroli; di questo non ci può essere alcun dubbio. Più la Santa Sede era accomodante, più aggressivi si facevano il Kgb, l’Sb, la Stasi, i servizi segreti ungheresi, quelli bulgari e tutto il loro squallido apparato” (p. 210).

Si potrebbeaggiungere che in quegli stessi anni oltre 2.500 vescovi si riunirono a Roma per discutere sui problemi del mondo contemporaneo, ma il Concilio Vaticano II, malgrado la richiesta di 454 Padri conciliari di 86 paesi diversi, non disse una parola sul Leviatano comunista che estendeva la sua ombra sul mondo. Gli artefici dell’Ostpolitik erano convinti che con il comunismo si sarebbe dovuto convivere almeno un secolo. Invece, nel 1989, si sgretolò il Muro di Berlino. Giovanni Paolo II vi aveva dato il suo contributo.

sexta-feira, 5 de agosto de 2011

En el siglo XX fueron asesinados 45 millones de cristianos, la mayoría bajo el comunismo - El 65% eran miembros de iglesias católicas


El siglo pasado murieron 45 millones a manos de musulmanes y comunistas. Asesinatos, torturas, secuestros, esclavitud, tráfico de mujeres y niños se repiten todavía a diario en países como Sudán, Arabia Saudí, Indonesia, China, Vietnam, Egipto o Corea.


In Religión en Libertad

Los seguidores de Cristo sufren en muchos países una feroz persecución que pasa desapercibida al resto del mundo. Caroline Cox, una ciudadana inglesa empeñada en la liberación de esclavos cristianos subyugados por los fundamentalistas musulmanes, especialmente en Sudán, lanzaba hace unos años la siguiente cuestión: «Cuando una parte del Cuerpo de Cristo sufre, todo el cuerpo sufre. Por eso, me gustaría preguntar a todos los hermanos que están viviendo en la paz y la tranquilidad, ¿cuánto hacen por los hermanos perseguidos?».

El drama de los cristianos parece no existir. Los pueblos se dieron golpes de pecho al conocer la persecución nazi, y respiraron con cierta tranquilidad ante la caída del comunismo soviético a quien Occidente veía como una amenaza.

Sin embargo, en el siglo pasado, perecieron 45 millones de cristianos, es decir, el 65 por ciento del total de confesores de la historia de la Iglesia, (unos 70 millones), ¿quién habló de ello. Peter Hammond, experto en cuestiones sudanesas, opina: «Creo que se trata de la clásica mentalidad del Abc Anything But Cristianity (todo menos cristianismo); cuando las víctimas son los cristianos los medios de comunicación laicos no cuentan la historia».

Dos millones de asesinados
En Sudán, desde finales del XIX la población se ha visto sometida a un proceso de islamización; hace años comenzó a exaltarse de manera extremista una guerra santa para transformar el país en una república árabe-islámica.

Han muerto ya casi dos millones de cristianos. El cerebro de la operación, el jeque Hassan el Tourabi - llamado el «Maquiavelo de Jartum» - enunció en 1989 el credo que anima esa persecución: «La era del cristianismo se acabó. El 2000 será la era del Islam». Según la agencia Fides, en Sudán los islamizantes «son responsables del tráfico de adolescentes y jóvenes para ser vendidos en los mercados del Norte y Oriente Medio como esclavos y prostitutas».

En la periferia de Hajj Yssef, a pocos kilómetros de la capital, la Iglesia local había creado un centro polivalente para los refugiados en el cual los jóvenes eran alimentados, se les enseñaba catecismo, y se celebraba la Eucaristía. La mayoría de los refugiados eran cristianos. La población fue forzada a evacuar la zona y apañárselas en el desierto.

La intolerancia hacia los cristianos se clasifica en tres grados, como señala AIN: discriminación, discriminación con indicios de persecución, y persecución acuciante como en Sudán, China, Egipto, India, Indonesia o Timor Este, país con un 95% de cristianos, de los cuales 200 fueron masacrados por las milicias indonesias. Más tarde el acoso llegó a las Islas Molucas.

La discriminación consiste en prohibir símbolos religiosos en edificios y sobre el cuerpo, el acceso a un puesto de trabajo y el culto.


sexta-feira, 9 de julho de 2010

Para a rua, já!


Finalmente veio a público[1] aquilo que de há muito era conhecido de poucos. Foi o Cardeal Karol Wojtyla, futuro Papa João Paulo II, que despoletou aquela mobilização imensa da Igreja, Bispos, Sacerdotes e demais Fiéis - Leigos, Religiosos e Consagrados -, que varreu ou esmagou o assalto ao poder do totalitarismo comunista em Portugal, em 1975. De facto, nesse ano, tendo o, então, Bispo de Aveiro, D. Manuel de Almeida Trindade, ido a Roma como desabafasse com o Cardeal polaco K. Wojtyla sobre a situação política em que o país se encontrava, este, tomando conhecimento detalhado das circunstâncias, logo imperou "Vá para a rua, já!". Regressado a Portugal, de imediato, o Prelado cuidou de suscitar uma grande manifestação, na qual participou. Logo a iniciativa se propagou por várias Dioceses, Braga, Coimbra, Lamego, Leiria – a Igreja, em peso, desde os mais altos dignitários até ao mais simples dos fiéis, permaneceu na rua suscitando uma vaga que vem a culminar na Fonte Luminosa, em Lisboa, com Mário Soares a apropriar-se do movimento genuína e radicalmente católico. Talvez um dia, quando se escrever a história sem preconceitos ideológicos, o seu nome venha a figurar, como um apêndice menor numa nota de rodapé.

É verdade que a Virgem Maria revelou em Fátima que a Rússia poderia vir a espalhar, caso não houvesse verdadeira oração, penitência e conversão os seus tremendos e atrozes erros e pecados pelo mundo como, infelizmente, se veio a verificar. Seguramente, um dos mais graves foi o da legalização/liberalização do aborto, como consequência de uma visão do mundo materialista e ateia. Mas, não é por acaso, que um autor Católico, muito benquisto do vasto espectro de sensibilidades dos fiéis, G. K. Chesterton, adverte e profetiza que o maior dos perigos não vem de Moscovo mas sim de Manhattan (Nova York). A fusão ou “casamento” deste espírito com o de Moscovo gerou a mais hedionda e perigosa das serpes ideológicas ramificada em múltiplas cabeças cheias de perfídia e perversidade.

Supor que a farsa democrática, que se vive actualmente, é menos perigosa e nociva do que a de 1975 é o cúmulo da ingenuidade, ou da estupidez. Hoje, tanto ou mais do que ontem, é necessário ir “para a rua, já!” A começar por suas Excelências Reverendíssimas e suas Eminências, para dar o exemplo e animarem as tropas para o gigantesco combate a que não podemos nem devemos fugir. É tempo de deixarem as sacristias, o conforto dos Paços Episcopais, a letargia anestesiante das falsas amizades lisonjeiras, os silêncios, as ambiguidades e acomodações que bradam aos Céus.

Nem em 1975 se alcançou tanta soma de graves injustiças e de profundos males como nos dias de hoje.

Nuno Serras Pereira

09. 07. 2010



[1] Helena Matos, Os caixões com armas, Público, 8 de Julho de 2010:

A história é breve e leva-nos ao Portugal de Julho de 1975. O país declarava-se em processo revolucionário e o MFA desvalorizava o resultado das eleições burguesas, contrapondo-lhe a dinâmica da luta de classes. A Igreja Católica não tinha muitas ilusões sobre o que se seguiria, mas a habitual passividade da elite católica portuguesa, a par do receio de se ver conotada com o reaccionarismo, ia deixando os responsáveis eclesiásticos numa expectativa cada dia menos tranquila, mas muito tolhida.

Estava o país nestes transes quando o então bispo de Aveiro, Manuel de Almeida Trindade, se deslocou a Roma. Aí, num encontro com outros bispos, foi dando conta, no tom moderado, quase tímido, que dizem ter sido o seu, do que se passava em Portugal. Fosse por que tanta moderação lhe deu que pensar ou por qualquer outra razão, um dos bispos presentes perguntou ao bispo português se a Portugal já tinham chegado os caixões com armas. Ou seja, se os sectores não comunistas não só já tinham sido acusados de conspirar contra a revolução como de nessa actividade conspirativa terem perdido o respeito pelos mortos, transportando armas em caixões. O bispo de Aveiro respondeu que sim, que de facto os caixões com armas, ou, melhor dizendo, o boato acerca deles, já chegara a Portugal. Ao que o bispo que o interrogara lhe disse peremptoriamente "Vá para a rua, já!"

O homem que tão aguerrido conselho deu ao bispo de Aveiro chamava-se Karol Wojtyla e sabia por experiência própria que a acusação dos caixões com armas era recorrente em todos os processos de conquista do poder pelos partidos comunistas e que seria isso que ia acontecer em Portugal, caso os democratas, e entre eles os católicos, não fossem para a rua defender as suas posições.

Independentemente de Karol Wojtyla ter ou não operado os milagres que aos olhos dos católicos o podem tornar santo, era certamente um homem de grande intuição política e um orador dotado de invejáveis dotes de persuasão, pois a verdade é que o bispo de Aveiro, uma vez regressado a Portugal, se deixou de reservas e foi mesmo para a rua: a 13 de Julho de 1975 teve lugar em Aveiro a grande "Manifestação dos Cristãos" e desde essa data o bispo de Aveiro e boa parte dos dirigentes católicos não mais saíram da rua até Novembro de 1975. As manifestações de católicos repetiram-se em Coimbra, Lamego, Leiria e Braga, tornando-se evidente que a Igreja não estava com o MFA e muito menos com a revolução.

Nos últimos tempos tenho-me lembrado não dos caixões com armas propriamente ditos, se é que eles alguma vez existiram, mas daquilo que eles representam enquanto recurso da agitação e propaganda: um inimigo imaginário que todos os dias é invocado para manter o povo em constante frenesi. Este, entretido nessa verdadeira caça aos gambuzinos, não tem tempo ou sequer a possibilidade de reflectir na catadupa de actos que estão a ser praticados por aqueles que detêm o poder. Vistos à distância, seja esta distância temporal, como acontece com o PREC, ou geográfica, veja-se o caso das diatribes de Chavez na Venezuela, estes procedimentos de agitprop são sempre óbvios e patéticos. Mas para quem vive imerso neles é como se não houvesse tempo ou disponibilidade para mais nada.

Em 1975, em Portugal, faltavam bens essenciais, os serviços públicos funcionavam nos intervalos das greves, a tropa levava o dia em plenários, milhões de cidadãos com nacionalidade portuguesa andavam às voltas em África, mas nada era mais importante que correr atrás dos fascistas. E todos os dias se vislumbravam mais fascistas, pese há meses não se fazer mais nada senão combater os fascistas.

Em 2010, os caixões com armas continuam a andar por aí. Agora não estão ao serviço do capital, pois o socialismo de Estado que nos rege precisa desesperadamente que a actividade privada pague os impostos indispensáveis quer à manutenção da mitologia do Estado providência, quer à prosperidade da oligarquia que faz negócios, gere e manda como se o Estado fosse coisa sua. Neste PREC contemporâneo a igualdade nos bens materiais não é assunto que mobilize as massas, até porque estas foram percebendo, à sua dolorosa custa, que quanto mais igualdade lhes prometem, mais pobres ficam. O homem novo pode ser pobre ou rico, tudo depende da sua relação com o Estado e não com o capital. O desígnio da igualdade transferiu-se do capital para o corpo. E neste novo campo de batalha todos os dias há uma desigualdade que urge exterminar: a humanidade deixou de se dividir nos desigualíssimos homens e mulheres para passarmos todos a pessoas.

Portugal levou os últimos meses pendente desse enorme combate que foi o do fim da desigualdade dos homossexuais que não se podiam casar. Agora que se celebrou o extraordinário cômputo de 18 casamentos entre pares homossexuais já nos foi anunciado que vai ser atacada a enorme desigualdade que recai sobre os casais homossexuais ao não se lhes permitir que se altere a filiação das crianças de modo a que estas tenham dois pais ou duas mães. Como boa parte deste nosso PREC actual é decalcado do espanhol, nomeadamente a governamentalização e controlo pelos partidos socialistas no poder em ambos os países das associações que dizem combater as desigualdades, não é muito difícil perceber o que aí vem: sob o lema da Diversidade Afectivo-Sexual a disciplina de Educação Sexual vai ser palco de inúmeras polémicas nas escolas sobre o modelo de família que se deve apresentar às crianças. Como os tempos vão de crise não teremos por enquanto cursos de masturbação para adolescentes como aconteceu em Espanha, por sinal numa das zonas mais pobres daquele país e em que o desemprego entre os jovens atinge os valores estratosféricos de 44 por cento. Mas teremos certamente uma enorme atenção às pessoas transgénero que agora se descobriu que devem poder mudar de género por via administrativa.

Nada disto se traduz em mais direitos ou mais respeito para com estas pessoas, pela mesma razão por que também não acabámos um país rico em 1975: o que se pretende não é melhorar a vida das pessoas. É sim servir-se delas como se torna óbvio quando alguém um dia cansado de tanta palermice diz em voz alta aquilo que muitos sussurram. Foi isso que aconteceu há 35 anos. Em Novembro de 1975, estávamos nós naquele nunca mais acabar de fascistas, quando o almirante Pinheiro de Azevedo, ao ser apelidado fascista pelos operários que cercavam a Assembleia Constituinte, também ela cheia de deputados ditos fascistas, se saiu com aquele grito de alma do "bardamerda mais o fascista" que deu conta do cansaço de um país onde os fascistas eram ainda mais raros que o bacalhau e o leite, mas onde a troco de tudo e de nada se era chamado fascista. Quando, semanas depois, um golpe militar mandou as armas para os quartéis, as pessoas para casa e os caixões para os cemitérios, o que nos sobrava era um país cheio de gente desejosa de levar uma vida normal e de ser governada por quem se preocupasse em assegurar um futuro melhor ao país e ao povo.

Quando acabar o presente frenesi do combate à desigualdade, à homofobia e a todas as outras fobias e ismos que nos capturam o tempo e a atenção, o que sobrará? Infelizmente não creio que desta vez vá ser tão fácil quanto em 1975. As pessoas e os países recuperam muito rapidamente das convulsões que põem em causa os bens materiais. O mesmo não se pode dizer das medidas de engenharia social que afectam a família.

As crianças que agora andam para aí quais pioneiros na capa da Vida Soviética a ilustrar as maravilhas de terem dois pais, duas mães, apenas pai ou apenas mãe, a serem exibidas no Arraialito Gay e nas capas das revistas como sinal exterior das circunstâncias de vida de quem lhes chama suas como se fossem objectos, um dia vão perguntar-nos o que andávamos a fazer neste início do século XXI. Tanto quanto se sabe, estes ajustes de memória causam dores muito superiores aos de qualquer PREC e não costumam sequer dar histórias que gostemos de ouvir e muito menos de contar.