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sábado, 10 de novembro de 2012

Luces y sombras del concilio. La laguna que Juan Pablo II quiso colmar - de Sandro Magister

 In Chiesaespressonline

Se refería a la acción misionera de la Iglesia. La génesis del decreto conciliar "Ad gentes" y de la encíclica de 1990 "Redemptoris missio" en las memorias inéditas del padre Piero Gheddo, que trabajó en la redacción de ambos documentos

ROMA, 9 de noviembre de 2012 – En el sínodo de octubre pasado sobre la nueva evangelización ha causado impresión la crítica dirigida por el cardenal indio Telesphore Placidus Toppo a esas órdenes religiosas que actúan "como multinacionales para responder a las necesidades materiales de la humanidad, olvidando que el objetivo principal de su fundación era traer el Kerygma, el Evangelio, a un mundo perdido".

La crítica no es nueva. Y ha sido dirigida por los últimos papas, en numerosas ocasiones, a la generalidad de la Iglesia católica, alentada para que reavive su enfriado espíritu misionero.

El punto de inflexión fue el concilio Vaticano II.

"Hasta el concilio la Iglesia vivía una estación de fervor misionero hoy inimaginable", recuerda el padre Piero Gheddo, del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, que fue uno de los expertos llamados al concilio por Juan XXIII para trabajar en la redacción del documento sobre las misiones.

Pero después hubo un colapso repentino. Tanto es así que en 1990, veinticinco años después de la aprobación del decreto conciliar "Ad gentes", Juan Pablo II sintió la necesidad de dedicar a las misiones una encíclica, la "Redemptoris missio", precisamente para despertar a la Iglesia de su letargo.

Padre Gheddo fue llamado para trabajar en la redacción de esta encíclica. Y dice:

"Juan Pablo II, con la 'Redemptoris missio', deseaba ciertamente confirmar el decreto conciliar 'Ad gentes', pero quería también colmar una laguna de ese texto, muy bello, pero apresurado e incompleto. Es decir, quería tratar temas que en el Vaticano II había sido examinados con demasiada prisa, o incluso se habían ignorado. Puedo afirmar esto, pues me reuní varias veces con el Papa mientras yo preparaba las tres redacciones del documento, entre octubre de 1989 y julio de 1990".

En estas semanas el padre Gheddo – que tiene 83 años, ha realizado numerosos viajes a todos los continentes, ha escrito más de 80 libros traducidos en distintos idiomas y ha sido, hasta 2010, director de la oficina histórica del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras – está poniendo en orden sus memorias concernientes el concilio, y el postconcilio. Algunos de sus apuntes han sido publicados por Zenit y Asia News.


DURANTE EL CONCILIO


Sobre el caso del decreto conciliar "Ad gentes", que él ayudó a escribir, padre Gheddo dice:

"El decreto tuvo un camino muy laborioso y controvertido. Ante todo, las exigencias y las soluciones propuestas por los padres conciliares eran muy distintas según los continentes. Por poner un ejemplo que recuerdo bien: las Iglesias asiáticas, ricas de vocaciones y con una antigua tradición de celibato en las religiones locales, insistían en mantener el celibato sacerdotal; desde América Latina y África, en cambio, algunos episcopados pedían su abolición, o la admisión del clero casado bajo ciertas condiciones".

El documento corrió el riesgo incluso de ser cancelado. Sigue el relato de padre Gheddo:

"Las dificultades aumentan cuando el 23 de abril de 1964, entre la II y la III sesión conciliar, la secretaría del concilio manda una carta a nuestra comisión: el esquema sobre las misiones debe reducirse a pocas propuestas.  Ya no debía ser un texto largo y razonado, sino una simple enumeración de propuestas. La idea era simplificar los trabajos del concilio para que éste concluyera con la III sesión. Algunos textos basilares podía ser bastante amplios; otros, considerados menos importantes, tenían que limitarse a pocas páginas de propuestas. Era voz común que los gastos para los padres conciliares, unos 2.400 en total, y el aparato del concilio eran totalmente insostenibles para la Santa Sede".   

"La comisión de las misiones trabajaba a marchas forzadas, también por la noche, para respetar esta petición, concentrando el texto en 13 propuestas. Pero apenas la noticia se difunde entre los obispos llegan las protestas, algunas vehementes como la del cardenal Frings de Colonia, que envía una carta a los obispos alemanes y a otros, incitándoles a protestar: “¡Pero cómo! ¿Se afirma que el esfuerzo misionero es esencial para la Iglesia y después se quiere reducirlo a pocas páginas? Incomprensible, imposible, inaceptable”".

"Un grupo de obispos pide la abolición del documento sobre las misiones, integrando el material en la constitución "Lumen gentium" sobre la Iglesia. Otros, en cambio, más numerosos y aguerridos (entre ellos había misioneros 'de foresta' que con solo verlos era imposible decirles que no), proceden a ponerse en contacto personalmente, uno por uno, con todos los padres conciliares, conquistando seguidores. La batalla en el aula se concluye con éxito: solo 311 padres conciliares se pronuncian en favor del documento sobre las misiones reducido a 13 propuestas;  los otros 1.601 piden que el decreto misionero se salve integralmente. Su suerte se renvía a la IV sesión del concilio, la más larga de todas, desde el 14 de septiembre al 8 de diciembre de 1965".

Uno de los puntos de controversia se refiere al papel de la congregación vaticana  "de Propaganda Fide":

"Por un lado se solicitaba incluso la abolición de la congregación para la evangelización de los no cristianos. Por otra, muchos padres pedían que se potenciara aún más para así recuperar su papel guía, superando así la función sólo jurídica y de financiación de las diócesis misioneras que hasta ese momento había asumido.

"Efectivamente, desde su nacimiento en 1622 hasta principios del siglo XX, 'Propaganda Fide' había tenido un papel fuerte, vigoroso, en la estrategia y en la guía concreta del trabajo misionero, como también en la vida de los institutos y de los mismos misioneros. Pero posteriormente su papel se redujo, mientras adquiría mayor fuerza la secretaría de Estado, con las relativas nunciaturas apostólicas. No pocos obispos querían, por tanto, reforzar la congregación de las misiones, de cuya libertad de acción sentían la necesidad, para garantizar así su misma libertad".

La petición de estos obispos misioneros  no llegó a buen puerto – dice padre Gheddo – "también porque la tendencia a la centralización y unificación del gobierno de la Iglesia era, quizás, inevitable".

Viceversa, sobre otro punto controvertido, a un grupo de obispos de las regiones amazónicas el éxito les sonrió:

"Es un hecho que he seguido personalmente", recuerda padre Gheddo. "Mons. Arcangelo Cerqua del PIME, prelado de Parintins en la Amazonia brasileña, y Mons. Aristide Pirovano, también él del PIME, prelado de Macapà en Amazonia, se hicieron promotores de una 'acción cabildea' que llevó a incluir en el decreto 'Ad gentes', en el último momento, la nota 37 del capítulo 6, que equipara las prelaturas de la Amazonia brasileña (en esa época 35), pero también muchas otras de América Latina, con los territorios misioneros dependientes de 'Propaganda Fide'. Sin esta equiparación, América Latina habría quedado excluida de las ayudas de las pontificias obras misioneras de las cuales se beneficia actualmente.

"En la votación decisiva, en noviembre de 1965, 117 padres de América Latina rechazan el texto presentado a votación, que no menciona para nada las prelaturas. Demasiado pocos, sobre un total de 2.153 votantes. Sin embargo, contemporáneamente, otros 712 padres votan a favor pero "iuxta modum", obligando por lo tanto a rescribir el texto porque no había sido plenamente aprobado por los dos tercios de los votantes. De esta manera se consiguió hacer incluir las prelaturas de América Latina entre los territorios que reciben ayuda de las pontificias obras misioneras".

Comenta padre Gheddo:

"Hechos como estos, pero también otros muchos, como por ejemplo la aprobación de la colegialidad del Papa con el episcopado, confirman la evidente intervención del Espíritu Santo guiando la asamblea del Vaticano II".

Esto no impide – prosigue padre Gheddo –  que en el intervalo entre la III y la IV sesión del Vaticano II "había en la comisión un sentimiento de ansia, en alguno incluso casi de desesperación".

"El texto enviado a los obispos en el verano de 1965 era cinco veces más extenso que las precedentes 13 propuestas a las cuales se había intentado reducirlo. Parecía un éxito increíble. Pero la responsabilidad más grande para la comisión de redacción llega después. Los meses decisivos son octubre y noviembre. Se enriquece el texto con muchas de las observaciones sugeridas por los obispos.  En noviembre hay veinte votaciones que lo aprueban con una gran mayoría, pero con más de 500 páginas de 'modos', de sugerencias, de propuestas en el aula que siguen pidiendo adiciones, correcciones, distintas formulaciones. Faltaba menos de un mes para que terminara el concilio y ¡parecía que había que empezar desde el principio!

"Después, misteriosamente, al final todo se arregló. El conjunto del decreto se aprueba en la última sesión pública con 2.394 votos favorables y sólo 5 en contra, el más alto nivel de unanimidad en las votaciones de todo el concilio. '¡El Espíritu Santo existe verdaderamente!', exclamó el cardenal Agagianian, prefecto de 'Propaganda Fide' y uno de los cuatro moderadores de la asamblea".


DESPUÉS DEL CONCILIO


Una vez ya en el inmediato postconcilio, sin embargo, el sueño de un nuevo Pentecostés misionero cedió el paso a una tendencia opuesta. Recuerda padre Gheddo:

"Se reducía la obligación religiosa de evangelizar a compromiso social: lo importante es amar al prójimo, hacer el bien, dar testimonio de servicio, como si la Iglesia fuese una agencia de ayuda y de socorro de emergencia para remediar a las injusticias y las plagas de la sociedad. Se exaltaban el análisis 'científico' del marxismo y el tercermundismo. Se proclamaban como verdades tesis del todo falsas: por ejemplo, que no es importante que los pueblos se conviertan a Cristo, con tal que acojan el mensaje de amor y paz del Evangelio".

Estas tendencias se manifiestan también entre los obispos que participan, en 1974, al sínodo sobre la evangelización. Es Pablo VI, con la exhortación apostólica postsinodal "Evangelii nuntiandi" de 1975, quien reafirma con fuerza que "incluso el testimonio más bello se revelará a la larga impotente si el nombre, la enseñanza, la vida y las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, no son proclamados".

"Pero no se escuchó a Pablo VI", comenta padre Gheddo. Y también su sucesor, Juan Pablo II, con la encíclica "Redemptoris missio" de 1990 tuvo que enfrentarse a un muro de incomprensión.

Recuerda padre Gheddo, que colaboró con el Papa en la redacción de la misma:

"No pocos, en la curia vaticana, contestaron esa encíclica antes incluso de que saliera. Decían: 'Una encíclica es demasiado, sería suficiente una carta apostólica, como se hace para el aniversario de un texto conciliar'. Pero también después de su salida la 'Redemptoris missio' fue infravalorada en la Iglesia por teólogos, "misiologos", revistas misioneras. Decían: 'No dice nada nuevo'. Pero en cambio introducía temas nuevos y absolutamente revolucionarios, nunca mencionados por el decreto conciliar 'Ad gentes', como por ejemplo en el capítulo titulado 'Promover el desarrollo, educando las conciencias'. Tenía razón Juan Pablo II cuando constataba que en la historia de la Iglesia el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, y como su disminución es signo de una crisis de fe".

Prosigue padre Gheddo:

"Observando hoy las revistas y los libros, los congresos, las campañas de entes y organismos misioneros, uno se pregunta si la 'Redemptoris missio' es conocida y vivida. Digamos la verdad. La gravísima disminución de las vocaciones misioneras depende también de cómo se presenta la figura del misionero y la misión ad gentes.

"Hace medio siglo se hacían vigilias y marchas misioneras haciendo hablar a los misioneros sobre el terreno, pidiendo a Dios más vocaciones para la misión ad gentes y animando a los jóvenes a ofrecer sus vidas por las misiones. Hoy prevalece la movilización sobre temas como la venta de armas, la recogida de firmas contra la deuda externa de los países africanos, el agua como bien público, la deforestación, etc. Cuando temas como estos adquieren el peso mayor en la animación misionera, es inevitable que el misionero quede reducido a un operador social y político.

"Pregunto: ¿se puede pensar que un joven o una chica que han sido educados para denunciar y protestar, para recoger firmas contra las armas o la deuda externa, puedan sentirse atraídos por convertirse en misioneros? Para tener más vocaciones misioneras es necesario que los jóvenes sientan fascinación por el Evangelio y la vida en la misión, que se enamoren de Jesucristo, la única riqueza que tenemos. Todo el resto viene por consiguiente".


UNA NOTA DE CONFIANZA


Con Benedicto XVI se ha puesto en primer plano la lucha contra el relativismo, contra la idea de que todas las religiones se equivalen y son vías de salvación. Entre los muchos textos de este pontificado sobre el tema, está la nota doctrinal de la congregación para la doctrina de la fe sobre algunos aspectos de la evangelización.

Comenta padre Gheddo:

"La nota fue deseada y aprobada por el Papa, y se publicó el 3 de diciembre de 2007, fiesta del misionero por excelencia, San Francisco Javier; sin embargo, ha sido prácticamente ignorada por la prensa católica y misionera, cuando en cambio es un texto que los institutos misioneros diocesanos, la prensa, los grupos y las asociaciones misioneras deberían conocer y debatir para tener un punto de referencia concreto en el clima de secularización y relativismo que corre el riesgo de hacernos perder la brújula de la recta vía".

Pero no obstante todo esto, padre Gheddo sigue teniendo confianza y para confirmarlo, de un tirón, indica algunas cifras:

"Hoy hay demasiado pesimismo sobre la eficacia de la misión entre los no cristianos. La realidad es distinta. En la milenaria historia de la Iglesia no hay ningún continente que se haya convertido a Cristo tan rápidamente como África. En 1960 los católicos africanos eran aproximadamente 35 millones, con 25 obispos locales; hoy son 172 millones, con casi 400 obispos africanos. Según el Pew Research Center de Washington, en 2010, en toda África, los cristianos y los musulmanes tenían, ambos, poco menos de 500 millones de fieles, pero sólo en África negra, al sur del Sahara, los cristianos son 470 millones y los musulmanes 234.

"En 1960 en Asia había 68 obispos asiáticos y en ningún país se notaba un crecimiento sostenido de los bautizados. Sólo en la India había un buen índice de conversiones y aquí, hoy, los católicos son al menos 30 millones, el doble de la cifra declarada. Lo mismo vale para Indonesia, Sri Lanka, Birmania, Vietnam, donde los católicos son ya el 10 por ciento de los 85 millones de vietnamitas, con numerosas conversiones y vocaciones. En 1949, cuando Mao subió al poder, China tenía 3,7 millones de católicos; hoy, no obstante la persecución, se estima que hay 12-15 millones y los cristianos en su conjunto son 45-50 millones. En Corea del Sur, donde la religión es libre y las estadísticas son creíbles, los católicos son más de 5 millones, el 10,3 por ciento de los surcoreanos, y los cristianos, en total, el 30 por ciento.

"El efecto positivo del concilio y de los papas es evidente en la promoción de las jóvenes Iglesias, que hoy son misioneras fuera de los propios países y hacia Occidente. Los estereotipos como que la misión ad gentes se ha acabado y que no tiene eficacia deben ser borrados, porque no corresponden a la realidad de los hechos.

"Juan Pablo II escribió en la 'Redemptoris missio': 'La misión ad gentes está todavía en los comienzos'. No conocemos los planes de Dios, pero probablemente también este periodo de estancamiento de la misión ad gentes tiene su significado positivo. Lo entenderemos, tal vez, dentro de medio siglo".

__________


El decreto del concilio Vaticano II sobre las misiones de 1965:

> "Ad gentes"

La exhortación apostólica de Pablo VI de 1975:

> "Evangelii nuntiandi"

La encíclica de Juan Pablo II de 1990:

> "Redemptoris missio"

Ombres et lumières du concile. La lacune que Jean-Paul II voulut combler - par Sandro Magister

In Chiesaespressonline

Elle concernait l'action missionnaire de l'Église. La genèse du décret conciliaire "Ad gentes" et de l'encyclique "Redemptoris missio" de 1990 dans les mémoires inédits du père Piero Gheddo, qui a travaillé à la rédaction de ces deux documents 
ROME, le 9 novembre 2012 – Lors du synode du mois dernier consacré à la nouvelle évangélisation, le cardinal indien Telesphore Placidus Toppo a produit une forte impression quand il a critiqué ceux des ordres religieux qui agissent "comme des multinationales pour répondre aux besoins matériels de l’humanité mais oublient que le principal objectif pour lequel ils ont été créés est de porter le 'kérygme', l’Évangile, à un monde perdu".

Cette critique n’est pas nouvelle. Et les derniers papes l’ont adressée, à plusieurs reprises, à l’ensemble de l’Église catholique, qu’ils ont incitée à raviver son esprit missionnaire refroidi.

Le renversement de tendance a eu lieu au moment du concile Vatican II.

"Jusqu’au concile, l’Église a vécu une période de ferveur missionnaire qui est inimaginable aujourd’hui", rappelle le père Piero Gheddo, de l’Institut Pontifical des Missions Étrangères, qui fut l’un des experts appelés au concile par Jean XXIII pour travailler à la rédaction du document relatif aux missions.

Mais, ensuite, il y a eu un écroulement soudain. C’est tellement vrai que, en 1990, vingt-cinq ans après l'approbation du décret conciliaire "Ad gentes" ["Vers les peuples"], Jean-Paul II a ressenti la nécessité de consacrer aux missions une encyclique, "Redemptoris missio", précisément pour secouer l’Église et la faire sortir de sa torpeur.

Le père Gheddo fut également appelé à travailler à la rédaction de cette encyclique. Il affirme :

"Avec 'Redemptoris missio', Jean-Paul II voulait certainement confirmer le décret conciliaire 'Ad gentes', mais il voulait également combler une lacune de ce texte, très beau mais rédigé hâtivement et incomplet. C’est-à-dire qu’il voulait traiter des thèmes qui, lors du concile Vatican II, avaient été examinés de manière hâtive ou même carrément laissés de côté. Et je peux bien dire cela puisque j’ai rencontré le pape à plusieurs reprises pendant que je préparais les trois moutures du document, entre les mois d’octobre 1989 et de juillet 1990".

Ces derniers temps, le père Gheddo – qui a 83 ans, a fait d’innombrables voyages sur tous les continents, a écrit plus de 80 livres qui ont été traduits en plusieurs langues et a été jusqu’en 2010 le directeur du service historique de l’Institut Pontifical des Missions Étrangères – remet de l’ordre dans ses mémoires concernant le concile et l’après-concile. Certains de ses textes ont été repris par les agences de presse Zenit et Asia News.


PENDANT LE CONCILE


En ce qui concerne le décret conciliaire "Ad gentes", à la rédaction duquel il a contribué, le père Gheddo dit ceci :

"Le décret a connu un cheminement on ne peut plus laborieux et semé de difficultés. Tout d’abord, les exigences et les solutions qui ont été présentées par les pères conciliaires variaient beaucoup en fonction du continent d’où ils venaient. Pour ne citer qu’un seul exemple, dont je me souviens bien : les Églises asiatiques, qui étaient riches en vocations et présentes dans des pays où les religions locales avaient une longue tradition de célibat, demandaient de manière insistante que le célibat sacerdotal soit maintenu ; au contraire, certains épiscopats d'Amérique Latine et d'Afrique en demandaient l'abolition, ou bien l'admission d’un clergé marié, à certaines conditions".

Le document a même couru le risque d’être annulé. Le père Gheddo poursuit son récit :

"Les difficultés augmentent quand, le 23 avril 1964, entre la IIe et la IIIe session conciliaire, le secrétariat du concile adresse à notre commission une lettre indiquant que le schéma relatif aux missions doit être réduit à quelques propositions. Il n’est plus question d’un texte long et argumenté, mais d’une simple liste de propositions. Il s’agit là d’une tentative de simplification des travaux du concile, pour que celui-ci s’achève avec la IIIe session. Certains textes de base peuvent être assez longs ; d’autres, étant considérés comme moins importants, doivent être limités à quelques pages de propositions. On entendait dire un peu partout que les dépenses engagées pour les pères conciliaires – il y en avait environ 2 400 en tout - et pour la machine du concile étaient tout à fait insoutenables pour le Saint-Siège.

"La commission des missions travaille à toute vitesse, y compris de nuit, afin de répondre à cette demande, en concentrant le texte en 13 propositions. Mais à peine la nouvelle s’est-elle répandue parmi les évêques que les protestations arrivent ; certaines d’entre elles sont véhémentes, comme celle du cardinal Frings, archevêque de Cologne, qui envoie des lettres aux évêques allemands et à d’autres, dans lesquelles il les invite à protester : Mais comment ! On affirme que l’effort missionnaire est essentiel pour l’Église et voilà que l’on veut le réduire à un texte de quelques pages ? C’est incompréhensible, impossible, inacceptable".

"Un groupe d’évêques demande que le document relatif aux missions soit supprimé et que son contenu soit intégré dans la constitution "Lumen gentium" concernant l’Église. D’autres, au contraire, plus nombreux et plus combatifs (il y a, parmi eux, des missionnaires 'de brousse' à qui, rien qu’en les voyant, on ne peut pas dire non), établissent des contacts personnels avec tous les pères conciliaires, l’un après l’autre, et font des adeptes. La bataille en séance se termine par un succès : 311 pères conciliaires seulement se prononcent en faveur du document relatif aux missions réduit à 13 propositions, tandis que 1 601 d’entre eux demandent que le décret missionnaire soit conservé dans son intégralité. La décision concernant son sort est renvoyée à la IVe session du concile, la plus longue de toutes, qui dure du 14 septembre au 8 décembre 1965".

L’un des points controversés concerne le rôle de la congrégation vaticane "de Propaganda Fide" :

"D’un côté, certains demandaient carrément la suppression de la congrégation pour l'évangélisation des non-chrétiens. Au contraire, beaucoup de pères conciliaires demandaient que celle-ci soit renforcée, afin qu’elle retrouve un rôle de guide, dépassant ainsi la fonction uniquement juridique et de financement des diocèses missionnaires qu’elle en était venue à assumer.

"En effet, depuis sa naissance en 1622 jusqu’au début du XXe siècle, 'Propaganda Fide' a eu un rôle fort, vigoureux, dans la stratégie et dans la conduite concrète du travail missionnaire, ainsi que dans la vie des instituts et des missionnaires eux-mêmes. Mais ensuite son rôle s’est réduit, tandis que la secrétairerie d’état gagnait en puissance, à travers les nonciatures apostoliques qui dépendaient d’elle. Des évêques missionnaires en assez grand nombre voulaient donc renforcer la congrégation des missions, dont la liberté d’action leur paraissait très nécessaire, comme garantie de leur propre liberté".

Si la demande de ces évêques missionnaires n’a pas été couronnée de succès – dit le père Gheddo – "c’est aussi parce que la tendance à la centralisation et à l’unification du gouvernement de l’Église était peut-être inévitable".

Inversement, sur un autre point controversé, un groupe d’évêques des régions amazoniennes a connu le succès :

"C’est une affaire que j’ai suivie personnellement", se rappelle le père Gheddo. "Mgr Arcangelo Cerqua, de l’IPME (Institut Pontifical pour les Missions Étrangères), prélat de Parintins en Amazonie brésilienne, et Mgr Aristide Pirovano, lui aussi membre de l’IPME, prélat de Macapà en Amazonie, se firent les promoteurs d’une opération de 'lobbying' qui aboutit à insérer dans le décret 'Ad gentes', au dernier moment, la note 37 du chapitre 6. Celle-ci crée une équivalence entre d’une part les prélatures de l'Amazonie brésilienne (à l’époque il y en avait 35) mais également beaucoup d’autres situées en Amérique latine, et d’autre part les territoires missionnaires dépendant de 'Propaganda Fide'. Sans cette mise en équivalence, l'Amérique latine serait restée exclue des aides fournies par les œuvres pontificales missionnaires, dont elle bénéficie aujourd’hui.

"Lors du vote décisif, au mois de novembre 1965, le texte soumis au vote, qui ne parle pas des prélatures, est rejeté par 117 pères conciliaires d'Amérique latine. C’est trop peu, sur un total de 2 153 votants. Toutefois, dans le même temps, 712 autres pères votent en faveur du texte, mais "iuxta modum", ce qui oblige à le réécrire, parce qu’il n’a pas été pleinement approuvé par les deux tiers des votants. Et c’est ainsi qu’il a été possible de faire figurer les prélatures d’Amérique Latine parmi les territoires aidés par les œuvres pontificales missionnaires".

Commentaire du père Gheddo :

"Des faits tels que ceux-là, mais également beaucoup d’autres, comme par exemple l’approbation de la collégialité du pape avec l’épiscopat, sont une confirmation de l'évidente intervention du Saint-Esprit dans la conduite de l'assemblée de Vatican II".

Ce qui n’empêche pas – poursuit le père Gheddo –  que, dans l'intervalle entre la IIIe et la IVe session de Vatican II, "il y ait eu en commission un sentiment d’anxiété qui, chez certains, allait presque jusqu’au désespoir".

"Le texte envoyé aux évêques pendant l’été 1965 était cinq fois plus long que les 13 propositions précédentes auxquelles on avait tenté de le réduire. Cela paraissait un succès incroyable. Mais, pour la commission de rédaction, le plus gros effort est venu ensuite. Les mois décisifs sont octobre et novembre. Le texte est enrichi d’un grand nombre des observations suggérées par les évêques. En novembre, il y a vingt votes qui l’approuvent à une large majorité, mais avec 500 autres pages de 'modi', de suggestions, de propositions en séance qui rendent nécessaires d’autres additions, corrections, formulations différentes. On était à moins d’un mois de la fin du concile et on avait encore presque l’impression qu’il allait falloir recommencer à partir du début !

"Et puis, mystérieusement, à la fin tout s’arrange. L'ensemble du décret est approuvé lors de la dernière séance publique par 2 394 voix pour et seulement 5 voix contre, ce qui est le plus haut niveau d’unanimité de tous les votes du concile. 'Le Saint-Esprit est vraiment là !', s’est exclamé le cardinal Agagianian, alors préfet de 'Propaganda Fide' et l’un des quatre modérateurs de la séance".


APRÈS LE CONCILE


Toutefois, dès le tout début de l’époque postconciliaire, le rêve d’une nouvelle Pentecôte missionnaire a cédé le pas à une tendance opposée. Le père Gheddo se souvient :

"On réduisait l'obligation religieuse d’évangéliser à un engagement social : l'important est d’aimer son prochain, de faire du bien, de donner un témoignage de service aux autres, comme si l’Église était une agence d’aide et d’intervention rapide pour porter remède aux injustices et aux maux de la société. On exaltait l'analyse 'scientifique' du marxisme et le tiers-mondisme. On proclamait comme des vérités des thèses complètement fausses, par exemple celle selon laquelle il n’est pas important que les peuples se convertissent au Christ, du moment qu’ils accueillent le message d’amour et de paix de l’Évangile".

Ces tendances se manifestent également chez les évêques qui prennent part, en 1974, au synode consacré à l'évangélisation. C’est Paul VI qui, dans l'exhortation apostolique post-synodale "Evangelii nuntiandi" de 1975, réaffirme avec force que "même le plus beau témoignage se révèlera inefficace à long terme si le nom, l'enseignement, la vie et les promesses, le règne, le mystère de Jésus de Nazareth, Fils de Dieu, ne sont pas proclamés".

"Mais Paul VI n’a pas été écouté", commente le père Gheddo. Et son successeur Jean-Paul II, lorsqu’il publia l'encyclique "Redemptoris missio" en 1990, se heurta lui aussi à un mur d’incompréhension.

Le père Gheddo, qui collabora avec le pape pour la rédaction de ce texte, se souvient :

"Des membres de la curie du Vatican en assez grand nombre contestèrent cette encyclique avant même qu’elle ne soit publiée. Ils disaient : 'Une encyclique, c’est trop, une lettre apostolique peut suffire, comme c’est le cas pour l'anniversaire d’un texte conciliaire'. Mais même après sa publication l’encyclique 'Redemptoris missio' a été sous-estimée dans l’Église, par des théologiens, des missiologues, des revues missionnaires. Ils affirmaient : 'Elle ne dit rien de nouveau'. Alors que, au contraire, elle introduisait des thèmes nouveaux et absolument révolutionnaires qui n’avaient même pas été effleurés par le décret conciliaire 'Ad gentes', comme c’est le cas par exemple dans le chapitre intitulé 'Promouvoir le développement en éduquant les consciences'. Jean-Paul II avait raison de constater que, dans l’histoire de l’Église, l’élan missionnaire a toujours été un signe de vitalité et sa diminution le signe d’une crise de la foi".

Et le père Gheddo de poursuivre :

"Aujourd’hui, lorsque l’on observe les revues et les livres, les congrès, les campagnes organisées par des organismes missionnaires, on en vient à se demander si 'Redemptoris missio' est connue et vécue. Disons la vérité. La très grave diminution des vocations missionnaires tient également à la manière de présenter la figure du missionnaire et la mission vers les peuples.

"Il y a un demi-siècle, on organisait des veillées et des marches missionnaires à l’occasion desquelles on faisait parler les missionnaires de terrain ; on demandait à Dieu davantage de vocations pour la mission vers les peuples et on encourageait les jeunes à offrir leur vie pour les missions. Aujourd’hui, ce qui prédomine, c’est la mobilisation sur des thèmes tels que les ventes d’armes, la collecte de signatures contre la dette extérieure des pays africains, l’eau comme bien commun, la déforestation, etc. Lorsque des thèmes comme ceux-là sont ceux qui ont le plus de poids dans l'animation missionnaire, il est inévitable que le missionnaire soit réduit au rôle d’opérateur social e politique.

"Je pose la question : peut-on imaginer qu’un jeune homme ou une jeune femme se sentiront incités à devenir missionnaires, si leur éducation leur apprend à critiquer et à protester, à recueillir des signatures contre les armes ou contre la dette extérieure ? Pour qu’il y ait davantage de vocations missionnaires il faut fasciner les jeunes en leur faisant connaître l’Évangile et la vie de mission, faire en sorte qu’ils se mettent à aimer Jésus-Christ, la seule richesse que nous ayons. Tout le reste en découle".


UNE NOTE DE CONFIANCE


Avec Benoît XVI, la lutte contre le relativisme, contre l'idée que toutes les religions sont équivalentes et constituent des voies de salut, est passée au premier plan. Parmi les nombreux textes de ce pontificat qui portent sur ce sujet, il y a la note doctrinale de la congrégation pour la doctrine de la foi relative à certains aspects de l’évangélisation.

Commentaire du père Gheddo :

"Cette note a été voulue et approuvée par le pape ; elle a été publiée le 3 décembre 2007, fête du missionnaire par excellence qu’est saint François Xavier ; et pourtant elle a été presque passée sous silence par la presse catholique et missionnaire, alors que c’est un texte que les instituts missionnaires diocésains, la presse, les groupes et les associations missionnaires devraient connaître et discuter pour avoir un point de référence précis dans le climat de sécularisation et de relativisme qui risque de nous faire perdre le sens de la voie juste".

Mais, malgré tout cela, le père Gheddo continue à avoir confiance et pour justifier cette confiance il cite quelques chiffres :

"Aujourd’hui, il y a trop de pessimisme quant à l’efficacité des missions auprès des non-chrétiens. La réalité est différente. Au cours de l’histoire bimillénaire de l’Église, il n’y a aucun continent qui se soit converti au Christ aussi rapidement que l’Afrique. En 1960, il y avait en Afrique quelque 35 millions de catholiques et 25 évêques locaux ; aujourd’hui, il y en a 172 millions et environ 400 évêques africains. D’après le Pew Research Center de Washington, les chrétiens comptent comme les musulmans un peu moins de 500 millions de fidèles dans l’ensemble de l’Afrique en 2010, mais dans la seule Afrique noire sub-saharienne il y a 470 millions de chrétiens et 234 millions de musulmans.

"En 1960, il y avait en Asie 68 évêques asiatiques et dans aucun pays on n’enregistrait une croissance soutenue du nombre de baptisés. Il n’y a qu’en Inde que l’on trouvait un bon taux de conversions et aujourd’hui, dans ce pays, il y a au moins 30 millions de catholiques, soit deux fois plus que le chiffre déclaré. Il en est de même pour l’Indonésie, le Sri Lanka, la Birmanie, et aussi pour le Vietnam, un pays où les catholiques représentent déjà 10 % des 85 millions d’habitants et où les conversions et les vocations sont nombreuses. La Chine comptait, lorsque Mao est arrivé au pouvoir en 1949, 3,7 millions de catholiques ; aujourd’hui, en dépit de la persécution, on estime qu’il y en a de 12 à 15 millions et que les chrétiens dans leur ensemble sont de 45 à 50 millions. En Corée du Sud, pays où la religion est libre et les statistiques crédibles, les catholiques sont plus de 5 millions, soit 10,3 % de la population sud-coréenne, et les chrétiens dans leur ensemble 30 %.

"L’effet positif du concile et des papes est évident dans la promotion des jeunes Églises, qui sont aujourd’hui missionnaires en dehors de leur propres pays et vers l’Occident. Les stéréotypes selon lesquels la mission vers les peuples serait terminée et n’aurait plus d’efficacité doivent être abandonnés parce qu’ils ne correspondent pas à la réalité des faits.

"Jean-Paul II a écrit dans 'Redemptoris missio' : 'La mission vers les peuples en est à peine à ses débuts'. Nous ne connaissons pas les plans de Dieu, mais l’actuelle période de stagnation de la mission vers les peuples a probablement, elle aussi, sa signification positive. Peut-être le comprendrons-nous dans un demi-siècle".

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Le décret du concile Vatican II relatif aux missions, publié en 1965 :

> "Ad gentes"

L'exhortation apostolique publiée en 1975 par Paul VI :

> "Evangelii nuntiandi"

L'encyclique publiée en 1990 par Jean-Paul II :

> "Redemptoris missio"

Light and Shadows of the Council. The Gap That John Paul II Wanted to Fill - by Sandro Magister


It concerned the missionary activity of the Church. The genesis of the conciliar decree "Ad Gentes" and of the 1990 encyclical "Redemptoris Missio" in the previously unpublished memoirs of Fr. Piero Gheddo, who worked on the writing of both documents  

ROME, November 9, 2012 – At the synod of last October on the new evangelization, an impression was made by the criticism addressed by Indian cardinal Telesphore Placidus Toppo against those religious orders which act "like multinationals, doing very good and necessary work to meet the material needs of humanity, but have forgotten that the primary purpose of their founding was to bring the kerygma, the Gospel, to a lost world."

The criticism is not new. And it was addressed by recent popes, a number of times, to the Catholic Church as a whole, urged to revive its sluggish missionary spirit.

The watershed was Vatican Council II.

"Until the council, the Church was living through a season of missionary fervor unimaginable today," recalls Fr. Piero Gheddo of the Pontifical Institute for Foreign Missions, who was one of the experts called to the council by John XXIII to work on the drafting of the document on the missions.

But then there was a sudden collapse. So much so that in 1990, twenty-five years after the approval of the conciliar decree "Ad Gentes," John Paul II felt the need to dedicate to the missions an encyclical, "Redemptoris Missio," precisely in order to shake the Church from its torpor.

Fr. Gheddo was also called to work on the drafting of this encyclical. And he says:

"John Paul II, with 'Redemptoris Missio,' certainly wanted to confirm the conciliar decree 'Ad Gentes,' but he also intended to fill a gap in that text, which is very beautiful but hasty and incomplete. That is, he wanted to deal with issues that at Vatican II had been examined hastily or were even ignored. And I can say this with confidence, having met with the pope a number of times while I was preparing the three drafts of the document, between October of 1989 and July of 1990."

In recent weeks, Fr. Gheddo – who is 83 years old, has made countless voyages on all of the continents, has written more than 80 books translated into numerous languages and was until 2010 the director of the historical office of the Pontifical Institute for Foreign Missions – is reorganizing his memoirs concerning the council and its aftermath. Some of his notes have been published by Zenit and by Asia News.


DURING THE COUNCIL


On the affair of the conciliar decree "Ad Gentes," which he helped to write, Fr. Gheddo says:

"The journey of the decree was as laborious and obstructed as can be imagined. In the first place, the needs and solutions proposed by the council fathers were very different according to the continents. To give only one example that I recall well: from the Asian Churches, rich with vocations and with an ancient tradition of celibacy in the local religions, there was insistence on the need to maintain priestly celibacy; from Latin America and from Africa, on the other hand, some episcopates were asking for its abolition, or the admission of married clergy under certain conditions."

The document was even in danger of being scrapped. The account of Fr. Gheddo continues:

"The difficulties increased when on April 23, 1964, between the second and third sessions of the council, the secretariat of the council sent a letter to our commission: the schema on the missions had to be reduced to a few proposals. No more a long and in-depth text, but a simple list of proposals. The aim was to simplify the work of the council and to bring it to an end with the third session. Some of the baseline texts could be fairly expansive; others, believed to be less important, had to limit themselves to a few pages of proposals. The talk was that the expenses for the council fathers, about 2,400 in all, and the machinery of the council were entirely unsustainable for the Holy See.

"The commission on the missions worked at a feverish pace, even at night, in order to meet this request, concentrating the text into 13 proposals. But as soon as the news got out among the bishops the protests came, some of them vehement, like that of Cardinal Frings of Cologne, who sent letters to the German bishops and to others, urging them to protest: What in the world! It is said that the missionary effort is essential for the Church, and then it has to be reduced to a few pages? Incomprehensible, impossible, unacceptable."

"A group of bishops asked that the document on the missions be abolished, and the material be integrated into the constitution "Lumen Gentium" on the Church. Others instead, more numerous and battle-ready (these included missionaries 'from the field,' at the mere sight of whom it was impossible to tell them no), proceeded by personal contacts, one by one, with all of the council fathers, gaining followers. The battle in the assembly concluded with success: only 311 council fathers spoke out in favor of the document on the missions being reduced to 13 proposals, while 1,601 asked that the missionary decree be preserved in its entirety. Its fate was decided at the fourth session of the Council, the longest of all, from September 14 to December 8, 1965."

One of the controversial points concerns the role of the Vatican congregation "de Propaganda Fide":

"On one side, there was even a request for the abolition of the congregation for the evangelization of non-Christians. On the contrary, many council fathers asked for its enhancement, that it be restored to a role of leadership, surpassing its merely juridical function and work of financing missionary dioceses that it had been taking on.

"In fact, from its birth in 1622 until the beginning of the 20th century, 'Propaganda Fide' had a strong and vigorous role in the strategy and concrete leadership of missionary work, as also in the life of the institutions and missionaries themselves. But then its role was reduced, while the secretariat of state gained power, with the relative apostolic nunciatures. Not a few missionary bishops therefore wanted to reinforce the congregation of the missions, for whose freedom of action they felt a great necessity, as a guarantee of their own freedom."

The request of these missionary bishops did not reach its goal – Fr. Gheddo says – "in part because the tendency to the centralization and unification of the governance of the Church was perhaps inevitable."

However, on another controversial point, success smiled upon a group of bishops from the Amazon region:

"It is a matter that I personally followed," recalls Fr. Gheddo. "Bishop Arcangelo Cerqua of the PIME, a prelate of Parintins in the Brazilian Amazon, and Bishop Aristide Pirovano, also of the PIME, a prelate of Macapà in the Amazon, became promoters of a 'lobbying' action that led to the insertion into the decree "Ad Gentes," at the last moment, of note 37 of Chapter 6, which equates the prelatures of the Brazilian Amazon (35 at the time) but also many others of Latin America with the missionary territories under the supervision of 'Propaganda Fide.' Without this equating, Latin America would have been excluded from the assistance of the pontifical missionary works, from which it benefits today.

"In the decisive vote, in November of 1965, 117 fathers of Latin America rejected the text put to the vote, which made no mention of the prelatures. Too few, out of 2,153 voters. At the same time, however, another 712 fathers voted in favor, but 'iuxta modum,' therefore requiring that the text be rewritten, because it was not fully approved by two third of the voters. And so the prelatures of Latin America were included among the territories helped by the pontifical missionary works."

Father Gheddo comments:

"Facts such as these, but also many others, for example the approval of the collegiality of the pope with the episcopate, confirm the evident working of the Holy Spirit in guiding the assembly of Vatican II."

This does not change the fact – Fr. Gheddo continues – that in the interval between the second and third sessions of Vatican II, "there was on the commission a sense of anxiety, and in some even of near desperation."

"The text sent to the bishops in the summer of 1965 was five times longer than the previous 13 proposals to which the attempt had been made to reduce it. It seemed like an incredible success. But the most difficult task for the drafting commission came afterward. The decisive months were October and November. The text was expanded with many of the observations suggested by the bishops. In November, there were twenty votes that approved it by a wide majority, but with another 500 pages of 'modi,' of suggestions, of proposals in the assembly that asked for more additions, corrections, different formulations. There was less than a month to go until the end of the council, and again it seemed almost as if we had to start over from the beginning!

"Then, mysteriously, in the end everything came together. The decree as a whole was approved at the last public session, with 2,394 votes in favor and only 5 against, the highest level of unanimity in the voting of the entire council. 'The Holy Spirit is truly here!' exclaimed Cardinal Agagianian, prefect of 'Propaganda Fide' and one of the four moderators of the assembly."


AFTER THE COUNCIL


Already in the immediate postcouncil, nonetheless, the dream of a new missionary Pentecost gave way to the opposite tendency. Fr. Gheddo recalls:

"The religious obligation to evangelize was reduced to a social commitment: the important thing was to love one's neighbor, to do good, to give the witness of service, as if the Church were an agency of assistance and emergency aid to remedy the injustices and the scourges of society. The 'scientific' analysis of Marxism and of third-worldism was acclaimed. Completely false ideas were proclaimed as true, for example that it is not important that peoples convert to Christ, as long as they accept the message of love and peace of the Gospel."

These tendencies were also manifested among the bishops who took part in the 1974 synod on evangelization. It was Paul VI, with the 1975 postsynodal apostolic exhortation "Evangelii Nuntiandi," who forcefully reaffirmed that "even the finest witness will prove ineffective in the long run if . . . the name, the teaching, the life, the promises, the kingdom and the mystery of Jesus of Nazareth, the Son of God are not proclaimed."

"But Paul VI was not heeded," Fr. Gheddo comments. And his successor John Paul II, with the encyclical "Redemptoris Missio" of 1990, also ran up against a wall of incomprehension.

Fr. Gheddo recalls that he collaborated with the pope on the drafting of this document:

"Not a few, in the Vatican curia, opposed that encyclical even before it was released. They said: 'An encyclical is too much, an apostolic letter would be enough, as is done for the anniversary of a conciliar text.' But even after its release, 'Redemptoris Missio' was undervalued in the Church by theologians, missiologists, missionary magazines. They said: 'It doesn't say anything new.' When instead it introduced new and absolutely revolutionary ideas, not even touched upon by the conciliar decree "Ad Gentes," as for example in the chapter entitled "Promoting Development by Forming Consciences." John Paul II was right to observe that in the history of the Church, the missionary impulse has always been a sign of vitality, as its diminishment is a sign of a crisis of faith."

Fr. Gheddo continues:

"Observing today the magazines and books, the conferences, the campaigns of missionary institutions and organisms, the question arises of whether "Redemptoris Missio" has been understood and lived. Let's be honest. The very grave reduction of missionary vocations depends in part on how the figure of the missionary and of the mission to the nations is presented.

"Half a century ago, there were vigils and missionary marches, with missionaries in the field asking God for more vocations for the mission to the nations and encouraging young people to offer their lives for the missions. What prevails today is mobilization on issues such as the weapons trade, the collecting the signatures against the foreign debt of African countries, water as a public resource, deforestation, etc. When issues like these become the focus of missionary activity, it is inevitable that the missionary will be reduced to a social and political agent.

"I ask: is it even thinkable that young men and woman could feel drawn to become missionaries when they are taught to make denunciations and protests, to gather signatures against weapons or foreign debt? In order to have more missionary vocations, young people must be captivated by the Gospel and by life in the missions, they must fall in love with Jesus Christ, the only treasure that we have. All of the rest comes as a result."


A NOTE OF TRUST


With Benedict XVI, center stage has been given to the fight against relativism, against the idea that all religions are as good as one another and are ways of salvation. Among the many texts of this pontificate on this topic, there is the doctrinal note of the congregation for the doctrine of the faith on some aspects of evangelization.

Fr. Gheddo comments:

"The note was desired and approved by the pope; it was published on December 3, 2007, the feast of the missionary par excellence St. Francis Xavier; and yet it was almost entirely ignored by the Catholic and missionary press, when instead it is a text that the diocesan missionary institutions, the press, missionary groups and associations should study and discuss in order to have the precise point of reference in the climate of secularization and relativism that threatens to make us lose the compass of the right way."

But in spite of all of this, Fr. Gheddo continues to have trust, and he presents a few figures in his support:

"There is too much pessimism today on the effectiveness of the missions among non-Christians. The reality is different. In the millennial history of the Church, there is no continent that has converted to Christ as rapidly as Africa. In 1960, there were about 35 million African Catholics with 25 local bishops; today there are 172 million with about 400 African bishops. According to the Pew Research Center in Washington, in 2010 in all of Africa Christians and Muslims each had just under 500 million faithful, but in sub-Saharan Africa alone there are 470 million Christians and 234 million Muslims.

"In 1960 in Asia there were 68 Asian bishops and in no country was there a sustained growth in the number of baptized. Only in India was there a good rate of conversions, and here today there are at least 30 million Catholics, twice the official figure. The same holds true for Indonesia, Sri Lanka, Burma, Vietnam, where Catholics are already 10 percent of the 85 million Vietnamese, with numerous conversions and vocations. In 1949, when Mao came to power, China had 3.7 million Catholics; today, in spite of the persecution, there are estimated to be 12 to 15 million, and Christians as a whole are 45 to 50 million. In South Korea, where there is freedom of religion and the statistics are credible, there are more than 5 million Catholics, 10.3 percent of South Koreans, and Christians all together make up 30 percent of the population.

"The positive effect of the council and of the popes is evident in the advancement of the young Churches, which today are missionaries outside of their own countries and to the West. The stereotypes that the mission to the nations has ended and no longer has any efficacy must be eliminated, because they do not correspond to the reality of the facts.

"John Paul II wrote in 'Redemptoris Missio': 'The mission to the nations is only beginning.' We do not know the plans of God, but probably even this period of stasis of the mission to the nations has its positive meaning. Perhaps we will understand it in half a century."

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The decree of Vatican Council II on the missions, from 1965:

> "Ad gentes"

The 1975 apostolic exhortation of Paul VI:

> "Evangelii Nuntiandi"

The 1990 encyclical of John Paul II:

> "Redemptoris Missio"