quinta-feira, 15 de agosto de 2013
The Global Sexual Revolution: Destruction of Freedom in the Name of Freedom - by Gabriele Kuby
domingo, 21 de julho de 2013
L'amore? Si è liquefatto - di Massimo Introvigne
quinta-feira, 4 de julho de 2013
Galli Della Loggia, historiador ex-comunista, denuncia la «revolución anticristiana» en Europa hoy
“Una gran revolución se acerca en silencio a su fin en Europa. Una revolución de la mentalidad y de las costumbres colectivas que marca una gran ruptura con el pasado: la revolución anti-religiosa. Una revolución que golpea indiscriminadamente al hecho religioso en sí de cualquier confesión, pero que por razones históricas, y en concreto hablando de Europa, se presenta como una revolución esencialmente anticristiana”.
Así comienza un artículo escrito en la primera página de Il Corriere della Sera por Ernesto Galli della Loggia, intelectual laico italiano no conocido precisamente por sus posiciones conservadoras.
Por su interés y actualidad, ReL recoge en este reportaje las principales partes de este artículo de opinión.
Galli della Loggia es uno de los muchos intelectuales laicos italianos que se ha desvinculado del coro de acusaciones contra la Iglesia “oscurantista” que asola hoy en día el continente.
“Las iglesias cristianas no sólo han sido expulsadas progresivamente en casi todas partes de cualquier esfera pública mínimamente relevante, [...] sino que, a diferencia de las demás religiones, en la actualidad es legítimo dirigir las ofensas más graves y los insultos más sangrientos contra el cristianismo”, se lamenta.
El historiador y periodista hace un variado elenco de las diferentes ofensas que la religión cristiana está recibiendo en Europa:
» En Irlanda, las iglesias están obligadas a alquilar sus propias salas de celebraciones, incluso para bodas entre homosexuales;
» en Roma, durante el concierto del 1 de Mayo, el cantante imitó el gesto de la consagración durante la Eucaristía pero con un preservativo entre sus manos en lugar de la hostia sagrada;
» en Dinamarca, el Parlamento ha aprobado una ley que exige a la Iglesia Evangélica Luterana celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo a pesar de que una tercera parte de sus ministros se hayan manifestado en contra;
» en Escocia dos obsétricas católicas fueron obligadas por un tribunal a participar en abortos realizado por sus compañeros; el colegio oficial de médicos británicos ha determinado que deben estar preparados para dejar de lado sus creencias personales con respecto a algunos aspectos controvertidos;
» en un vídeo reciente de David Bowie, aparece una escena en la que un sacerdote, después de golpear a un mendigo, entra en un burdel y seduce a una monja con estigmas en sus manos; en Inglaterra, se le ha prohibido a una enfermera llevar una cruz en el cuello durante horas de trabajo,
» una pequeña imprenta ha tenido que enfrentarse a acciones legales por negarse a imprimir material sexualmente explícito encargado por una revista gay; en Francia, de acuerdo con la legislación vigente, es prácticamente imposible para los cristianos manifestar públicamente que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo constituye un pecado según su religión”.
Y así sucesivamente en una avalancha de casos impresionantes que se pueden consultar en el sitio web intoleranceagainstchristians.eu.
Por último, el periodista e historiador concluye: “La libertad religiosa por un lado y la libertad de opinión y de expresión por otro –que son los dos pilares de la libertad política- van al unísono. Desde este punto de vista, es aún más preocupante el hecho de que hoy en día, en Europa, en muchos lugares y de muchas maneras, la libertad de los cristianos parezca objetivamente en peligro de extinción”.
Puede consultar el artículo completo en Il Corriere della Sera aquí.
quarta-feira, 15 de agosto de 2012
Revolucionarios - Juan Manuel de Prada
Esta manía de meter a Cristo en el guiso revolucionario es abuso muy arraigado entre todos los que quieren alcanzar el Paraíso en la Tierra, que es exactamente lo que Cristo jamás prometió. Castellani sitúa el origen de este abuso cuando un socialista pelmazo le dijo a Donoso Cortés: «Jesucristo fue el primer revolucionario del mundo». A lo que respondió el gran pensador español: «Pero Jesucristo no derramó más sangre que la suya».
A juicio de Castellani, Donoso le tendría que haber escrachado al socialista la cara de un sopapo, «librándolo a él de un error y librando a la humanidad para siempre de esa necedad de empastelar los conceptos». Ahora, con la primavera de la democracia que nos ha traído internet, esta necedad te la suelta cualquier andoba: pones en el Google la frase de aquel socialista pelmazo y en un santiamén el algoritmo te detecta a más de dos millones de tíos con las meninges empasteladas por los planes de la LOGSE o las misas guitarreras repitiendo como papagayos la misma necedad. Pero lo cierto es que Cristo vino a reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en cielo, por la sangre de su cruz; lo que, mirado con las anteojeras de la política, más bien parece oficio de restaurador que de revolucionario. Y quizá aquí se halle la principal diferencia entre restauradores y revolucionarios: pues las restauraciones se hacen con sangre propia; y las revoluciones con sangre ajena, que sale mucho más barata.
Pero el alcalde Gordillo tampoco quiere que llegue la sangre al río. De momento, ya que no está de su mano multiplicar los panes y los peces, se conforma con asaltar supermercados, porque -según dice- «hemos tocado la tecla que molesta»; y afirma que seguirá haciéndolo «si no hacen nada para remediarlo». Esta indeterminación semántica es también muy propia del revolucionario: toca la tecla que molesta (¿a quiénes?), amenaza con seguir tocándola si no hacen nada por remediarlo (¿quiénes?), etcétera. Y esto es lo que más nos acojona de los revolucionarios, porque de inmediato intuimos que en esa instancia indeterminada se incluye todo quisque, desde la cajera del Mercadona al banquero. Fuera de esa instancia genérica de réprobos antirrevolucionarios, se encuentra... «la gente»:
-Yo vivo con la gente. Estoy con ellos en todo momento- afirma Gordillo.
Que es una casi paráfrasis paródica de aquella frase evangélica: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Al final del mundo, Cristo anunció que volvería en gloria y majestad, pero con Sánchez Gordillo asaltando supermercados ya no hace falta que venga, porque el Paraíso en la Tierra habrá quedado instaurado para siempre. El paraíso revolucionario es un supermercado donde puedes arramblar con todo lo que pilles sin pasar por caja (y sin que piten los detectores).
-Soy una persona cercana. Soy un referente moral para la gente -dice Sánchez Gordillo con proverbial modestia, aprovechando que su abuela no pasaba por allí cerca.
Como Castro, como el Che, como Cristo... Sánchez Gordillo no tiene edad para haber sufrido los planes de la LOGSE; pero apostaría el pescuezo a que de adolescente se chupó unas cuantas misas guitarreras, con el falso credo de Mejía Godoy sonando a todo trapo: «El romano imperialista, / puñetero y desalmado...».
domingo, 16 de outubro de 2011
"Indignados", la Quarta Rivoluzione - Massimo Introvigne
Domani, sabato 15 ottobre, si svolge la giornata internazionale di mobilitazione degli "indignaods", e la manifestazione di Roma sarà il suo fulcro in Italia.
Ma chi sono gli "indignados" che scendono in piazza in Spagna, in Gran Bretagna, negli Stati Uniti, in Italia e la cui protesta sembra inarrestabile? Il nome viene da un libretto pubblicato nel 2010 in Francia da un piccolo editore (Indigène éditions di Montpellier) che si è trasformato in successo mondiale, Indignez-vous ! (Pour une insurrection pacifique) - trad. it., Indignatevi!, Add editore, Torino 2011 -, del vecchio (novantatré anni) ex militante della Resistenza francese, ambasciatore e uomo politico Stéphane Hessel. Questo nuovo "libretto rosso" di una rivoluzione fai da te è ampiamente sopravvalutato. Hessel attacca quella che in Italia siamo abituati a chiamare la "casta" - politici, industriali, Chiesa - ma i suoi critici fanno notare che ne ha sempre fatto parte. E il suo legame politico con Dominique Strauss-Kahn è diventato fonte d'imbarazzo dopo gli incidenti a sfondo sessuale che hanno coinvolto l'ex direttore generale del Fondo Monetario Internazionale.
Il contenuto, poi, è di una povertà desolante. Un critico davvero insospettabile, il giornalista del quotidiano di sinistra Libération Pierre Marcelle, ha chiamato Hessel «il Babbo Natale delle buone coscienze». Le trenta paginette che si vorrebbero anticonformiste di Indignatevi! sono in realtà un inno al più vieto conformismo politicamente corretto, e lasciano l'impressione che per superare la crisi in atto non ci sia bisogno di fare sacrifici. Basterebbe che i cattivi che si sono impadroniti della politica e dell'economia siano sostituiti da "buoni" dalle caratteristiche molto vaghe: leali, generosi, un po' antiamericani e anti-israeliani, fedeli ai "valori della Resistenza" - ci mancherebbe altro - e capaci di emozionarsi per i "nuovi diritti" rivendicati dalle femministe e dagli omosessuali.
I primi "indignados" - di qui il nome spagnolo - si sono manifestati il 15 maggio 2011 a Madrid. Come ha fatto notare il teologo spagnolo don Javier Prades-López a un convegno organizzato dal cardinale Angelo Scola a Venezia, gli "indignados" se la sono presa per prima cosa con la Chiesa e hanno finito pr contestare il Papa e la Giornata Mondiale della Gioventù. Questa è un'importante differenza sia con i vecchi no global, che non erano certo filocattolici ma che non avevano la Chiesa tra gli obiettivi principali, sia con le folle delle "primavere arabe", che anzi in parte, contestando dittature "laiche", chiedevano più e non meno religione.
L'aspetto anticattolico sottolineato da Prades-López e l'insistenza sui "nuovi diritti" non vanno in alcun modo sottovalutati. Ma ugualmente importante è la rivolta contro la politica in genere, contro la "casta" e l'idea che la crisi economica derivi da colpe individuali di singoli esponenti del mondo politico e finanziario, così che gli "indignados" non vogliono in nessun modo pagarne il costo. A Roma si è sentito rivendicare un «diritto all'insolvenza», a non pagare i debiti. A Londra si sono visti giovani sfasciare vetrine chiedendo non il pane - come in Tunisia -, ma il diritto al cellulare ultimo modello o all'abito di marca. A Parigi gli slogan contro tutti i partiti e gli inviti ad astenersi dal voto elettorale hanno turbato lo stesso Hessel, che ha sempre fatto politica di partito e che forse ora si è accorto di avere aperto un vaso di Pandora.
Ma per capire gli «indignados» non bastano gli analisti politici. Ci serve una teologia della storia. Papa Benedetto XVI ha parlato questo mese in Calabria della «mutazione antropologica» di una generazione che vive nella realtà virtuale di Internet e degli smartphone e rischia di perdere il contatto con il mondo reale. Il pensatore cattolico brasiliano Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995), nel suo grande affresco della scristianizzazione dell'Occidente, Rivoluzione e Contro-Rivoluzione (cfr. Rivoluzione e Contro-Rivoluzione. Edizione del cinquantenario, a cura di Giovanni Cantoni, Sugarco, Milano 2009), vedeva la Rivoluzione, con la "R" maiuscola, come un processo di progressiva distruzione dei legami sociali che avevano fatto dell'Occidente cristiano quello che era. Prima i legami religiosi, con la rottura con Roma del protestantesimo; poi i legami politici organici fondati sulla ricchezza dei corpi intermedi, sostituiti da un freddo rapporto fra il cittadino e lo Stato moderno, con la Rivoluzione francese; infine i legami economici, con il comunismo e l'assorbimento di tutta la vita economica nello Stato. Più tardi, Corrêa de Oliveira aggiunse alle prime tre fasi quella che chiamava Quarta Rivoluzione, che aveva il suo momento emblematico nel 1968 e non attaccava più legami macrosociali, ma microsociali - la famiglia, il legame fra madre e figlio con l'aborto - e perfino i legami dell'uomo con se stesso con la droga, l'ideologia di genere, l'eutanasia.
Il 1968 era tutto questo, ma la Terza Rivoluzione - quella comunista - era ancora così forte da riuscire largamente a recuperarlo. I no global - in parte professionisti del disordine, in parte nostalgici di forme arcaiche di marxismo - rappresentano la transizione fra un movimentismo di Terza e uno di Quarta Rivoluzione. Gli "indignados" sembrano essere insieme la causa e l'effetto di una Quarta Rivoluzione che ha portato alle estreme conseguenze lo spappolamento del corpo sociale, la solitudine di tutti da tutti, e contro tutti, il rifiuto di ogni responsabilità - ben simboleggiato dalla rivendicazione del diritto a non pagare i debiti e dagli insulti al Papa, in quanto richiama all'esistenza di doveri -, la mancanza assoluta di prospettive e, in fondo, anche di speranza. Ci volevano oltre quarant'anni di Quarta Rivoluzione perché le piazze potessero riempirsi di "indignados".
Si tratta di movimenti che sono stati sempre manipolati e riassorbiti da qualche demagogo politico. Avverrà anche questa volta? Si è candidato Beppe Grillo, che si è affrettato ad accorrere anche a Madrid ai primi segni di vita degli "indignados". E abbiamo visto emergere partiti paradossali, del nulla, intitolati alla pirateria informatica o, com'è appena avvenuto in Polonia, a una collezione raffazzonata di «nuovi diritti» tenuti insieme dall'anticlericalismo. Questi partiti non vincono le elezioni, ma è già inquietante che ottengano seggi ed entrino nei parlamenti.
Quanto ai politici tradizionali - compresi quelli di sinistra - sperano talora di sfruttare gli "indignados" ma ne ricavano principalmente uova marce. L'incomprensione, e le uova marce, spiegano perché la politica non solo non sia in grado di rispondere alle poche rivendicazioni sensate degli "indignados" - che sono di carattere economico immediato, ovvero denunciano lo scandalo reale di classi dirigenti che chiedono sacrifici cui non sono disponibili a partecipare di persona -, ma anche perché, intimidita, non sia neppure in grado di garantire l'ordine pubblico come dovrebbe fare quando le proteste degenerano in intollerabili violenze.
La presenza degli "indignados" dà ragione a Benedetto XVI: siamo di fronte a un degrado antropologico che spesso inizia con il manifestarsi come ostilità alla Chiesa e al cristianesimo. È certo necessaria una risposta di ordine pubblico alle frange violente, che non si lasci intimidire da nessuna retorica buonista. Ma affrontare seriamente il problema degli "indignados" significa operare con pazienza per ricostituire i legami sociali e personali spezzati da una lunga Rivoluzione. Per gli uomini e le donne di buona volontà - lo ha detto il Papa al Parlamento Federale tedesco - questo si chiama ritorno al diritto naturale, all'idea che esistono doveri e non solo diritti, a una chiara nozione del bene e del male. Per i cattolici, si chiama nuova evangelizzazione.
quinta-feira, 18 de agosto de 2011
Christian Church facing a revolution that is shaking its foundations: the gay revolution
August 17, 2011 (AlbertMohler.com) - The Christian church has faced no shortage of challenges in its 2,000-year history. But now it’s facing a challenge that is shaking its foundations: homosexuality.
To many onlookers, this seems strange or even tragic. Why can’t Christians just join the revolution?
And make no mistake, it is a moral revolution. As philosopher Kwame Anthony Appiah of Princeton University demonstrated in his recent book, “The Honor Code,” moral revolutions generally happen over a long period of time. But this is hardly the case with the shift we’ve witnessed on the question of homosexuality.
In less than a single generation, homosexuality has gone from something almost universally understood to be sinful, to something now declared to be the moral equivalent of heterosexuality—and deserving of both legal protection and public encouragement. Theo Hobson, a British theologian, has argued that this is not just the waning of a taboo. Instead, it is a moral inversion that has left those holding the old morality now accused of nothing less than “moral deficiency.”
The liberal churches and denominations have an easy way out of this predicament. They simply accommodate themselves to the new moral reality. By now the pattern is clear: These churches debate the issue, with conservatives arguing to retain the older morality and liberals arguing that the church must adapt to the new one. Eventually, the liberals win and the conservatives lose. Next, the denomination ordains openly gay candidates or decides to bless same-sex unions.
This is a route that evangelical Christians committed to the full authority of the Bible cannot take. Since we believe that the Bible is God’s revealed word, we cannot accommodate ourselves to this new morality. We cannot pretend as if we do not know that the Bible clearly teaches that all homosexual acts are sinful, as is all human sexual behavior outside the covenant of marriage. We believe that God has revealed a pattern for human sexuality that not only points the way to holiness, but to true happiness.
Thus we cannot accept the seductive arguments that the liberal churches so readily adopt. The fact that same-sex marriage is a now a legal reality in several states means that we must further stipulate that we are bound by scripture to define marriage as the union of one man and one woman—and nothing else.
We do so knowing that most Americans once shared the same moral assumptions, but that a new world is coming fast. We do not have to read the polls and surveys; all we need to do is to talk to our neighbors or listen to the cultural chatter.
In this most awkward cultural predicament, evangelicals must be excruciatingly clear that we do not speak about the sinfulness of homosexuality as if we have no sin. As a matter of fact, it is precisely because we have come to know ourselves as sinners and of our need for a savior that we have come to faith in Jesus Christ. Our greatest fear is not that homosexuality will be normalized and accepted, but that homosexuals will not come to know of their own need for Christ and the forgiveness of their sins.
This is not a concern that is easily expressed in sound bites. But it is what we truly believe.
It is now abundantly clear that evangelicals have failed in so many ways to meet this challenge. We have often spoken about homosexuality in ways that are crude and simplistic. We have failed to take account of how tenaciously sexuality comes to define us as human beings. We have failed to see the challenge of homosexuality as a Gospel issue. We are the ones, after all, who are supposed to know that the Gospel of Jesus Christ is the only remedy for sin, starting with our own.
We have demonstrated our own form of homophobia—not in the way that activists have used that word, but in the sense that we have been afraid to face this issue where it is most difficult . . . face to face.
My hope is that evangelicals are ready now to take on this challenge in a new and more faithful way. We really have no choice, for we are talking about our own brothers and sisters, our own friends and neighbors, or maybe the young person in the next pew.