In RL
"La lista de Bergoglio. Los salvados por el Papa Francisco. Las historias nunca contadas" con prólogo de Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, y editado por la editorial Emi (www.emi.it),
es el título de una investigación de Nello Scavo, periodista del diario
italiano “Avvenire”, sobre las vicisitudes de varias personas –
disidentes, sindicalistas, sacerdotes, estudiantes, intelectuales,
creyentes y no creyentes– a quienes el entonces padre Jorge Mario Bergoglio consiguió poner a salvo de la persecución de la junta militar.
El provincial de los jesuitas había construido una red clandestina para salvaguardar a los perseguidos (a los que ofrecía un prontuario de consejos sobre cómo despistar a la policía y la censura) y organizar las fugas al exterior.
El poder de las Fuerzas Armadas en Argentina culminó con el golpe del 24 de marzo de 1976. Los militares hicieron desaparecer al menos a treinta mil personas, quince mil fueron fusilados por la calle, se apropiaron de más de quinientos bebés de mujeres condenadas a muerte. Más de dos millones fueron exiliados.
Aparte de los relatos en primera persona de los perseguidos protegidos por el futuro Papa, el libro (que se publicará en Italia el 1 de octubre) contiene relatos y documentos inéditos, entre ellos, la transcripción del interrogatorio del entonces cardenal Bergoglio, realizado en 2010 en calidad de persona informada de los hechos, ante los magistrados que indagaban sobre la violación de los derechos humanos durante la dictadura. Con fuerza emerge la integridad moral, la coherencia, el valor, a menudo a riesgo de la propia vida, del jesuita que un día sería el papa Francisco.
Jesuita, poco más de ochenta años, Juan Manuel Scannone es el máximo representante de la que desde los años 80 en adelante sería definida como “teología del pueblo”. Hoy Scannone es director del Instituto de estudios filosóficos en la Universidad de Teología y Filosofía San Miguel, la misma de la que fue rector Bergoglio entre 1980 y 1986. “Ahora que mi amigo Jorge es Papa Francisco, puedo contar que sí, él me cubrió las espaldas, me salvó. Y lo hizo en varias circunstancias”.
La dictadura percibía la teología del pueblo como una amenaza, a pesar de su diversidad sustancial de los llamados teólogos marxistas. Sin distinciones, se persiguió y torturó a religiosos, fieles laicos, catequistas, monjas comprometidas en las “villas miseria”.
“Los militares eran incapaces de ser sutiles – explica Scannone –. Para ellos, hablar de ‘liberación’ o de ‘opción preferencial por los pobres’ se traducía en una sola palabra: comunismo”. El régimen vigilaba a él y a sus colegas y hermanos.
“La policía se movía alrededor nuestro, no precisamente porque le importara la seguridad del colegio. Una vez llegaron de noche. Superaron la verja y rodearon el edificio con las camionetas. Fue una verdadera irrupción. Recuerdo aún el estruendo de sus pasos en los pasillos. Estaba oscuro y no conseguí ver cuántos eran. Tenía el corazón en la garganta. Me sentí en el punto de mira. Han venido a cogerme, pensé”.
-¿Por qué precisamente a usted?
- Se me consideraba un representante de la teología de la liberación, corriente que el régimen percibía como humo en los ojos. Bergoglio me dio a entender de varias formas que corría peligros. En aquella época, aún encontrándonos en posiciones teológicas diferentes, aunque no creo que tan distantes, él nunca quiso que fuese silenciado. Ni siquiera cuando algunos obispos intervinieron señalándome como que mis posturas eran consideradas incómodas, por no decir impropias.
- ¿Cómo reaccionó Bergoglio al registro?
- Nos alentó, tranquilizó a todos e intimó a los militares a volver por donde habían venido, Había entre nosotros algunos jóvenes que se habían presentado donde el provincial como estudiantes en “retiro espiritual”. En realidad han hecho falta años para que hayamos podido conocer toda la verdad sobre las acciones de salvamento del padre Jorge.
- ¿Cómo le salvaguardó el futuro papa de la junta militar?
- No eran años fáciles. El padre Jorge se cuidó de nosotros como era, por otro lado, su deber. Hoy las cosas pueden ser observadas y juzgadas con otros ojos, pero entonces Bergoglio hizo lo que en su posición debía hacer. Se relacionaba frecuentemente con el padre general, que estaba al corriente de lo que sucedía, y nos ofrecía consejos sobre cómo evitar el apremiante control del régimen, sin pero jamás deber renunciar a nuestras ideas.
- ¿Hasta el punto de proporcionar una serie de sugerencias para no acabar “absorbido” en un campo de concentración?
- El primero de los consejos fue el de no enviar nunca mis artículos y ensayos a través de la oficina postal de San Miguel y aún menos desde Buenos Aires. Él sospechaba que toda la correspondencia estaba controlada, así como las conversaciones telefónicas. Además, cuando me dirigía a los barrios donde llevaba a cabo mi actividad pastoral, el superior provincial me aconsejó que no fuera nunca solo, y no sólo por razones de seguridad. Así, si la policía, el ejército, la marina o la aeronáutica vinieran a prenderme, habría habido testigos. Esta era una de las formas que Bergoglio nos sugería para evitar desaparecer de la circulación, engullidos en el más completo silencio.
- ¿El padre provincial no dijo nunca a los profesores y a los estudiantes del colegio cuál era la verdadera condición de los jóvenes perseguidos acogidos en San Miguel?
- Bergoglio decía que los chicos que venían aquí estaban en fase de discernimiento vocacional, o que necesitaban ayuda en los estudios. Por ello creíamos que se trataba de ayuda espiritual. Nunca sospechamos que estuviera llevando operaciones “clandestinas”. El padre Jorge no sólo mantuvo el secreto entonces, sino que nunca quiso vanagloriarse de esa particularísima misión suya. Él trabajó no sólo para proteger, tutelar y salvar a padres jesuitas y seminaristas, sino también para esconder a jóvenes estudiantes que estaban en el punto de mira de la dictadura, que eran llevados a nuestro colegio, con todas las cautelas necesarias, con el fin de ponerles a salvo de los raptos de la policía.
- Eran años de miedo...
- El padre Bergoglio no podía correr riesgos. Si uno de los jesuitas del colegio hubiese sido secuestrado, ¿quién aseguraba que el desafortunado no fuese sometido a torturas para revelar esta actividad secretísima? Si los sicarios de Videla hubieran descubierto que los jesuitas de Buenos Aires, bajo la dirección de su superior, operaban clandestinamente en actividades contrarias al “Proceso de reorganización nacional”, ciertamente habría habido consecuencias que sólo hoy podemos imaginar.
- Finalmente, el caso de Yorio y Jalics, los dos jesuitas raptados, torturados y liberados después de casi seis meses...
- El padre Jalics ha desmentido implicación alguna de Bergoglio. Personalmente yo estaba seguro desde hacía años. Pues Bergoglio vivía en nuestra casa de San Miguel precisamente cuando hicieron desaparecer a los dos padres, él me contaba lo que hacía y las informaciones que recogía para descubrir quién podía haberles secuestrado y dónde estaban prisioneros. Puedo dar testimonio de la preocupación y del compromiso del padre provincial para devolver la libertad a ambos.
- ¿Bergoglio consiguió informaciones precisas?
- Sí, y había puesto contra las cuerdas a los generales. Al final los dos padres fueron liberados, pero de forma que no pudieran dar indicaciones precisas sobre quién les había retenido y torturado. Durante todo el periodo de detención, ambos permanecieron siempre encapuchados, y antes de ser liberados fueron narcotizados. Hay que reconocer también que con la ayuda del padre provincial, ambos consiguieron encontrar refugio en el extranjero, para no volver a una nueva y más dramática “desaparición”.
El provincial de los jesuitas había construido una red clandestina para salvaguardar a los perseguidos (a los que ofrecía un prontuario de consejos sobre cómo despistar a la policía y la censura) y organizar las fugas al exterior.
El poder de las Fuerzas Armadas en Argentina culminó con el golpe del 24 de marzo de 1976. Los militares hicieron desaparecer al menos a treinta mil personas, quince mil fueron fusilados por la calle, se apropiaron de más de quinientos bebés de mujeres condenadas a muerte. Más de dos millones fueron exiliados.
Aparte de los relatos en primera persona de los perseguidos protegidos por el futuro Papa, el libro (que se publicará en Italia el 1 de octubre) contiene relatos y documentos inéditos, entre ellos, la transcripción del interrogatorio del entonces cardenal Bergoglio, realizado en 2010 en calidad de persona informada de los hechos, ante los magistrados que indagaban sobre la violación de los derechos humanos durante la dictadura. Con fuerza emerge la integridad moral, la coherencia, el valor, a menudo a riesgo de la propia vida, del jesuita que un día sería el papa Francisco.
Jesuita, poco más de ochenta años, Juan Manuel Scannone es el máximo representante de la que desde los años 80 en adelante sería definida como “teología del pueblo”. Hoy Scannone es director del Instituto de estudios filosóficos en la Universidad de Teología y Filosofía San Miguel, la misma de la que fue rector Bergoglio entre 1980 y 1986. “Ahora que mi amigo Jorge es Papa Francisco, puedo contar que sí, él me cubrió las espaldas, me salvó. Y lo hizo en varias circunstancias”.
La dictadura percibía la teología del pueblo como una amenaza, a pesar de su diversidad sustancial de los llamados teólogos marxistas. Sin distinciones, se persiguió y torturó a religiosos, fieles laicos, catequistas, monjas comprometidas en las “villas miseria”.
“Los militares eran incapaces de ser sutiles – explica Scannone –. Para ellos, hablar de ‘liberación’ o de ‘opción preferencial por los pobres’ se traducía en una sola palabra: comunismo”. El régimen vigilaba a él y a sus colegas y hermanos.
“La policía se movía alrededor nuestro, no precisamente porque le importara la seguridad del colegio. Una vez llegaron de noche. Superaron la verja y rodearon el edificio con las camionetas. Fue una verdadera irrupción. Recuerdo aún el estruendo de sus pasos en los pasillos. Estaba oscuro y no conseguí ver cuántos eran. Tenía el corazón en la garganta. Me sentí en el punto de mira. Han venido a cogerme, pensé”.
-¿Por qué precisamente a usted?
- Se me consideraba un representante de la teología de la liberación, corriente que el régimen percibía como humo en los ojos. Bergoglio me dio a entender de varias formas que corría peligros. En aquella época, aún encontrándonos en posiciones teológicas diferentes, aunque no creo que tan distantes, él nunca quiso que fuese silenciado. Ni siquiera cuando algunos obispos intervinieron señalándome como que mis posturas eran consideradas incómodas, por no decir impropias.
- ¿Cómo reaccionó Bergoglio al registro?
- Nos alentó, tranquilizó a todos e intimó a los militares a volver por donde habían venido, Había entre nosotros algunos jóvenes que se habían presentado donde el provincial como estudiantes en “retiro espiritual”. En realidad han hecho falta años para que hayamos podido conocer toda la verdad sobre las acciones de salvamento del padre Jorge.
- ¿Cómo le salvaguardó el futuro papa de la junta militar?
- No eran años fáciles. El padre Jorge se cuidó de nosotros como era, por otro lado, su deber. Hoy las cosas pueden ser observadas y juzgadas con otros ojos, pero entonces Bergoglio hizo lo que en su posición debía hacer. Se relacionaba frecuentemente con el padre general, que estaba al corriente de lo que sucedía, y nos ofrecía consejos sobre cómo evitar el apremiante control del régimen, sin pero jamás deber renunciar a nuestras ideas.
- ¿Hasta el punto de proporcionar una serie de sugerencias para no acabar “absorbido” en un campo de concentración?
- El primero de los consejos fue el de no enviar nunca mis artículos y ensayos a través de la oficina postal de San Miguel y aún menos desde Buenos Aires. Él sospechaba que toda la correspondencia estaba controlada, así como las conversaciones telefónicas. Además, cuando me dirigía a los barrios donde llevaba a cabo mi actividad pastoral, el superior provincial me aconsejó que no fuera nunca solo, y no sólo por razones de seguridad. Así, si la policía, el ejército, la marina o la aeronáutica vinieran a prenderme, habría habido testigos. Esta era una de las formas que Bergoglio nos sugería para evitar desaparecer de la circulación, engullidos en el más completo silencio.
- ¿El padre provincial no dijo nunca a los profesores y a los estudiantes del colegio cuál era la verdadera condición de los jóvenes perseguidos acogidos en San Miguel?
- Bergoglio decía que los chicos que venían aquí estaban en fase de discernimiento vocacional, o que necesitaban ayuda en los estudios. Por ello creíamos que se trataba de ayuda espiritual. Nunca sospechamos que estuviera llevando operaciones “clandestinas”. El padre Jorge no sólo mantuvo el secreto entonces, sino que nunca quiso vanagloriarse de esa particularísima misión suya. Él trabajó no sólo para proteger, tutelar y salvar a padres jesuitas y seminaristas, sino también para esconder a jóvenes estudiantes que estaban en el punto de mira de la dictadura, que eran llevados a nuestro colegio, con todas las cautelas necesarias, con el fin de ponerles a salvo de los raptos de la policía.
- Eran años de miedo...
- El padre Bergoglio no podía correr riesgos. Si uno de los jesuitas del colegio hubiese sido secuestrado, ¿quién aseguraba que el desafortunado no fuese sometido a torturas para revelar esta actividad secretísima? Si los sicarios de Videla hubieran descubierto que los jesuitas de Buenos Aires, bajo la dirección de su superior, operaban clandestinamente en actividades contrarias al “Proceso de reorganización nacional”, ciertamente habría habido consecuencias que sólo hoy podemos imaginar.
- Finalmente, el caso de Yorio y Jalics, los dos jesuitas raptados, torturados y liberados después de casi seis meses...
- El padre Jalics ha desmentido implicación alguna de Bergoglio. Personalmente yo estaba seguro desde hacía años. Pues Bergoglio vivía en nuestra casa de San Miguel precisamente cuando hicieron desaparecer a los dos padres, él me contaba lo que hacía y las informaciones que recogía para descubrir quién podía haberles secuestrado y dónde estaban prisioneros. Puedo dar testimonio de la preocupación y del compromiso del padre provincial para devolver la libertad a ambos.
- ¿Bergoglio consiguió informaciones precisas?
- Sí, y había puesto contra las cuerdas a los generales. Al final los dos padres fueron liberados, pero de forma que no pudieran dar indicaciones precisas sobre quién les había retenido y torturado. Durante todo el periodo de detención, ambos permanecieron siempre encapuchados, y antes de ser liberados fueron narcotizados. Hay que reconocer también que con la ayuda del padre provincial, ambos consiguieron encontrar refugio en el extranjero, para no volver a una nueva y más dramática “desaparición”.