ROMA, 22 de noviembre de 2013 – En pocos días el Papa ha corregido, o ha
hecho corregir, algunos rasgos relevantes de su imagen pública. Tres,
por lo menos.
El primer rasgo tiene que ver con el coloquio que tuvo con Eugenio Scalfari, puesto negro sobre blanco por este campeón del pensamiento ateo en "la Repubblica" del 1 de octubre.
La transcripción del coloquio había generado, de hecho, un desconcierto generalizado, causado por algunas afirmaciones de Francisco que parecían más congeniales al pensamiento laico dominante que a la doctrina católica. Tipo la siguiente:
"Cada uno de nosotros tiene su propia visión del bien y del mal, y debe elegir seguir el bien y combatir el mal como él mismo conciba".
Sin embargo, en ese momento la entrevista había sido valorada por el padre Federico Lombardi como "fiel al pensamiento" del Papa y "fidedigna en su sentido general".
No solo. Pocas horas después de su publicación en "la Repubblica", la entrevista había sido reproducida íntegramente tanto en "L'Osservatore Romano" como en el sitio web oficial de la Santa Sede, igual que los otros discursos y documentos del Papa.
Nació así la idea de que Jorge Mario Bergoglio había elegido a propósito la modalidad expresiva del coloquio, tanto en esta ocasión como en otras posteriores, como la nueva forma de su magisterio, capaz de llegar de manera más eficaz al gran público.
Pero seguramente el Papa se ha dado cuenta, en las semanas sucesivas, del riesgo que entraña dicha modalidad: que el magisterio de la Iglesia descienda a nivel de una mera opinión ofrecida a la libre confrontación.
De hecho, de aquí ha derivado la decisión, el 15 de noviembre, de eliminar del sitio de la Santa Sede el texto del coloquio con Scalfari.
"Quitándolo – ha explicado el padre Lombardi – se ha precisado la naturaleza de ese texto. Había algún equivoco y debate sobre su valor".
El 21 de noviembre, entrevistado en la sede romana de la prensa extranjera, Scalfari ha revelado, sin embargo, otros detalles de todo el asunto.
Ha dicho que el Papa, al término de la conversación, había consentido en que se hiciera pública. Y ante la propuesta de Scalfari de mandarle el texto anticipadamente, había respondido: "Me parece una pérdida de tiempo, de Usted me fio".
Efectivamente, el fundador de "la Repubblica" envió el texto al Papa, acompañado por una carta en la que, entre otras cosas, escribía:
"Tenga en cuenta que no he referido algunas cosas que Usted me ha contado. Y que algunas cosas que le hago decir, no las ha dicho. Pero las he añadido para que el lector sepa quién es Usted."
Dos días después – y según cuanto refiere Scalfari – el secretario del Papa, Alfred Xuereb dio, telefónicamente, el ok para la publicación, que salió al día siguiente.
Scalfari ha comentado: "Estoy preparado a pensar que el Papa no comparta algunas cosas escritas por mí y atribuidas a él, pero también creo que él considera que, expresadas por un no creyente, son importantes para él y para la acción que desarrolla".
*
Pero también la equilibrada y estudiadísima entrevista del Papa Francisco a "La Civiltà Cattolica" – publicada el 19 de septiembre por dieciséis revistas de la Compañía de Jesús, en once idiomas – ha entrado en los días pasados en el taller de las cosas que hay que reparar.
Sobre un punto clave: la interpretación del Concilio Vaticano II.
Y esto se ha entendido por una pasaje de la carta autógrafa escrita por Francisco al arzobispo Agostino Marchetto con ocasión de la presentación de un volumen en su honor, el 12 de noviembre, en el solemne marco del Campidoglio, carta que el Papa quiso que se leyera en público.
El pasaje es el siguiente:
"Usted ha manifestado este amor [a la Iglesia] de muchas maneras, incluso corrigiendo un error o imprecisión por mi parte, – y por ello le doy las gracias de corazón –, pero sobre todo se ha manifestado en toda su pureza en los estudios realizados sobre el Concilio Vaticano II. Una vez le dije, querido Mons. Marchetto, y deseo repetirlo hoy, que le considero el mejor hermeneuta del Concilio Vaticano II".
Ya la definición de Marchetto como "el mejor hermeneuta" del Concilio es clamorosa. De hecho, Marchetto es, desde siempre, el crítico más implacable de esa "escuela de Bolonia" – fundada por Giuseppe Dossetti y Giuseppe Alberigo, y hoy dirigida por el profesor Alberto Melloni – que tiene el monopolio mundial de la interpretación del Vaticano II en clave progresista.
La hermenéutica del Concilio sostenida por Marchetto es la misma que sostiene Benedicto XVI: no "ruptura" y "nuevo inicio", sino "reforma en la continuidad del único sujeto Iglesia". Y ésta es la hermenéutica que Papa Francisco ha querido demostrar que comparte al manifestar una apreciación tan elevada de Marchetto.
Pero si se vuelve a leer el sucinto pasaje que Francisco dedica al Vaticano II en la entrevista a "La Civiltà Cattolica", la impresión que se tiene es distinta. "Sí, hay líneas de continuidad y de discontinuidad", concede el Papa. "Pero – añade – una cosa es clara": el Vaticano II ha sido "un servicio al pueblo" consistente en "una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea".
En las pocas líneas de la entrevista dedicadas al Concilio, Bergoglio define así su esencia en tres ocasiones, aplicándola también a la reforma de la liturgia.
A muchos les pareció tan sumario un juicio semejante sobre el grandioso acontecimiento conciliar que incluso el entrevistador del Papa, el director de "La Civiltà Cattolica" Antonio Spadaro, confesó su asombro al transcribirlo de la voz de Francisco.
Pero, mientras tanto, este juicio ha seguido ganando amplios consensos.
Por ejemplo, el presidente de la república italiana Giorgio Napolitano, al recibir al Papa en su visita al Quirinal el 14 de noviembre, citando las palabras exactas de éste, le ha dado las gracias precisamente por hacer "vibrar el espíritu del Concilio Vaticano II como 'relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea'".
Y estas mismas palabras han sido aplaudidas – es otro ejemplo – por el número uno de los liturgistas italianos, Andrea Grillo, docente en el Pontificio Ateneo San Anselmo, según el cual Francisco habría, por fin, inaugurado la verdadera y definitiva "hermenéutica" del Concilio, tras haber "situado inmediatamente en un segundo plano esa diatriba sobra la 'continuidad' y la 'discontinuidad' que había perjudicado durante mucho tiempo – y a menudo paralizado del todo – cualquier eficaz hermenéutica del Vaticano II".
Efectivamente, no es un misterio que "servicio al pueblo" y relectura del Evangelio "actualizada para hoy" son conceptos apreciados por las interpretaciones progresistas del Concilio y, en particular, por la "escuela de Bolonia", que varias veces se ha declarado entusiasta de este Papa.
Pero, evidentemente, hay quien ha hecho observar en persona al Papa Bergoglio que reducir el Concilio a dichos conceptos es por lo menos "impreciso", si no "errado".
Y ha sido precisamente Marchetto quien ha dado este paso. Entre él y Bergoglio hay desde hace tiempo una gran confianza, con estima recíproca. Marchetto vive en Roma en la casa del clero de via della Scrofa, en la habitación 204, adyacente a la 203 en la que se hospedaba el entonces arzobispo de Buenos Aires en sus estancias romanas.
El Papa Francisco no sólo ha escuchado las críticas de su amigo, sino que las ha acogido, hasta el punto de agradecerle, en la carta leída el 12 de noviembre, el haberle ayudado "corrigiendo une error o imprecisión por mi parte".
Se presume que en un futuro Francisco se expresará sobre el Concilio de otra manera respecto a como lo hizo en la entrevista a "La Civiltà Cattolica", más en línea con la hermenéutica de Benedicto XVI, y con gran desilusión para la "escuela de Bolonia".
*
La tercera corrección es coherente con las dos precedentes. Se refiere al sello "progresista" con el que el Papa Francisco ha visto que le han marcado en estos primeros meses de pontificado.
Hace un mes, el 17 de octubre, parecía que Bergoglio convalidaba una vez más este perfil cuando en la homilía matutina en Santa Marta había dirigido palabras duras contras los cristianos que transforman la fe en "ideología moralista", hecha toda ella de "prescripciones sin bondad".
Pero un mes después, el 18 de noviembre, en otra homilía matutina el Papa ha tocado una música muy distinta.
Ha tomado como punto de partida la rebelión de los Macabeos contra las potencias dominantes de la época para dar una tremenda reprimenda a ese “progresismo adolescente”, también católico, dispuesto a someterse a la “uniformidad hegemónica” del “pensamiento único fruto de la mundanidad”.
No es verdad, ha dicho Francisco, que "ante cualquier elección sea justo ir hacia adelante a pesar de todo, en vez de permanecer fieles a las propias tradiciones". A fuerza de negociar sobre todo los valores acaban vaciándose de sentido, por lo que al final quedan sólo “valores nominales, no reales”. Más bien al contrario, se acaba negociando precisamente "lo que es esencial para el proprio ser, la fidelidad al Señor".
El pensamiento único que domina el mundo – ha continuado el Papa – legaliza también “las condenas a muerte”, “los sacrificios humanos”. “Pero vosotros – ha preguntado – ¿pensáis que hoy no se llevan a cabo sacrificios humanos? ¡Se hacen muchos, muchos! Y hay leyes que los protegen”.
Es difícil no ver en este grito de dolor del Papa Francisco las innumerables vidas humanas segadas antes de nacer con el aborto, o bien truncadas con la eutanasia.
Lamentando el avance de “este espíritu de mundanidad que lleva a la apostasía” el Papa ha citado una novela “profética” de inicios del siglo XX que es una de sus lecturas preferidas: “El amo del mundo” de Robert H. Benson, un sacerdote anglicano, hijo de un arzobispo de Canterbury, que se convirtió al catolicismo.
Con la excepción de algunas publicaciones católicas, los medios de comunicación de todo el mundo han ignorado esta homilía de Papa Francisco que, en efecto, contradice de manera flagrante los esquemas progresistas, o incluso revolucionarios, con los que se le describe generalmente.
Pero ahora está en los documentos, y allí se queda.
Una curiosa coincidencia: en la misa en la que Francisco ha pronunciado esta homilía ha participado también el nuevo secretario de Estado Pietro Parolin, en su primer día de servicio efectivo en la curia romana.
El primer rasgo tiene que ver con el coloquio que tuvo con Eugenio Scalfari, puesto negro sobre blanco por este campeón del pensamiento ateo en "la Repubblica" del 1 de octubre.
La transcripción del coloquio había generado, de hecho, un desconcierto generalizado, causado por algunas afirmaciones de Francisco que parecían más congeniales al pensamiento laico dominante que a la doctrina católica. Tipo la siguiente:
"Cada uno de nosotros tiene su propia visión del bien y del mal, y debe elegir seguir el bien y combatir el mal como él mismo conciba".
Sin embargo, en ese momento la entrevista había sido valorada por el padre Federico Lombardi como "fiel al pensamiento" del Papa y "fidedigna en su sentido general".
No solo. Pocas horas después de su publicación en "la Repubblica", la entrevista había sido reproducida íntegramente tanto en "L'Osservatore Romano" como en el sitio web oficial de la Santa Sede, igual que los otros discursos y documentos del Papa.
Nació así la idea de que Jorge Mario Bergoglio había elegido a propósito la modalidad expresiva del coloquio, tanto en esta ocasión como en otras posteriores, como la nueva forma de su magisterio, capaz de llegar de manera más eficaz al gran público.
Pero seguramente el Papa se ha dado cuenta, en las semanas sucesivas, del riesgo que entraña dicha modalidad: que el magisterio de la Iglesia descienda a nivel de una mera opinión ofrecida a la libre confrontación.
De hecho, de aquí ha derivado la decisión, el 15 de noviembre, de eliminar del sitio de la Santa Sede el texto del coloquio con Scalfari.
"Quitándolo – ha explicado el padre Lombardi – se ha precisado la naturaleza de ese texto. Había algún equivoco y debate sobre su valor".
El 21 de noviembre, entrevistado en la sede romana de la prensa extranjera, Scalfari ha revelado, sin embargo, otros detalles de todo el asunto.
Ha dicho que el Papa, al término de la conversación, había consentido en que se hiciera pública. Y ante la propuesta de Scalfari de mandarle el texto anticipadamente, había respondido: "Me parece una pérdida de tiempo, de Usted me fio".
Efectivamente, el fundador de "la Repubblica" envió el texto al Papa, acompañado por una carta en la que, entre otras cosas, escribía:
"Tenga en cuenta que no he referido algunas cosas que Usted me ha contado. Y que algunas cosas que le hago decir, no las ha dicho. Pero las he añadido para que el lector sepa quién es Usted."
Dos días después – y según cuanto refiere Scalfari – el secretario del Papa, Alfred Xuereb dio, telefónicamente, el ok para la publicación, que salió al día siguiente.
Scalfari ha comentado: "Estoy preparado a pensar que el Papa no comparta algunas cosas escritas por mí y atribuidas a él, pero también creo que él considera que, expresadas por un no creyente, son importantes para él y para la acción que desarrolla".
*
Pero también la equilibrada y estudiadísima entrevista del Papa Francisco a "La Civiltà Cattolica" – publicada el 19 de septiembre por dieciséis revistas de la Compañía de Jesús, en once idiomas – ha entrado en los días pasados en el taller de las cosas que hay que reparar.
Sobre un punto clave: la interpretación del Concilio Vaticano II.
Y esto se ha entendido por una pasaje de la carta autógrafa escrita por Francisco al arzobispo Agostino Marchetto con ocasión de la presentación de un volumen en su honor, el 12 de noviembre, en el solemne marco del Campidoglio, carta que el Papa quiso que se leyera en público.
El pasaje es el siguiente:
"Usted ha manifestado este amor [a la Iglesia] de muchas maneras, incluso corrigiendo un error o imprecisión por mi parte, – y por ello le doy las gracias de corazón –, pero sobre todo se ha manifestado en toda su pureza en los estudios realizados sobre el Concilio Vaticano II. Una vez le dije, querido Mons. Marchetto, y deseo repetirlo hoy, que le considero el mejor hermeneuta del Concilio Vaticano II".
Ya la definición de Marchetto como "el mejor hermeneuta" del Concilio es clamorosa. De hecho, Marchetto es, desde siempre, el crítico más implacable de esa "escuela de Bolonia" – fundada por Giuseppe Dossetti y Giuseppe Alberigo, y hoy dirigida por el profesor Alberto Melloni – que tiene el monopolio mundial de la interpretación del Vaticano II en clave progresista.
La hermenéutica del Concilio sostenida por Marchetto es la misma que sostiene Benedicto XVI: no "ruptura" y "nuevo inicio", sino "reforma en la continuidad del único sujeto Iglesia". Y ésta es la hermenéutica que Papa Francisco ha querido demostrar que comparte al manifestar una apreciación tan elevada de Marchetto.
Pero si se vuelve a leer el sucinto pasaje que Francisco dedica al Vaticano II en la entrevista a "La Civiltà Cattolica", la impresión que se tiene es distinta. "Sí, hay líneas de continuidad y de discontinuidad", concede el Papa. "Pero – añade – una cosa es clara": el Vaticano II ha sido "un servicio al pueblo" consistente en "una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea".
En las pocas líneas de la entrevista dedicadas al Concilio, Bergoglio define así su esencia en tres ocasiones, aplicándola también a la reforma de la liturgia.
A muchos les pareció tan sumario un juicio semejante sobre el grandioso acontecimiento conciliar que incluso el entrevistador del Papa, el director de "La Civiltà Cattolica" Antonio Spadaro, confesó su asombro al transcribirlo de la voz de Francisco.
Pero, mientras tanto, este juicio ha seguido ganando amplios consensos.
Por ejemplo, el presidente de la república italiana Giorgio Napolitano, al recibir al Papa en su visita al Quirinal el 14 de noviembre, citando las palabras exactas de éste, le ha dado las gracias precisamente por hacer "vibrar el espíritu del Concilio Vaticano II como 'relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea'".
Y estas mismas palabras han sido aplaudidas – es otro ejemplo – por el número uno de los liturgistas italianos, Andrea Grillo, docente en el Pontificio Ateneo San Anselmo, según el cual Francisco habría, por fin, inaugurado la verdadera y definitiva "hermenéutica" del Concilio, tras haber "situado inmediatamente en un segundo plano esa diatriba sobra la 'continuidad' y la 'discontinuidad' que había perjudicado durante mucho tiempo – y a menudo paralizado del todo – cualquier eficaz hermenéutica del Vaticano II".
Efectivamente, no es un misterio que "servicio al pueblo" y relectura del Evangelio "actualizada para hoy" son conceptos apreciados por las interpretaciones progresistas del Concilio y, en particular, por la "escuela de Bolonia", que varias veces se ha declarado entusiasta de este Papa.
Pero, evidentemente, hay quien ha hecho observar en persona al Papa Bergoglio que reducir el Concilio a dichos conceptos es por lo menos "impreciso", si no "errado".
Y ha sido precisamente Marchetto quien ha dado este paso. Entre él y Bergoglio hay desde hace tiempo una gran confianza, con estima recíproca. Marchetto vive en Roma en la casa del clero de via della Scrofa, en la habitación 204, adyacente a la 203 en la que se hospedaba el entonces arzobispo de Buenos Aires en sus estancias romanas.
El Papa Francisco no sólo ha escuchado las críticas de su amigo, sino que las ha acogido, hasta el punto de agradecerle, en la carta leída el 12 de noviembre, el haberle ayudado "corrigiendo une error o imprecisión por mi parte".
Se presume que en un futuro Francisco se expresará sobre el Concilio de otra manera respecto a como lo hizo en la entrevista a "La Civiltà Cattolica", más en línea con la hermenéutica de Benedicto XVI, y con gran desilusión para la "escuela de Bolonia".
*
La tercera corrección es coherente con las dos precedentes. Se refiere al sello "progresista" con el que el Papa Francisco ha visto que le han marcado en estos primeros meses de pontificado.
Hace un mes, el 17 de octubre, parecía que Bergoglio convalidaba una vez más este perfil cuando en la homilía matutina en Santa Marta había dirigido palabras duras contras los cristianos que transforman la fe en "ideología moralista", hecha toda ella de "prescripciones sin bondad".
Pero un mes después, el 18 de noviembre, en otra homilía matutina el Papa ha tocado una música muy distinta.
Ha tomado como punto de partida la rebelión de los Macabeos contra las potencias dominantes de la época para dar una tremenda reprimenda a ese “progresismo adolescente”, también católico, dispuesto a someterse a la “uniformidad hegemónica” del “pensamiento único fruto de la mundanidad”.
No es verdad, ha dicho Francisco, que "ante cualquier elección sea justo ir hacia adelante a pesar de todo, en vez de permanecer fieles a las propias tradiciones". A fuerza de negociar sobre todo los valores acaban vaciándose de sentido, por lo que al final quedan sólo “valores nominales, no reales”. Más bien al contrario, se acaba negociando precisamente "lo que es esencial para el proprio ser, la fidelidad al Señor".
El pensamiento único que domina el mundo – ha continuado el Papa – legaliza también “las condenas a muerte”, “los sacrificios humanos”. “Pero vosotros – ha preguntado – ¿pensáis que hoy no se llevan a cabo sacrificios humanos? ¡Se hacen muchos, muchos! Y hay leyes que los protegen”.
Es difícil no ver en este grito de dolor del Papa Francisco las innumerables vidas humanas segadas antes de nacer con el aborto, o bien truncadas con la eutanasia.
Lamentando el avance de “este espíritu de mundanidad que lleva a la apostasía” el Papa ha citado una novela “profética” de inicios del siglo XX que es una de sus lecturas preferidas: “El amo del mundo” de Robert H. Benson, un sacerdote anglicano, hijo de un arzobispo de Canterbury, que se convirtió al catolicismo.
Con la excepción de algunas publicaciones católicas, los medios de comunicación de todo el mundo han ignorado esta homilía de Papa Francisco que, en efecto, contradice de manera flagrante los esquemas progresistas, o incluso revolucionarios, con los que se le describe generalmente.
Pero ahora está en los documentos, y allí se queda.
Una curiosa coincidencia: en la misa en la que Francisco ha pronunciado esta homilía ha participado también el nuevo secretario de Estado Pietro Parolin, en su primer día de servicio efectivo en la curia romana.