sábado, 10 de novembro de 2012

Luces y sombras del concilio. La laguna que Juan Pablo II quiso colmar - de Sandro Magister

 In Chiesaespressonline

Se refería a la acción misionera de la Iglesia. La génesis del decreto conciliar "Ad gentes" y de la encíclica de 1990 "Redemptoris missio" en las memorias inéditas del padre Piero Gheddo, que trabajó en la redacción de ambos documentos

ROMA, 9 de noviembre de 2012 – En el sínodo de octubre pasado sobre la nueva evangelización ha causado impresión la crítica dirigida por el cardenal indio Telesphore Placidus Toppo a esas órdenes religiosas que actúan "como multinacionales para responder a las necesidades materiales de la humanidad, olvidando que el objetivo principal de su fundación era traer el Kerygma, el Evangelio, a un mundo perdido".

La crítica no es nueva. Y ha sido dirigida por los últimos papas, en numerosas ocasiones, a la generalidad de la Iglesia católica, alentada para que reavive su enfriado espíritu misionero.

El punto de inflexión fue el concilio Vaticano II.

"Hasta el concilio la Iglesia vivía una estación de fervor misionero hoy inimaginable", recuerda el padre Piero Gheddo, del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, que fue uno de los expertos llamados al concilio por Juan XXIII para trabajar en la redacción del documento sobre las misiones.

Pero después hubo un colapso repentino. Tanto es así que en 1990, veinticinco años después de la aprobación del decreto conciliar "Ad gentes", Juan Pablo II sintió la necesidad de dedicar a las misiones una encíclica, la "Redemptoris missio", precisamente para despertar a la Iglesia de su letargo.

Padre Gheddo fue llamado para trabajar en la redacción de esta encíclica. Y dice:

"Juan Pablo II, con la 'Redemptoris missio', deseaba ciertamente confirmar el decreto conciliar 'Ad gentes', pero quería también colmar una laguna de ese texto, muy bello, pero apresurado e incompleto. Es decir, quería tratar temas que en el Vaticano II había sido examinados con demasiada prisa, o incluso se habían ignorado. Puedo afirmar esto, pues me reuní varias veces con el Papa mientras yo preparaba las tres redacciones del documento, entre octubre de 1989 y julio de 1990".

En estas semanas el padre Gheddo – que tiene 83 años, ha realizado numerosos viajes a todos los continentes, ha escrito más de 80 libros traducidos en distintos idiomas y ha sido, hasta 2010, director de la oficina histórica del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras – está poniendo en orden sus memorias concernientes el concilio, y el postconcilio. Algunos de sus apuntes han sido publicados por Zenit y Asia News.


DURANTE EL CONCILIO


Sobre el caso del decreto conciliar "Ad gentes", que él ayudó a escribir, padre Gheddo dice:

"El decreto tuvo un camino muy laborioso y controvertido. Ante todo, las exigencias y las soluciones propuestas por los padres conciliares eran muy distintas según los continentes. Por poner un ejemplo que recuerdo bien: las Iglesias asiáticas, ricas de vocaciones y con una antigua tradición de celibato en las religiones locales, insistían en mantener el celibato sacerdotal; desde América Latina y África, en cambio, algunos episcopados pedían su abolición, o la admisión del clero casado bajo ciertas condiciones".

El documento corrió el riesgo incluso de ser cancelado. Sigue el relato de padre Gheddo:

"Las dificultades aumentan cuando el 23 de abril de 1964, entre la II y la III sesión conciliar, la secretaría del concilio manda una carta a nuestra comisión: el esquema sobre las misiones debe reducirse a pocas propuestas.  Ya no debía ser un texto largo y razonado, sino una simple enumeración de propuestas. La idea era simplificar los trabajos del concilio para que éste concluyera con la III sesión. Algunos textos basilares podía ser bastante amplios; otros, considerados menos importantes, tenían que limitarse a pocas páginas de propuestas. Era voz común que los gastos para los padres conciliares, unos 2.400 en total, y el aparato del concilio eran totalmente insostenibles para la Santa Sede".   

"La comisión de las misiones trabajaba a marchas forzadas, también por la noche, para respetar esta petición, concentrando el texto en 13 propuestas. Pero apenas la noticia se difunde entre los obispos llegan las protestas, algunas vehementes como la del cardenal Frings de Colonia, que envía una carta a los obispos alemanes y a otros, incitándoles a protestar: “¡Pero cómo! ¿Se afirma que el esfuerzo misionero es esencial para la Iglesia y después se quiere reducirlo a pocas páginas? Incomprensible, imposible, inaceptable”".

"Un grupo de obispos pide la abolición del documento sobre las misiones, integrando el material en la constitución "Lumen gentium" sobre la Iglesia. Otros, en cambio, más numerosos y aguerridos (entre ellos había misioneros 'de foresta' que con solo verlos era imposible decirles que no), proceden a ponerse en contacto personalmente, uno por uno, con todos los padres conciliares, conquistando seguidores. La batalla en el aula se concluye con éxito: solo 311 padres conciliares se pronuncian en favor del documento sobre las misiones reducido a 13 propuestas;  los otros 1.601 piden que el decreto misionero se salve integralmente. Su suerte se renvía a la IV sesión del concilio, la más larga de todas, desde el 14 de septiembre al 8 de diciembre de 1965".

Uno de los puntos de controversia se refiere al papel de la congregación vaticana  "de Propaganda Fide":

"Por un lado se solicitaba incluso la abolición de la congregación para la evangelización de los no cristianos. Por otra, muchos padres pedían que se potenciara aún más para así recuperar su papel guía, superando así la función sólo jurídica y de financiación de las diócesis misioneras que hasta ese momento había asumido.

"Efectivamente, desde su nacimiento en 1622 hasta principios del siglo XX, 'Propaganda Fide' había tenido un papel fuerte, vigoroso, en la estrategia y en la guía concreta del trabajo misionero, como también en la vida de los institutos y de los mismos misioneros. Pero posteriormente su papel se redujo, mientras adquiría mayor fuerza la secretaría de Estado, con las relativas nunciaturas apostólicas. No pocos obispos querían, por tanto, reforzar la congregación de las misiones, de cuya libertad de acción sentían la necesidad, para garantizar así su misma libertad".

La petición de estos obispos misioneros  no llegó a buen puerto – dice padre Gheddo – "también porque la tendencia a la centralización y unificación del gobierno de la Iglesia era, quizás, inevitable".

Viceversa, sobre otro punto controvertido, a un grupo de obispos de las regiones amazónicas el éxito les sonrió:

"Es un hecho que he seguido personalmente", recuerda padre Gheddo. "Mons. Arcangelo Cerqua del PIME, prelado de Parintins en la Amazonia brasileña, y Mons. Aristide Pirovano, también él del PIME, prelado de Macapà en Amazonia, se hicieron promotores de una 'acción cabildea' que llevó a incluir en el decreto 'Ad gentes', en el último momento, la nota 37 del capítulo 6, que equipara las prelaturas de la Amazonia brasileña (en esa época 35), pero también muchas otras de América Latina, con los territorios misioneros dependientes de 'Propaganda Fide'. Sin esta equiparación, América Latina habría quedado excluida de las ayudas de las pontificias obras misioneras de las cuales se beneficia actualmente.

"En la votación decisiva, en noviembre de 1965, 117 padres de América Latina rechazan el texto presentado a votación, que no menciona para nada las prelaturas. Demasiado pocos, sobre un total de 2.153 votantes. Sin embargo, contemporáneamente, otros 712 padres votan a favor pero "iuxta modum", obligando por lo tanto a rescribir el texto porque no había sido plenamente aprobado por los dos tercios de los votantes. De esta manera se consiguió hacer incluir las prelaturas de América Latina entre los territorios que reciben ayuda de las pontificias obras misioneras".

Comenta padre Gheddo:

"Hechos como estos, pero también otros muchos, como por ejemplo la aprobación de la colegialidad del Papa con el episcopado, confirman la evidente intervención del Espíritu Santo guiando la asamblea del Vaticano II".

Esto no impide – prosigue padre Gheddo –  que en el intervalo entre la III y la IV sesión del Vaticano II "había en la comisión un sentimiento de ansia, en alguno incluso casi de desesperación".

"El texto enviado a los obispos en el verano de 1965 era cinco veces más extenso que las precedentes 13 propuestas a las cuales se había intentado reducirlo. Parecía un éxito increíble. Pero la responsabilidad más grande para la comisión de redacción llega después. Los meses decisivos son octubre y noviembre. Se enriquece el texto con muchas de las observaciones sugeridas por los obispos.  En noviembre hay veinte votaciones que lo aprueban con una gran mayoría, pero con más de 500 páginas de 'modos', de sugerencias, de propuestas en el aula que siguen pidiendo adiciones, correcciones, distintas formulaciones. Faltaba menos de un mes para que terminara el concilio y ¡parecía que había que empezar desde el principio!

"Después, misteriosamente, al final todo se arregló. El conjunto del decreto se aprueba en la última sesión pública con 2.394 votos favorables y sólo 5 en contra, el más alto nivel de unanimidad en las votaciones de todo el concilio. '¡El Espíritu Santo existe verdaderamente!', exclamó el cardenal Agagianian, prefecto de 'Propaganda Fide' y uno de los cuatro moderadores de la asamblea".


DESPUÉS DEL CONCILIO


Una vez ya en el inmediato postconcilio, sin embargo, el sueño de un nuevo Pentecostés misionero cedió el paso a una tendencia opuesta. Recuerda padre Gheddo:

"Se reducía la obligación religiosa de evangelizar a compromiso social: lo importante es amar al prójimo, hacer el bien, dar testimonio de servicio, como si la Iglesia fuese una agencia de ayuda y de socorro de emergencia para remediar a las injusticias y las plagas de la sociedad. Se exaltaban el análisis 'científico' del marxismo y el tercermundismo. Se proclamaban como verdades tesis del todo falsas: por ejemplo, que no es importante que los pueblos se conviertan a Cristo, con tal que acojan el mensaje de amor y paz del Evangelio".

Estas tendencias se manifiestan también entre los obispos que participan, en 1974, al sínodo sobre la evangelización. Es Pablo VI, con la exhortación apostólica postsinodal "Evangelii nuntiandi" de 1975, quien reafirma con fuerza que "incluso el testimonio más bello se revelará a la larga impotente si el nombre, la enseñanza, la vida y las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, no son proclamados".

"Pero no se escuchó a Pablo VI", comenta padre Gheddo. Y también su sucesor, Juan Pablo II, con la encíclica "Redemptoris missio" de 1990 tuvo que enfrentarse a un muro de incomprensión.

Recuerda padre Gheddo, que colaboró con el Papa en la redacción de la misma:

"No pocos, en la curia vaticana, contestaron esa encíclica antes incluso de que saliera. Decían: 'Una encíclica es demasiado, sería suficiente una carta apostólica, como se hace para el aniversario de un texto conciliar'. Pero también después de su salida la 'Redemptoris missio' fue infravalorada en la Iglesia por teólogos, "misiologos", revistas misioneras. Decían: 'No dice nada nuevo'. Pero en cambio introducía temas nuevos y absolutamente revolucionarios, nunca mencionados por el decreto conciliar 'Ad gentes', como por ejemplo en el capítulo titulado 'Promover el desarrollo, educando las conciencias'. Tenía razón Juan Pablo II cuando constataba que en la historia de la Iglesia el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, y como su disminución es signo de una crisis de fe".

Prosigue padre Gheddo:

"Observando hoy las revistas y los libros, los congresos, las campañas de entes y organismos misioneros, uno se pregunta si la 'Redemptoris missio' es conocida y vivida. Digamos la verdad. La gravísima disminución de las vocaciones misioneras depende también de cómo se presenta la figura del misionero y la misión ad gentes.

"Hace medio siglo se hacían vigilias y marchas misioneras haciendo hablar a los misioneros sobre el terreno, pidiendo a Dios más vocaciones para la misión ad gentes y animando a los jóvenes a ofrecer sus vidas por las misiones. Hoy prevalece la movilización sobre temas como la venta de armas, la recogida de firmas contra la deuda externa de los países africanos, el agua como bien público, la deforestación, etc. Cuando temas como estos adquieren el peso mayor en la animación misionera, es inevitable que el misionero quede reducido a un operador social y político.

"Pregunto: ¿se puede pensar que un joven o una chica que han sido educados para denunciar y protestar, para recoger firmas contra las armas o la deuda externa, puedan sentirse atraídos por convertirse en misioneros? Para tener más vocaciones misioneras es necesario que los jóvenes sientan fascinación por el Evangelio y la vida en la misión, que se enamoren de Jesucristo, la única riqueza que tenemos. Todo el resto viene por consiguiente".


UNA NOTA DE CONFIANZA


Con Benedicto XVI se ha puesto en primer plano la lucha contra el relativismo, contra la idea de que todas las religiones se equivalen y son vías de salvación. Entre los muchos textos de este pontificado sobre el tema, está la nota doctrinal de la congregación para la doctrina de la fe sobre algunos aspectos de la evangelización.

Comenta padre Gheddo:

"La nota fue deseada y aprobada por el Papa, y se publicó el 3 de diciembre de 2007, fiesta del misionero por excelencia, San Francisco Javier; sin embargo, ha sido prácticamente ignorada por la prensa católica y misionera, cuando en cambio es un texto que los institutos misioneros diocesanos, la prensa, los grupos y las asociaciones misioneras deberían conocer y debatir para tener un punto de referencia concreto en el clima de secularización y relativismo que corre el riesgo de hacernos perder la brújula de la recta vía".

Pero no obstante todo esto, padre Gheddo sigue teniendo confianza y para confirmarlo, de un tirón, indica algunas cifras:

"Hoy hay demasiado pesimismo sobre la eficacia de la misión entre los no cristianos. La realidad es distinta. En la milenaria historia de la Iglesia no hay ningún continente que se haya convertido a Cristo tan rápidamente como África. En 1960 los católicos africanos eran aproximadamente 35 millones, con 25 obispos locales; hoy son 172 millones, con casi 400 obispos africanos. Según el Pew Research Center de Washington, en 2010, en toda África, los cristianos y los musulmanes tenían, ambos, poco menos de 500 millones de fieles, pero sólo en África negra, al sur del Sahara, los cristianos son 470 millones y los musulmanes 234.

"En 1960 en Asia había 68 obispos asiáticos y en ningún país se notaba un crecimiento sostenido de los bautizados. Sólo en la India había un buen índice de conversiones y aquí, hoy, los católicos son al menos 30 millones, el doble de la cifra declarada. Lo mismo vale para Indonesia, Sri Lanka, Birmania, Vietnam, donde los católicos son ya el 10 por ciento de los 85 millones de vietnamitas, con numerosas conversiones y vocaciones. En 1949, cuando Mao subió al poder, China tenía 3,7 millones de católicos; hoy, no obstante la persecución, se estima que hay 12-15 millones y los cristianos en su conjunto son 45-50 millones. En Corea del Sur, donde la religión es libre y las estadísticas son creíbles, los católicos son más de 5 millones, el 10,3 por ciento de los surcoreanos, y los cristianos, en total, el 30 por ciento.

"El efecto positivo del concilio y de los papas es evidente en la promoción de las jóvenes Iglesias, que hoy son misioneras fuera de los propios países y hacia Occidente. Los estereotipos como que la misión ad gentes se ha acabado y que no tiene eficacia deben ser borrados, porque no corresponden a la realidad de los hechos.

"Juan Pablo II escribió en la 'Redemptoris missio': 'La misión ad gentes está todavía en los comienzos'. No conocemos los planes de Dios, pero probablemente también este periodo de estancamiento de la misión ad gentes tiene su significado positivo. Lo entenderemos, tal vez, dentro de medio siglo".

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El decreto del concilio Vaticano II sobre las misiones de 1965:

> "Ad gentes"

La exhortación apostólica de Pablo VI de 1975:

> "Evangelii nuntiandi"

La encíclica de Juan Pablo II de 1990:

> "Redemptoris missio"