El diario norteamericano The New York Times vuelve hoy a la carga desenterrando una historia ya aparecida la semana pasada en la prensa de medio mundo. Quienes nos tomamos la molestia de leer más allá de los titulares, nos damos cuenta de que el objetivo vuelve a ser Benedicto XVI y el disparo (como el de ayer) se vuelve a demostrar de pólvora mojada. Sin embargo, no cabe duda de que el eco de los artículos es impresionante. La idea de que el Papa, cuando era el cardenal Ratzinger, se dedicaba a cubrir o a perdonar a criminales se va abriendo paso en una parte de la opinión pública.
Quien siga este blog puede confirmar que soy un admirador del NYTimes, y que considero normal la polémica y la dialéctica cuando se trata de informar sobre la Iglesia católica. Lo que está ocurriendo estos días, sin embargo, me parece que se sale de lo ordinario. Nos encontramos ante la negación de las más elementales reglas profesionales del periodismo. Cuando se afirman con insistencia cosas que no se demuestran, solo cabe preguntarse por las causas de semejante borrachera.
Personalmente, no soy amigo de complot ni de maniobras ocultas. Prefiero una explicación más infantil: el diario de Nueva York se está desquitando de la crítica que le hizo hace unos meses el arzobispo de New York, mons. Timothy Dolan, cuando publicó en su blog un artículo que The New York Times no había querido admitir en sus páginas. En ese texto, Dolan mostraba con ejemplos algunos prejuicios del diario en relación al catolicismo. Esa mala publicidad dio la vuelta al mundo.
Ya lo sé: es una explicación demasiado ingenua.