por Martin Rhonheimer
In www.chiesa.espressonline.it
¿Por qué el papa Benedicto decide de repente tratar el tema del SIDA y de los preservativos? ¿Y por qué lo llevó a cabo en la forma que lo hizo?
A partir de lo que él le dice a Peter Seewald en "Luz del Mundo", estaba frustrado por las reacciones a sus comentarios sobre este tema, durante su viaje a África en marzo del 2009. La tormenta de fuego mediática posterior a esos comentarios mostró que había tres creencias extendidas ampliamente en la sociedad occidental: que los preservativos eran la solución para el SIDA en África; que la doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción implicaba una prohibición del uso del preservativo para las personas involucradas en estilos de vida inmorales y de alto riesgo; y que cuando el papa Benedicto dijo que las campañas que promocionan los preservativos para combatir el Sida en África eran "ineficaces", se pensaba que él se estaba refiriendo a denuncias hechas en el año 2004 por el cardenal Alfonso López Trujillo, en ese entonces responsable del Pontificio Consejo para la Familia, en el sentido que los preservativos son demasiado porosos como para actuar como barrera efectiva contra la transmisión del VIH.
El papa Benedicto estaba dispuesto a disipar esos mitos, y en su libro-entrevista lo hace en unos pocos parágrafos breves. Puso en claro que las campañas que promueven los preservativos trivializan (“banalizan”) la sexualidad, provocando que el virus se expanda más, y que sólo mediante la “humanización” de la sexualidad se puede poner freno a la difusión del virus. Pero él siguió diciendo que el uso de un preservativo por parte de un prostituto, cuando se lo hace para prevenir la infección, sería al menos “una primera asunción de responsabilidad”; y al decir esto él implícitamente descartó los otros dos mitos: si los preservativos fuesen ineficaces para poner freno a la transmisión del virus entre los grupos de alto riesgo, no sería responsable su utilización. Y si, tal como algunos han pedido, la Iglesia enseñara que los preservativos son “intrínsecamente malos”, entonces difícilmente el Papa podría reconocer su utilización como un “primer paso” en el camino hacia un desarrollo moral.
Personalmente, me sentí muy reconfortado que él clarificara el último punto, porque cuando algunos años atrás sostuve eso mismo en un artículo (“La verdad sobre los preservativos”, 10 de julio de 2004) en "The Tablet" de Londres, fui acusado por un gran número de católicos buenos y fieles de defender la distribución de preservativos para detener la epidemia de SIDA y, en consecuencia, de socavar los esfuerzos de la Iglesia para defender los valores del matrimonio, la fidelidad y la castidad. Pero mientras el artículo provocó críticas públicas, principalmente de colegas en teología moral, se me hizo saber que la Congregación para la Doctrina de la Fe, en ese entonces presidida por el cardenal Ratzinger, no planteó ningún problema con ninguno de sus argumentos.
Lo que me llevó a escribir ese artículo fue el hecho que en el anterior número de "The Tablet", su entonces vice-editor, Austen Ivereigh, en un artículo en el que comentó sobre un programa de la BBC, "Panorama" en el que se analizaron las afirmaciones del cardenal López Trujillo, contrastó dos posiciones en la Iglesia sobre la cuestión del uso de preservativos contra el SIDA.
La primera posición la representaba el cardenal Godfried Danneels, en esa época arzobispo de Bruselas, de quien él citó palabras parecidas a las siguientes: “si una persona infectada con VIH ha decidido no respetar la abstinencia, entonces tiene que proteger a su pareja y puede hacer eso – en este caso utilizando un preservativo". Obrar de otra manera, dijo el cardenal, sería “quebrantar el quinto mandamiento”, el que dice que no se debe matar.
La segunda posición la representaba una cita del entonces funcionario de educación del Linacre Center, en Londres, Hugh Henry, quien, en desacuerdo con la declaración del cardenal Daneels, dijo a Ivereigh que el uso de un preservativo era un pecado contra el sexto mandamiento, que "al fallar al no honrar la estructura fértil que debe tener el acto marital, no puede constituir una donación personal mutua y completa y, en consecuencia, viola el sexto mandamiento".
Esto sugería que, tal como escribió Ivereigh, un “trabajador migrante que va a un burdel en Sudáfrica no debe, por supuesto, tener sexo; pero si lo hace, parece sugerir Henry, él no debería utilizar un preservativo para prevenir contagiar a la mujer con SIDA, porque su acción falla al no honrar la estructura fértil que debe tener el acto marital". Y concluía de esta manera: “los lectores deben decidir si es el cardenal Danneels o el Linacre Centre el que está ofreciendo el consejo extraño".
Éste era mi punto de vista al leer este artículo: que ambos consejos eran esencialmente defectuosos, y elegir entre ellos era una falacia. El problema radicaba en que ambos estaban expresando sus posiciones en términos de normas u obligaciones morales – utilizar o no un preservativo – cuando un enfoque normativo era inadecuado para tratar esta cuestión.
Lo que el Linacre Centre propuso como la auténtica posición católica era que existe una obligación moral para las personas no castas que se involucran en actos sexuales pecaminosos que como mínimo se abstienen de utilizar preservativos, que consiste en evitar otro pecado contra el sexto mandamiento y, en consecuencia, hacen que su acto pecaminoso lo sea menos, inclusive si ellos infectan a otras personas o se infectan ellos mismos con una enfermedad mortal. Este tipo de argumento es el que hace que las personas crean equivocadamente que es la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción la que lleva a tales consecuencias contrarias al sentido común; pero esa enseñanza se ocupa esencialmente del amor marital y de sus expresiones en la relación sexual, y no se aplica en tales circunstancias. Por el contrario, si bien la posición del cardenal Danneels tiene alguna plausibilidad, simplemente invierte la falacia de Henry para convertir ahora en una norma moral para esas personas la obligación de utilizar al menos un preservativo (en orden no a pecar adicionalmente contra el quinto mandamiento). Al igual que Henry, el cardenal Danneels establece una norma moral con la finalidad de hacer que un comportamiento intrínsicamente inmoral sea menos inmoral.
Volvamos a la declaración del Linacre Centre: la enseñanza de la "Humanae vitae" no incluye la declaración de una norma moral sobre cómo llevar a cabo acciones intrínsecamente malas; la Iglesia no ha proclamado nunca tal enseñanza, ni tampoco lo hará alguna vez, porque tal enseñanza sería absolutamente contraria al sentido común. Lo único que la Iglesia puede enseñar posiblemente sobre la violación, por ejemplo, es la obligación moral de abstenerse absolutamente de ella, no cómo llevarla a cabo en una forma menos inmoral. Hay contextos en los que las orientaciones morales pierden completamente su significado normativo porque a lo sumo pueden disminuir un mal, pero no orientarlo hacia el bien; lo que tiene que ser superado, y ello es normativo, es el mismo intrínseco desorden moral. Como escribí en el 2004, “sería simplemente absurdo establecer normas morales para tipos de comportamiento intrínsecamente inmorales”.
La enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción no es una enseñanza sobre "preservativos", sino sobre el verdadero significado y sentido de la sexualidad y del amor marital. La cuestión de la anticoncepción es diferente de la cuestión del uso profiláctico del preservativo. La anticoncepción declarada como intrínsecamente mala está descripta en la "Humanae vitae" n.14 (reafirmada en el Catecismo de la Iglesia Católica n. 2370) como una acción que “o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga [en latín, "intendat"], como fin o como medio, hacer imposible la procreación”. La anticoncepción no es simplemente una acción que de hecho impide la procreación, sino una acción que impide la procreación que es efectuada precisamente con una intención anticonceptiva (el impedimento fáctico de la anticoncepción no es suficiente para que sea, en un sentido moral, un acción anticonceptiva; es por eso que utilizar píldoras anti-ovulatorias para regular el ciclo de una mujer por razones médicas no es anticoncepción en el sentido moral).
¿Pero se deduce de esto que se debería aconsejar positivamente utilizar preservativos con propósitos meramente profilácticos? Las personas que no están dispuestas a cambiar su modo de vida y que utilizan preservativos para prevenir infectarse a ellos mismos o a otros me parece que al menos han conservado un cierto sentido de responsabilidad – tal como el Papa mismo dijo la semana pasada. Pero no podemos decir que ellos "deben hacer eso" o que están "moralmente obligados a hacerlo", tal como pareció sugerir el cardenal Danneels. El papa Benedicto subraya esto cuando deja en claro que no es una “solución moral”. Es por eso que es erróneo también afirmar principios en este caso, como puede ser el del "mal menor", el cual sostiene que en orden a evitar un mal mayor se puede elegir un mal menor si hay un motivo adecuado para ello. Esta metodología moral, conocida como “proporcionalismo”, no es enseñanza de la Iglesia, y fue rechazada por el papa Juan Pablo II en su encíclica "Veritatis splendor", del año 1993, con la que el papa Benedicto XVI está totalmente de acuerdo.
Pero al hablar como él lo hace - que alguien actúa con "un cierto sentido de responsabilidad" al tratar de evitar una infección, el Papa no dice que utilizar preservativos para prevenir la infección del VIH significa actuar responsablemente. La responsabilidad real, para las prostitutas, significaría abstenerse completamente de contactos sexuales riesgos e inmorales y cambiar completamente su estilo de vida. Si no lo hacen (porque no pueden o no quieren), al menos subjetivamente actúan en una forma responsable al intentar prevenir la infección, o al menos actúan menos irresponsablemente que los que no lo hacen, lo cual es una formulación bastante diferente.
Es una declaración de sentido común, expresada en términos personalistas; no es una norma moral positiva que permite un "mal menor". La Iglesia debe aconsejar siempre a las personas que hagan el bien, no el mal menor; y la cosa buena que hay que hacer - y en consecuencia aconsejar – no es obrar en forma inmoral y al mismo tiempo reducir esta inmoralidad minimizando el posible daño causado por ello, sino abstenerse en forma absoluta de todo comportamiento inmoral. Es por eso que es errónea la justificación del uso profiláctico de los preservativos como un "mal menor" - y también peligroso, porque abre el camino para justificar cualquier forma de opción moral "menos mala": hacer el mal que puede venir un bien. Está también fuera de lugar. Los preservativos "per se", considerados como “cosas", no son "malos". En la enseñanza de la Iglesia, su uso en las acciones anticonceptivas tal como está definido por la "Humanae vitae" es malo, pero tal como hemos establecido, esta encíclica no es aplicable para la profilaxis.
Los comentarios del papa Benedicto no hicieron referencia al caso de los cónyuges cuando uno de los dos está infectado, razón por la cual uno de ellos utiliza un preservativo para evitar que el otro cónyuge se infecte. En mi artículo del año 2004, más bien hice referencia incidentalmente a tales casos, hablando sobre “razones pastorales o razones simplemente prudenciales” que aconsejarían contra la utilización de los preservativos en esas circunstancias. Este caso es diferente del anterior, y más complejo, porque aquí está en juego lo que constituye propiamente una acción marital. Es importante enfatizar que la cuestión de la anticoncepción en el matrimonio y la cuestión de la prevención de la infección mediante el uso de preservativos se refieren a dos problemas morales diferentes.
Indudablemente, la cuestión seguirá siendo debatida, pero lo que sea que la Iglesia declare eventualmente sobre este tema, habrá siempre buenas razones para insistir en la abstinencia en esta situación, porque utilizar un preservativo exclusivamente por razones médicas es en realidad mera teoría. Es probable que - al menos para las parejas fértiles - la intención de prevenir una infección se fusione con la intención propiamente anticonceptiva de prevenir la concepción de un bebé infectado. Personalmente, yo nunca alentaría a una pareja a utilizar un preservativo, sino a abstenerse de tener relaciones sexuales. Si ellos no están de acuerdo, yo no pensaría que su relación sexual sea lo que los teólogos morales llaman un pecado "contra natura" igual a la masturbación o a la sodomía, tal como afirman algunos teólogos morales. Pero la abstinencia completa sería la mejor opción moral, no sólo por razones prudenciales (los preservativos no son completamente seguros inclusive cuando son utilizados en forma consistente y apropiada), sino porque corresponde mejor a la perfección moral – a una vida virtuosa – abstenerse completamente de llevar a cabo acciones peligrosas, más que prevenir su peligrosidad utilizando un dispositivo que ayuda a disimular la necesidad del sacrificio.
Al defender la enseñanza de la Iglesia y su enfoque para prevenir la transmisión del VIH no se debería invocar argumentos contraproducentes y absurdos que distorsionan la enseñanza eclesial. Al insistir en la abstinencia, la fidelidad y la monogamia como las verdaderas soluciones para detener la epidemia del SIDA, no debemos negar que el uso de preservativos por parte de grupos de alto riesgo provoca la disminución de los índices de infección, mientras contiene la expansión de la epidemia en otras partes de la población. Pero esta tarea es principalmente la responsabilidad de las autoridades civiles.
El rol de la Iglesia en la lucha contra el SIDA no es la del bombero que trata de contener un incendio, sino la de enseñar y ayudar a las personas a edificar casas a pruebas de fuego y a evitar hacer lo que puede causar una hoguera, mientras que, por supuesto, atiende a los que sufren quemaduras. Más importante aún, ella hace eso para ofrecer la reconciliación con Dios y la sanación de las almas de los que han sido lastimados en su dignidad humana por su propio comportamiento inmoral o por las terribles opciones y circunstancias impuestas por el SIDA.