Allá por el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino mantuvo una apasionada polémica con Siger de Brabante, quien sostenía que existían dos verdades, si no contrapuestas, al menos perfectamente deslindadas: una verdad sobre el mundo sobrenatural y otra sobre el mundo natural, de tal modo que el filósofo podía abordar el estudio de cada una de ellas por separado, dividiendo tranquilamente su cabeza en dos.
Frente a las tesis de Siger de Brabante, Santo Tomás sostenía que el estudio de la naturaleza y de las realidades humanas era siempre fragmentario e insatisfactorio si no se abordaba desde una «unidad de mente» que permitiera abrazar abarcadoramente las realidades ultraterrenas. Aquella polémica la ganó Santo Tomás ante el tribunal académico; pero, desgraciadamente, Siger de Brabante se ha llevado el gato al agua ante el tribunal de la historia.
El pensamiento católico ha aceptado lastimosamente el dualismo, estableciendo un dique o frontera entre lo natural y lo sobrenatural; y, de este modo, se ha resignado a enjuiciar la realidad natural con categorías estrictamente «naturales» (políticas o económicas o estéticas o sociológicas o como demonios se quiera), confinando la teología a un ámbito estrictamente sobrenatural. Y así, desencarnada de las realidades naturales, la teología se ha desecado, convirtiéndose en una disciplina árida; y, a la vez, el pensamiento católico, privado de la savia que le daba sustento, se ha ido desnaturalizando, de tal modo que, cuando quiere formular teorías políticas o económicas, sólo le restan dos posibilidades: o aceptar las categorías ideológicas establecidas (llámense liberalismo o marxismo o cualquier otro híbrido monstruoso surgido de la coyunda entre ambos) o callar para siempre.
Desde hace unos pocos años, sobrevive en Granada una editorial llamada Nuevo Inicio que es una de las aportaciones intelectuales más valiosas que el pensamiento católico —tan maltrecho y confinado en los lazaretos del desprestigio— ha hecho en España en las últimas décadas. La guía el propósito de «superación del dualismo, sea de corte conservador o liberal, que es la causa singular más importante de la disolución de la Iglesia y de la pérdida de la fe en la sociedad contemporánea»; y hasta la fecha ha publicado un puñado de libros de lectura inexcusable para cualquier católico que aspire a recuperar esa «unidad de mente» que permite abordar el estudio de la política, la economía y la cultura desde presupuestos abarcadores.
En Nuevo Inicio se han publicado las obras del ensayista literario católico más brillante del momento, el francés Fabrice Hadjadj (La fe de los demonios, que ya hemos recomendado en otra ocasión, es simplemente grandiosa); y en Nuevo Inicio podemos disfrutar también de la lectura de un joven teólogo americano, William T. Cavanaugh, que en su magnífica obra Ser consumidos, recién salida de las imprentas, se atreve a hacer algo a lo que el pensamiento católico había renunciado: una propuesta de teología económica que (¡con San Agustín como guía!) refuta los mitos sobre los que se asienta el dios del «libre mercado» (algo similar había hecho Cavanaugh en otra obra anterior, la también espléndida Imaginación teo-política, con los mitos del Estado salvífico y la globalización).
En Nuevo Inicio se nos están brindando, en fin, las claves para la recomposición auténtica de un pensamiento católico que supere el veneno del dualismo; animo a las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan a corresponder a ese esfuerzo benemérito brindando su apoyo a una aventura editorial sin parangón.
Frente a las tesis de Siger de Brabante, Santo Tomás sostenía que el estudio de la naturaleza y de las realidades humanas era siempre fragmentario e insatisfactorio si no se abordaba desde una «unidad de mente» que permitiera abrazar abarcadoramente las realidades ultraterrenas. Aquella polémica la ganó Santo Tomás ante el tribunal académico; pero, desgraciadamente, Siger de Brabante se ha llevado el gato al agua ante el tribunal de la historia.
El pensamiento católico ha aceptado lastimosamente el dualismo, estableciendo un dique o frontera entre lo natural y lo sobrenatural; y, de este modo, se ha resignado a enjuiciar la realidad natural con categorías estrictamente «naturales» (políticas o económicas o estéticas o sociológicas o como demonios se quiera), confinando la teología a un ámbito estrictamente sobrenatural. Y así, desencarnada de las realidades naturales, la teología se ha desecado, convirtiéndose en una disciplina árida; y, a la vez, el pensamiento católico, privado de la savia que le daba sustento, se ha ido desnaturalizando, de tal modo que, cuando quiere formular teorías políticas o económicas, sólo le restan dos posibilidades: o aceptar las categorías ideológicas establecidas (llámense liberalismo o marxismo o cualquier otro híbrido monstruoso surgido de la coyunda entre ambos) o callar para siempre.
Desde hace unos pocos años, sobrevive en Granada una editorial llamada Nuevo Inicio que es una de las aportaciones intelectuales más valiosas que el pensamiento católico —tan maltrecho y confinado en los lazaretos del desprestigio— ha hecho en España en las últimas décadas. La guía el propósito de «superación del dualismo, sea de corte conservador o liberal, que es la causa singular más importante de la disolución de la Iglesia y de la pérdida de la fe en la sociedad contemporánea»; y hasta la fecha ha publicado un puñado de libros de lectura inexcusable para cualquier católico que aspire a recuperar esa «unidad de mente» que permite abordar el estudio de la política, la economía y la cultura desde presupuestos abarcadores.
En Nuevo Inicio se han publicado las obras del ensayista literario católico más brillante del momento, el francés Fabrice Hadjadj (La fe de los demonios, que ya hemos recomendado en otra ocasión, es simplemente grandiosa); y en Nuevo Inicio podemos disfrutar también de la lectura de un joven teólogo americano, William T. Cavanaugh, que en su magnífica obra Ser consumidos, recién salida de las imprentas, se atreve a hacer algo a lo que el pensamiento católico había renunciado: una propuesta de teología económica que (¡con San Agustín como guía!) refuta los mitos sobre los que se asienta el dios del «libre mercado» (algo similar había hecho Cavanaugh en otra obra anterior, la también espléndida Imaginación teo-política, con los mitos del Estado salvífico y la globalización).
En Nuevo Inicio se nos están brindando, en fin, las claves para la recomposición auténtica de un pensamiento católico que supere el veneno del dualismo; animo a las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan a corresponder a ese esfuerzo benemérito brindando su apoyo a una aventura editorial sin parangón.