Dios tiene sus tiempos para encontrarse
con las personas y utiliza los instrumentos más inimaginables para
realizar su obra. Es lo que ocurrió con Hung Phuoc Lam, un dominico
vietnamita, cuya vocación fue utilizada por Dios para transformar el
corazón de su padre, un perseguidor de la Iglesia.
Este fraile de la Orden de Predicadores cuenta en su experiencia que nació en una familia pagano-católica puesto que su padre veneraba a sus ancestros y su tía era monja budista mientras que su madre era católica. Aun así, él fue bautizado católico.
Su padre les prohibía ir a la Iglesia
Sin embargo, Phuoc Lam relata que la vida de fe y la de su madre no era nada sencilla. “Mi padre era muy severo y prohibía a mi madre ir a la Iglesia –y por lo tanto también estaba prohibido para mí”. Su padre odiaba el catolicismo por el trato que había recibido en un par de ocasiones por varios curas y religiosas, algo que no admitía. “Desde entonces se llenó de prejuicios contra los sacerdotes y contra la Iglesia, y el resultado inevitable era esta prohibición a los miembros de mi familia”.
La fe en Dios durante tantos años de su madre alimentó también a Hung y como él mismo recuerda, “con Dios todo es posible”. “Sólo puedo decir que esta situación era muy triste. Yo seguí confiando en Dios. Rezaba. Le rogaba que cambiara el corazón de mi padre costara lo que costara. No excluí mi propia llamada”.
“Que Dios cambiara el corazón de mi padre”
El Señor no tardó en responder a las oraciones de este joven vietnamita. Y la respuesta fue contundente. “Dios me llamó a la orden dominica, tenía 26 años y mi padre no aceptó la vocación”, asegura. Entonces fue cuando pudo entender las palabras del Evangelio de San Mateo: “no he venido a traer paz, sino espada”.
Su padre estaba furioso y le decía: “¡te prohíbo ser católico y ahora quieres ser sacerdote! ¿No te das cuenta de cómo son los sacerdotes y las monjas?”. De hecho, tomó una actitud “indiferente” hacía su hijo y casi le abandonó. A pesar de ello, “yo seguí adelante, en silencio, confiando en Dios. Y todos los días recé por él con mi madre”.
“Dios cambió a mi padre”
Hung Phuoc Lam entró en el Noviciado para ser fraile dominico mientras el Señor comenzaba también a actuar en su padre. Pasaron los años pero “Dios cambio a mi padre y lo hizo de verdad”.
¿Qué ocurrió para que se diera este cambio de actitud? La clave estuvo en la profesión de sus primeros votos. Ahí fue cuando aceptó la vocación de su hijo. “Luego hice mis votos finales en la Orden de Predicadores y participó en la celebración y gradualmente fue desapareciendo su prejuicio contra la Iglesia”.
“He sido derrotado por Dios”
De este modo, antes de su ordenación hizo una petición muy importante a su padre: que dejara a su madre ir a la Iglesia. Aceptó y su madre era la mujer más feliz en la faz de la tierra. “Fue una alegría el día de mi ordenación, pues la paz regresó a mi familia. Recibí aquello que pensaba haber perdido”, cuenta ahora.
Dios aún no había acabado su trabajo y en la ordenación el padre fue consciente de la realidad: “he sido derrotado por Dios; no le puedo arrebatar a mi hijo. Mi hijo es sacerdote. Está decidido; es un hecho”.
“Bauticé a mi padre”
Como el Señor es el que maneja los tiempos cuatro años después de hacerse sacerdote ocurrió el hecho más maravilloso. “Mi padre expresó el deseo de ser cristiano”. Fue el hijo el que bautizó a su padre en 2006. El que le dio la vida material era ahora el hijo espiritual. “Bauticé a mucha gente, pero jamás olvidaré el momento en que bauticé a mi padre”.
Afirma este fraile dominico que “Dios derrotó a mi padre y el Señor hizo cosas grandes por mi familia”. Tiene clarísimo que “esto fue obra de Dios y que todo es para su gloria. Me dio mucho más de lo que yo le pedí en 20 años de oración silenciosa y perseverante. Él, con su poder, hace milagros en cosas normales”.
La intercesión de la sangre de los mártires
Su vocación dominica, la conversión de su padre es como dice él mismo una obra de Dios y también por la intercesión de los mártires. Vietnam es una tierra regada por la sangre de los mártires y especialmente por numerosos domínicos que dieron su vida por el anuncio del Evangelio en esta tierra.
Obispos, frailes y laicos derramaron su sangre en Vietnam por amor a Dios y a las almas. Sangre que nunca será balde y que bendice la tierra en la que se esparce. En 1988 Juan Pablo II proclamó santos en la Plaza de San Pedro a un total de 117 mártires vietnamitas de los siglos XVIII y XIX, y cuya memoria se celebra el 24 de noviembre.
Muchos de ellos eran dominicos. Seis obispos de la Orden, entre ellos San Valentín de Berriochoa y San José María Díaz Sanjurjo, 15 frailes dominicos, 2 sacerdotes terciarios dominicos así como decenas de laicos y catequistas de la Orden de Predicadores, fueron asesinados por su fe.
Del total, setenta y cinco fueron decapitados. El resto fueron estrangulados, quemados vivos, descuartizados o torturados en prisión. Todos ellos se negaron a abjurar de su fe y pisotear la Cruz de Cristo. Ahora su sangre sigue dando frutos en el país por el que entregaron su vida.
Este fraile de la Orden de Predicadores cuenta en su experiencia que nació en una familia pagano-católica puesto que su padre veneraba a sus ancestros y su tía era monja budista mientras que su madre era católica. Aun así, él fue bautizado católico.
Su padre les prohibía ir a la Iglesia
Sin embargo, Phuoc Lam relata que la vida de fe y la de su madre no era nada sencilla. “Mi padre era muy severo y prohibía a mi madre ir a la Iglesia –y por lo tanto también estaba prohibido para mí”. Su padre odiaba el catolicismo por el trato que había recibido en un par de ocasiones por varios curas y religiosas, algo que no admitía. “Desde entonces se llenó de prejuicios contra los sacerdotes y contra la Iglesia, y el resultado inevitable era esta prohibición a los miembros de mi familia”.
La fe en Dios durante tantos años de su madre alimentó también a Hung y como él mismo recuerda, “con Dios todo es posible”. “Sólo puedo decir que esta situación era muy triste. Yo seguí confiando en Dios. Rezaba. Le rogaba que cambiara el corazón de mi padre costara lo que costara. No excluí mi propia llamada”.
“Que Dios cambiara el corazón de mi padre”
El Señor no tardó en responder a las oraciones de este joven vietnamita. Y la respuesta fue contundente. “Dios me llamó a la orden dominica, tenía 26 años y mi padre no aceptó la vocación”, asegura. Entonces fue cuando pudo entender las palabras del Evangelio de San Mateo: “no he venido a traer paz, sino espada”.
Su padre estaba furioso y le decía: “¡te prohíbo ser católico y ahora quieres ser sacerdote! ¿No te das cuenta de cómo son los sacerdotes y las monjas?”. De hecho, tomó una actitud “indiferente” hacía su hijo y casi le abandonó. A pesar de ello, “yo seguí adelante, en silencio, confiando en Dios. Y todos los días recé por él con mi madre”.
“Dios cambió a mi padre”
Hung Phuoc Lam entró en el Noviciado para ser fraile dominico mientras el Señor comenzaba también a actuar en su padre. Pasaron los años pero “Dios cambio a mi padre y lo hizo de verdad”.
¿Qué ocurrió para que se diera este cambio de actitud? La clave estuvo en la profesión de sus primeros votos. Ahí fue cuando aceptó la vocación de su hijo. “Luego hice mis votos finales en la Orden de Predicadores y participó en la celebración y gradualmente fue desapareciendo su prejuicio contra la Iglesia”.
“He sido derrotado por Dios”
De este modo, antes de su ordenación hizo una petición muy importante a su padre: que dejara a su madre ir a la Iglesia. Aceptó y su madre era la mujer más feliz en la faz de la tierra. “Fue una alegría el día de mi ordenación, pues la paz regresó a mi familia. Recibí aquello que pensaba haber perdido”, cuenta ahora.
Dios aún no había acabado su trabajo y en la ordenación el padre fue consciente de la realidad: “he sido derrotado por Dios; no le puedo arrebatar a mi hijo. Mi hijo es sacerdote. Está decidido; es un hecho”.
“Bauticé a mi padre”
Como el Señor es el que maneja los tiempos cuatro años después de hacerse sacerdote ocurrió el hecho más maravilloso. “Mi padre expresó el deseo de ser cristiano”. Fue el hijo el que bautizó a su padre en 2006. El que le dio la vida material era ahora el hijo espiritual. “Bauticé a mucha gente, pero jamás olvidaré el momento en que bauticé a mi padre”.
Afirma este fraile dominico que “Dios derrotó a mi padre y el Señor hizo cosas grandes por mi familia”. Tiene clarísimo que “esto fue obra de Dios y que todo es para su gloria. Me dio mucho más de lo que yo le pedí en 20 años de oración silenciosa y perseverante. Él, con su poder, hace milagros en cosas normales”.
La intercesión de la sangre de los mártires
Su vocación dominica, la conversión de su padre es como dice él mismo una obra de Dios y también por la intercesión de los mártires. Vietnam es una tierra regada por la sangre de los mártires y especialmente por numerosos domínicos que dieron su vida por el anuncio del Evangelio en esta tierra.
Obispos, frailes y laicos derramaron su sangre en Vietnam por amor a Dios y a las almas. Sangre que nunca será balde y que bendice la tierra en la que se esparce. En 1988 Juan Pablo II proclamó santos en la Plaza de San Pedro a un total de 117 mártires vietnamitas de los siglos XVIII y XIX, y cuya memoria se celebra el 24 de noviembre.
Muchos de ellos eran dominicos. Seis obispos de la Orden, entre ellos San Valentín de Berriochoa y San José María Díaz Sanjurjo, 15 frailes dominicos, 2 sacerdotes terciarios dominicos así como decenas de laicos y catequistas de la Orden de Predicadores, fueron asesinados por su fe.
Del total, setenta y cinco fueron decapitados. El resto fueron estrangulados, quemados vivos, descuartizados o torturados en prisión. Todos ellos se negaron a abjurar de su fe y pisotear la Cruz de Cristo. Ahora su sangre sigue dando frutos en el país por el que entregaron su vida.