In InfoCatólica
«Fui atea toda mi vida hasta el año 2005. Busqué mi camino hacia el
cristianismo, y ahora escribo acerca de lo que significa ser parte de
esta fe, después de una vida como no creyente». Así se describe Jennifer Fulwiler, «escritora y manager caótica de su creciente familia, que actualmente incluye cinco hijos pequeños». Es columnista en Envoy Magazine, National Catholic Register, entre otros, y tiene un blog (ConversionDiary.com), en donde comenta la alegría de su fe católica.
Soy un admirador personal de sus escritos. Cargados de realismo y de
profundidad, sus líneas suelen transparentar esa fuerza típica del
converso que no se anda con medias tintas. Leerle suele ser una bocanada de aire fresco dentro de la red. Entre sus muchos escritos, hubo uno que me pareció especialmente iluminador: Por qué siempre me ha parecido sensato el sacerdocio masculino. Venido de una pluma que antes fue atea y feminista, me pareció interesante darle una ojeada. Valió la pena…
Con permiso de la misma Jennifer, que amablemente me autorizó hacer
una traducción de su artículo, comparto ahora con ustedes estas líneas,
esperando que puedan iluminar y ayudar a valorar, aún más, la fe tan
hermosa que tenemos en nuestra Iglesia. ¡Gracias, Jennifer!
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Por qué siempre me ha parecido sensato el sacerdocio masculino
Cuando leí la parte de «Catolicismo para idiotas» (Catholicism for Dummies)
que trataba el tema del sacerdocio masculino, alguno podría pensar que
me iba a volver atrás en mi decisión de convertirme. Ya había escuchado
algo sobre género y clero católico en la «cultura popular», pero nunca
me topé con el tema hasta que empecé a buscar y me di cuenta que efectivamente la Iglesia Católica no acepta mujeres al sacerdocio. Siendo atea de toda la vida y una feminista proclamada, podría pensarse que debería sentirme ultrajada. Sin embargo, cuando intenté que me viniese una justa indignación, ésta jamás llegó. De hecho, algo de esta postura me pareció objetiva. Sorprendida por mi propia posición, pasé
mucha parte juzgando por qué no sentía la urgencia de denunciar esta
postura polémica como opresiva e injusta. Y esto fue lo que me vino a la
mente:
Los hombres y las mujeres son distintos
Por ese entonces, había sido mamá recientemente. Y no hay nada como el embarazo y el dar a luz para darse cuenta de que el hombre y la mujer son muy, pero muy diferentes. Incluso
fuera de la visión católica, no se puede negar que quienquiera que nos
creó –sea que lo llames Dios o Naturaleza o Alá o lo que sea– nos creó hombre y mujer con capacidades complementarias y, sin embargo, totalmente distintas.
Las mujeres pueden cargar una nueva vida humana en su seno; los hombres
no. Las mujeres pueden amamantar a sus bebés; los hombres no. Los
hombres son generalmente más fuertes: el más fuerte de los hombres en el
mundo siempre va a ser más fuerte que la más fuerte de las mujeres en
el mundo. Y la lista de diferencias innatas entre los sexos sigue y
sigue… Asumiendo que toda la raza humana no ha nacido en una
situación inherentemente injusta, parecería que nuestro Creador no cree
necesario que todos hagan lo mismo para ser iguales.
Lo que haces no es lo que te hace valer
A lo largo de esas mismas líneas, había comenzado a cuestionarme la persuasiva y moderna idea de que lo que tú haces
es lo que tú vales. En las reuniones sociales, la primera pregunta que
hacemos a alguien que conocemos es «¿A qué te dedicas?». A los niños les
preguntamos «¿Qué vas a hacer cuando seas grande?». Uno de los
resultados de esta idea es que nosotros, como sociedad, decidimos que si
las mujeres no hacen toda y cada una de las cosas que los hombres
hacen, la única posible explicación tiene que ser que ellas están siendo
menos valoradas –y ser excluidas de realizar ciertas
actividades significa que sus opciones de alcanzar un cumplimiento
completo como seres humanos es limitado. Cuanto más consideraba esto, tano más me golpeaba como una visión tristemente utilitarista.
Comencé a pensar que es posible creer que los hombres no serán buenos
consultores en lactancia, las mujeres no serán buenos combatientes de la
guerra de guerrillas, etc., sin que eso sea un comentario sobre el
valor intrínseco de un sexo sobre el otro.
Dios se hizo hombre
Como un extraño que busca en esta religión, no podía entender cómo
alguien pudiese creer que el Cristianismo es verdadero y, al mismo
tiempo, cuestionarse el hecho de que Dios ve dos sexos con diferentes
roles cada uno. Cuando Dios asumió nuestra carne humana, lo hizo como hombre.
Podría haber bajado como mujer, como un equipo de hermanos y hermanas, o
como un ser asexuado. Pero no lo hizo. Si quieres rechazar el
Cristianismo como falso, eso es una cosa; pero si aceptas a
Jesucristo como Dios Encarnado, parece que también tienes que aceptar
que Dios ve que el sexo masculino tiene un rol especial en este mundo.
Jesús escogió hombres para ser sus apóstoles
Pedro, Andrés, Santiago, Santiago, Juan, Felipe, Tomás, Mateo, Bartolomé, Tadeo, Simón y Judas: esos son los nombres de las doce personas que Cristo llamó personalmente para ser sus apóstoles. Todos son hombres.
El hecho de que Dios no sólo viniese como hombre, sino que incluso
llamó solamente hombres para ser sus apóstoles (a pesar del hecho de que
también estuvo cercano a muchas mujeres), fue una confirmación
definitiva del hecho obvio de que Dios tiene un plan especial para el
sexo masculino.
Dios nos dio a María
Y entonces, ¿dónde deja todo esto a las mujeres? ¿Acaso Dios no ve para nosotras un rol especial también? ¿Se olvidó de nosotras?
Con honestidad, también tuve esos pensamientos cuando empecé a buscar
sobre el Cristianismo, y fue un rollo. Las únicas ramas de cristianismo
del que tenía experiencia eran algunas denominaciones del protestantismo
sureño [en Estados Unidos] y me golpeó el hecho de que eran
espiritualidades centradas en el hombre. Jesús era hombre, sus apóstoles
eran hombres, todos los predicadores locales eran hombres. ¿Dónde
entraban las mujeres en toda esta religión? ¿Acaso Dios dejaba fuera, en
el frío, a todo un sexo en su totalidad?
Una vez que descubrí el Catolicismo, una de las muchas cosas que me sorprendieron de sus enseñanzas fue el énfasis en María. Tenía mucho sentido que Dios diera a una mujer un rol crítico dentro de su plan, alguien que pudiese servir como ejemplo de perfecta santidad femenina –y tenía sentido que su verdadera Iglesia lo entendiera así y celebrase este hecho.
Y así, cuando me topé con la doctrina del sacerdocio
masculino, todas estas ideas hicieron que la defensa oficial de la
Iglesia de su posición sonasen auténticas. De hecho, hubiese sido escéptica de las doctrinas católicas si no me hubiesen enseñado que es una labor para hombres –sólo para hombres– llevar adelante el rol que Dios empezó cuando él mismo se hizo hombre.
Se puede leer el original en inglés siguiendo este enlace:
P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.