Una
vez más, Francia a vuelto a sorprender. Con la ley del 'matrimonio'
homosexual aprobada, ha conseguido movilizar a centenares de miles de
personas, sobre todo en la gran concentración de París, pero también en
otras muchas poblaciones de Francia. En este caso, cuando se echan las
cuentas, los medios de comunicación olvidan de manera reiterada que,
además de la gran concentración humana que se ha producido en cada
convocatoria en la capital francesa, también se han reproducido a menor
escala grandes movimientos en términos relativos en muchas localidades
de aquel país. La razón por la que esto sucede pensamos que radica en el
hecho de que la sociedad
francesa, a pesar de su laicismo institucional único en Europa y la gran
secularización de su sociedad, tiene mucho más clara la naturaleza del
matrimonio que en la desarmada España.
Aquí
hemos pasado en un fugaz tránsito histórico, porque desde esta
perspectiva el tiempo transcurrido no es nada, de la obligación del
matrimonio religioso al homosexual en un plis-plas sin que a muchos se
les cayera la dentadura por el camino. La razón profunda de por qué esto
sucede es digna de meditación y de análisis, pero en cualquier caso el
hecho está ahí y no ha sido suficientemente debatido ni profundizado.
Las fuerzas sociales que defienden el matrimonio natural, clásico, el
único que ha existido en la historia de la humanidad, una vez aprobada
la ley se han desarmado no solo como agentes movilizadores sino incluso
intelectualmente. Y así siguen. La actitud del PP, que controla o al
menos controlaba una parte de este electorado, tiene mucho que ver,
porque su menosprecio por cambiar esta ley dice mucho de la visión que
tienen las elites dirigentes de nuestro país, incluso en sus sectores
más conservadores, sobre el matrimonio.
El homosexualismo político postula que para conseguir su pleno reconocimiento han de poderse casar. Es un error profundo. El rechazo a la homosexualidad no se resolverá a base de que una ínfima minoría de personas del mismo sexo se casen.
El problema es otro, pero en todo caso sí hay que subrayar que
prosperan en su intento de transformar las instituciones de la sociedad
para que estén pensadas a su servicio y no al de la mayoría. De ahí que
en la legislación española ya no exista, derivado del matrimonio, el
hecho del 'padre' y la 'madre', el 'marido' y la 'esposa', sino
'progenitores' y 'cónyuges'. El lenguaje es representativo de las
profundas transformaciones mentales y políticas que el homosexualismo
político persigue en una operación de diseño social a gran escala.
El
resultado final es malo para todos, porque no solo no existe relación
entre la mayor o menor tolerancia y el 'matrimonio' homosexual, como lo
demuestra la historia, sino que además la destrucción de la idea del
matrimonio conlleva graves consecuencias a medio y largo plazo. En
realidad, la tesis del homosexualismo político ha prosperado en España y
otros lugares en la medida en que previamente se ha degradado la
concepción que del matrimonio tenían amplios sectores de la sociedad,
que han empezado a rechazar cualquier compromiso fuerte con el mismo,
que incorporara el largo plazo y la descendencia. Desde esta
perspectiva, el 'matrimonio' homosexual es una derivada absolutamente
lógica. Pero ésta no es la función social del matrimonio, esto no es un
matrimonio. La finalidad del
matrimonio y de ahí su reconocimiento prepolítico es otra: consiste en
reconocer y fortalecer la única institución que es capaz de generar
descendencia y educarla, socializarla en la forma adecuada. Nadie
más es capaz de hacerlo. Si observamos las causas del crecimiento
económico a largo plazo, veremos que tienen una estrecha relación con lo
que acabamos de decir. Solo una economía muy marcada por la escuela
neoclásica y por lo tanto por una ontogénesis liberal que ha dado papel
solo al individuo sin contemplar la función económica de las
instituciones sociales ha llevado a tamaño error, a prescindir del papel
económico del matrimonio y de la familia que se genera. Es bien sabido
que el crecimiento económico a largo plazo depende de la productividad y
que ésta a su vez tiene, entre otros, dos componentes absolutamente
determinantes porque son los que generan la mayor parte de aquélla. Se
tratan del capital humano y del agregado que denominamos productividad
total de los factores.
El
capital humano está en función del rendimiento profesional en igualdad
de condiciones técnicas y de inversión; y este a su vez del rendimiento
escolar. Un mal rendimiento escolar, como norma general, va acompañado
de un bajo nivel de capital humano. Pues bien, es notorio que el factor
determinante de él es la familia y, concretamente, el capital social
localizado en ella, que está determinado por la existencia de la pareja,
del padre y de la madre, de la estabilidad del vínculo, del tiempo de
dedicación a los hijos como factores más determinantes, por encima
incluso, aunque también influye de una manera importante, del nivel de
ingresos y la renta. En la
sociedad del bienestar, que ha tenido una cierta cohesión social, los
ingresos de los padres son menos decisivos que el capital social que
posee aquella familia en términos de capacidad educativa.
Por
otra parte, la productividad total de los factores se ve influida por
el capital humano y por derivadas concretas del capital social en el
entorno y de la propia empresa. Además, el sistema de bienestar, tanto
público, a cargo de las instituciones, como privado, cuando quien lo
realiza es la familia, guarda una fuerte relación con la existencia de
matrimonios estables que garanticen la sostenibilidad familiar a lo
largo del tiempo. El sistema del bienestar depende de la productividad, a
la que ya nos hemos referido, y de otros factores más. A largo plazo,
de la natalidad; y a corto y a largo, en la vertiente de los costes, por
el mayor o menor dimensión de sus costes sociales y de sus costes de
intermediación. El eliminar la
idea de matrimonio, cuyo fin es la estabilidad para que pueda procrear
hijos y cuidarlos adecuadamente, tiene una trascendencia económica
frívolamente subvalorada y que está también en parte en el origen de
aspectos concretos de la crisis que aún experimentaremos en mayor medida.
No es que solo el 'matrimonio' homosexual tenga esta consecuencia, dado
su carácter muy minoritario. No, no se trata de esto, sino que él
constituye el estadio máximo, el símbolo máximo de desvirtuación del
hecho matrimonial entre los heterosexuales. Y en este elemento de
contagio es donde radica el problema. Acentúa la tendencia a degradar la
naturaleza y fines del matrimonio y esa es la razón del rechazo que
debe producir, de la misma manera que objetivamente la ruptura familiar,
llevada al extremo de facilidad y en número que registra entre
nosotros, es también una causa negativa que afecta a nuestra capacidad
de bienestar y de prosperidad.