quarta-feira, 5 de outubro de 2011

El Árbol de la Vida, de Terrence Malick: teología pura y poesía en imágenes

Creación, tentación, caída, redención, el mal y el perdón, la esperanza... y Dios, y aún más asombroso, el Cielo. Una explosión de luz en nuestra cultura ácida.

por Pablo J. Ginés

El Árbol de la Vida, de Terrence Malick, fue noticia en España porque, contra todo pronóstico, consiguió liderar la taquilla hace dos semanas. Una película de autor, espiritual, con saltos narrativos, voluntad poética, teología en imágenes, ritmo pausado y larga, muy larga (2 horas 18 minutos) se colocaba como la número uno, quizá por el atractivo de los nombres de Brad Pitt y Sean Penn en su cartel. Luego llegó la normalidad y el espectador de cine "rápido" supo por sus amigos que ésta no era su película, pero sin embargo otro tipo de espectador, más reflexivo, acudió a ver el fenómeno, y entre ellos muchos cristianos que nunca habían visto nada igual en el siglo XXI.

Malick, un hombre que protege su vida privada con férrea determinación, gastó 32 millones de dólares en rodar esta película. En Estados Unidos sólo recaudó 13,2 millones, pero en el resto del mundo ha conseguido 41 millones de dólares (3,8 en Italia, 2,5 en Rusia, 8,9 en Francia, 2,7 en Reino Unido; 6 millones en Japón). Eso significa que ha hecho una obra maestra, que ha llegado a todo el mundo y a muchas culturas y que cubre gastos de sobra.

Como en sus anteriores películas (la última, de estilo reconocible, fue El Nuevo Mundo), recurre a un intenso amor por la naturaleza, al bosque, el verde, los árboles como elemento de continuidad y a la voz en off. Sus críticos le reprochan que recurre a las palabras, no a la cara de los autores, para transmitir sentimientos.
Quizá se equivocan: Malick transmite sentimientos con sus imágenes de la naturaleza, pero con las palabras transmite pensamientos, ideas, conceptos. Por eso, las palabras, dosificadas, son importantísimas... y la mala traducción al español es culpable de varias confusiones. La primera, nada más empezar, con la cita del capítulo 38 de Job (no del "versículo", como dice la traducción): "¿Dónde estabas tú mientras yo ponía los cimientos de la tierra, cuando las estrellas del alba cantaban a coro y exultaban de gozo todos los hijos de Dios?"

Esta cita lo enmarca todo: Job sufre, pese a que ha sido bueno se suceden las desgracias en su vida. Y se enfada con Dios, le parece injusto. Dios responde con esa frase que pone todo en un contexto: Dios y su obra son enormes, y sin ver el cuadro general no se entiende la dura pincelada del dolor del inocente.

Así que Malick desarrolla esto: el dolor del hombre es real, es concreto, es escandaloso. Pero el contexto de Dios es enorme, y como dice la madre (las monjas se lo enseñaron), hay dos dimensiones: la vía de la naturaleza (que se refiere a sí misma, a las pasiones, al yo) y la vía de la gracia (no de la "divinidad", como tristemente traducen en español) que apunta al tú.

Lo dice al principio de todo... y lo consuma al final de la película cuando por fin se rinde, sale del yo y va al gran Tú que es Dios: "yo te entrego a mi hijo", dice ella, algo que toda madre ha de aprender. Porque lo que no se da (a Dios o al otro, que es imagen de Dios), se pierde. Es la ley de la naturaleza.
Durante veinte minutos vemos en la película planetas que se funden cayendo en un sol. Vemos la gloria de los dinosaurios... para desaparecer enseguida por efecto de una piedra, un meterorito. Planetas y especies son un soplo, todo pasa. Sólo el alma, la persona, es eterna.

La postura del hombre ante el dolor y la inevitable desaparición llevan a Dios desde las primeras imágenes. De nuevo, las palabras dan la clave. "Te conocí gracias a mi madre y a mi hermano", dice la voz de Sean Penn, en esa oscuridad con colores que es Dios. Veremos desplegarse la historia de su personaje desde que era niño, que es la historia de la humanidad. Él vivirá en un paraíso, una infancia con amigos y hermanos y naturaleza, si se ve con la vista de la gracia.

Como Eva, será tentado: "los padres no quieren que sepamos, nos ocultan cosas, cómo vas a saber si no lo experimentas por ti mismo", le dice un niño anónimo, casi sin rostro, como cabe esperar del mal, del Tentador. Nuestro joven protagonista entra en una casa ajena, roba un camisón de lencería femenina, huye, busca esconderse, lo tira al río... "¿Qué he hecho?", solloza. Ha pecado, ha desobedecido, ha roto la confianza que había sobre él. Es la Caída.
Y luego daña a su hermano rubito, dulce, con una escopeta de balines: es Caín y Abel. Pero el hermano le perdonará... por eso podrá decir que conoció a Dios gracias a su hermano, gracias al perdón. Él le conducirá a una vida nueva.

Otro error de la traducción al español está en que en esta versión el padre castiga a su hijo cuando no le llama "señor". Eso puede hacer pensar al espectador que uno de los hijos es adoptado. Pero no es así: en la versión inglesa, el padre pide ser llamado "padre" y no "papá". Quiere que los niños sean fuertes, duros, que cumplan sus objetivos. Este padre es pelagiano: quiere salvarse por su eficacia, cumpliendo planes y obras. Necesita ser apreciado por lo que hace, no por ser quien es. Sólo al final llegará a entender la vida de la gracia, que encarna su esposa, pura celebración, amor, alabanza. "Me perdí la gloria", se lamentará él. Y la gloria, ¿qué es sino la alegría del Cielo, que empieza con gozar de la bondad y belleza ya en la tierra?

El niño que llegará a ser el personaje de Sean Penn se rebelará contra el padre, igual que el hombre contra Dios. "¿Por qué nuestro padre nos hace daño?", se pregunta. Que es la pregunta de Job sobre el dolor. Pero también habrá una reconciliación entre padre e hijo.

¿Y dónde está Cristo? Nadie lo menciona con palabras,pero está en las imágenes. "Venid, benditos de mi Padre, porque tuve sed, y me disteis de beber", dice Cristo. La madre da de beber a unos presos que caminan con cadenas, casi un homenaje a la escena en que Ben Hur da de beber a Cristo en el pozo. "¿Le puede pasar a cualquiera?", pregunta el hijo al ver a los hombres encadenados. La respuesta es: ¡le pasó a Cristo! Lo vemos encadenado en las vidrieras de la iglesia a la que acude la familia en domingo. El cura predica a Job y recuerda que nadie, ni los buenos, están a salvo del dolor. Él no lo menciona, pero Cristo es el paradigma: fue el más bueno, y sufrió. ¿No es esa la mitad de la respuesta a Job? ¡Dios no mira de lejos, Dios sufre con nosotros, es uno de nosotros! Cristo es el hombre que al Señor le llama "papá".

La otra mitad de la respuesta está más allá: este mundo, con sus galaxias en espiral, es pasajero. Luego está el resto de la gloria, el reencuentro con los seres queridos. Esta vida es vida pero no es toda la vida. "Brille para ellos la luz perpetua", canta el coro, con un sol en el centro de la pantalla, bajo, mientras llegan los santos. Es el descanso al final del día. Porque todos ellos han sido santos, se han arrepentido, han crecido, han aceptado. El que fue niño rebelde llega a Dios siguiendo a su hermano, pasando por un paraje desértico: el Purgatorio. En el Cielo hay agua (las aguas del parto, las del bautismo, las que originaron la vida biológica) y -contra la estupidez de Sartre- en el Cielo están los demás.

Y la promesa es para nosotros, y nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos. No hace falta vivir en la Texas rural. Los edificios de cristal de Nueva York, gloria del hombre tecnológico... ¿qué hacen sino reflejar el cielo azul? El puente final, ¿a donde conduce, sino al cielo? Los girasoles, ¿qué miran, si no es el sol eterno? Incluso en el cemento de la calle en obras, hay un árbol. Árboles por todas partes, como en El Nuevo Mundo, en contrapicado: nos obligan a mirar arriba para ver su belleza, pero más arriba hay más belleza aún, el Cielo. "¿Ves? Allí vive Dios", profetiza la madre.

Malick llena de significado cada imagen. Su magnífico director de fotografía, Emmanuel Lubezski, merece tantos premios como sea posible concebir. El uso de la música es magistral y emotivo. Todos los actores están soberbios, especialmente los niños.

Es difícil no pensar en Tolkien. ¿No es su mitología, narrada en El Silmarillion, en La Canción de los Ainur, un desarrollo de Job 38? En su creación del mundo, los ángeles cantan y lo que cantan es lo que Dios crea. "¿Dónde estabas tú mientras yo ponía los cimientos de la tierra, cuando las estrellas del alba cantaban a coro y exultaban de gozo todos los hijos de Dios?", dice Dios a Job. He ahí el principio.

¿Y el final? Tolkien lo explicó en una carta 4 años antes de morir. "Puede decirse que el principal propósito de la vida es incrementar, de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias. Hacer como decimos en el Gloria in Excelsis: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, proclamamos tu gloria, te damos gracias por la grandeza de tu esplendor. Y en los momentos de exaltación podemos invocar a todos los seres creados para que se nos unan en el coro hablando en su nombre, como se hace en el salmo 148, y en el Canto de los Tres Niños en Daniel II: alabad al Señor... todas las montañas y las colinas, todos los huertos y los bosques, todas las criaturas que reptan y los pájaros que vuelan".



Que es lo que ha hecho Malick. Una sinfonía de exaltación, "invocar a todos los seres creados para que se nos unan en el coro".