Juan Antonio Reig Pla*
– La
decisión del Tribunal Constitucional alude a la “evolución de la
sociedad” como razón principal para desestimar el recurso sobre la Ley
del “matrimonio” homosexual. Siendo el matrimonio una realidad natural,
¿por qué cree usted que la sociedad no lo reconoce y defiende así? ¿Tal
mal estamos?
El
proceso de demolición del matrimonio y de la familia como realidades
naturales no es casual. Nos encontramos ante un programa organizado por
etapas, bien planificado y que forma parte de una especie de plan director más amplio:
acabar con la preponderancia de la civilización cristiana y en concreto
de la cultura católica, dinamitando sus cimientos antropológicos,
filosóficos, jurídicos y teológicos.
A
lo largo de la historia se han utilizado diversos métodos para intentar
destruir nuestra civilización. Estos métodos consistían básicamente en
la ideologización de las personas, para forzar el cambio de mentalidad y
consiguientemente de costumbres. Respecto a los opositores se procedía a
la sistemática eliminación física. Como demostró la caída de Hitler y
después del Muro de Berlín, estos sistemas resultan ineficaces y con
efectos limitados en el tiempo. Actualmente se ha invertido el proceso: ahora
la idea es corromper las costumbres para que se produzca el cambio de
mentalidad; y así está sucediendo. Por otra parte la alternativa actual a
la eliminación física de los opositores es provocar su “muerte civil”. A este nuevo sistema se han apuntado tanto el pensamiento colectivista como el liberal; en esta situación nos encontramos.
– La
postura que defienden el lobby gay, la izquierda sociológica y la
derecha liberal está planteada en términos de lucha por los derechos
civiles. Sin embargo, son muchos los que van a ver sus derechos
claramente vulnerados: ¿quién, o quiénes, han salido perdiendo con la
resolución del TC?
Como explicamos los Obispos españoles en el reciente documento La verdad del amor humano (VAH),
el proceso de “deconstrucción” de la persona, el matrimonio y la
familia, ha sido «propiciado por filosofías inspiradas en el
individualismo liberal, así como por el constructivismo y las corrientes
freudo-marxistas. Primero se postuló la práctica de la sexualidad sin
la apertura al don de los hijos: la anticoncepción y el aborto. Después,
la práctica de la sexualidad sin matrimonio: el llamado “amor libre”.
Luego, la práctica de la sexualidad sin amor. Más tarde la “producción”
de hijos sin relación sexual: la llamada reproducción asistida
(fecundación in vitro, etc.). Por último (…) se separó la
“sexualidad” de la persona: ya no habría varón y mujer; el sexo sería un
dato anatómico sin relevancia antropológica. El cuerpo ya no hablaría
de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a
la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir
configurarse sexualmente como desee» (VAH, 52).
Nos encontramos con la llamada ideología de género. Desde esta ideología,
para acabar con las desigualdades hay que acabar con las diferencias, y
por lo tanto con los conceptos de varón y mujer y todas sus
implicaciones teóricas y prácticas. Para el pensamiento marxista
la diferencia sexual es traducida por desigualdad: no es un bien, sino
opresión patriarcal. Para el pensamiento liberal los postulados de la
diferencia sexual son una limitación inaceptable. Así pues, casi todos
se han puesto de acuerdo: hay que subvertir los conceptos de hombre y mujer –ahora son queer; los
antiguos “géneros” han quedado obsoletos–; de esposo y esposa –ahora
son “cónyuges” A y B: ¿con el tiempo C, D…?–; de padre y de madre –ahora
son “progenitores”; dos, pero ya hay quien habla de tres o más–; de
hijos e hijas –ahora son prole–. En este proceso de “deconstrucción” y
manipulación del lenguaje el llamado «matrimonio igualitario o gay»
y los «modelos de familias» se han constituido en términos fetiche para
los defensores de los así llamados “nuevos derechos civiles o de
segunda generación”. Sin embargo, como sucede con la democracia cuando
se le pone apellido, no son más que la corrupción semántica –llevada a
la política– de los conceptos naturales de «matrimonio» y «familia». Las
víctimas de este caos están por todas partes: niños, adolescentes,
jóvenes y adultos desorientados y a la deriva; «no parece exagerado afirmar que la nuestra es una sociedad enferma» (VAH, 4). Por todo ello, el gobierno está obligado moralmente a derogar ésta y tantas otras leyes injustas
que atentan contra la familia y la vida. Evitando la concepción de
niños o matándolos, esterilizando hombres y mujeres, incluso
discapacitados psíquicos, corrompiendo a jóvenes y facilitando la
destrucción de matrimonios y familias (por poner sólo algunos ejemplos)
España no tiene futuro.
– En
el documento “La verdad del amor humano”, los obispos españoles afirman
que “la mejor respuesta a la ideología de género y a la actual crisis
del matrimonio es la nueva evangelización”; también el Papa Benedicto
XVI insiste en ello ¿Cómo podemos, a partir de ahora, evangelizar la
familia? ¿Quiénes han de llevar a cabo esta misión? ¿Tenemos motivos
para la esperanza?
La
Nueva Evangelización requiere dos velocidades. La primera velocidad se
refiere a cuidar con exquisita sensibilidad la pastoral ordinaria. Más
allá de lo que entendemos por pastoral ordinaria, la segunda velocidad
supone un replanteamiento del ministerio sacerdotal y de la labor de
religiosos/as y laicos en todos los campos, incluida la Doctrina Social
de la Iglesia. La nueva evangelización de la familia puede y debe
llevarse a cabo de muchos modos, pero el que nunca pueda faltar
en las parroquias es la Iniciación Cristiana de jóvenes y adultos
(bautizados y sin bautizar) según el modelo del Catecumenado Bautismal;
es necesario volver a los orígenes.
En
este combate espiritual que estamos librando son muchas las personas y
familias que están quedando en el camino heridas o gravemente enfermas.
Así lo recuerda el Papa Benedicto XVI cuando afirma que «las políticas que suponen un ataque a la familia amenazan la dignidad humana y el porvenir mismo de la humanidad» (9-1-2012). Por ello, la
Iglesia está llamada a ser como el Buen Samaritano –y al tiempo posada–
que acoja a todos sin juzgar a nadie, desde la verdad, mostrando el
rostro de Cristo, es decir, asistiéndoles con el aceite de la
misericordia y el vino del amor. Gracias a Dios, las
comunidades cristianas, los Centros de Orientación Familiar, Cáritas,
etc., están dando respuesta a tanto sufrimiento y destrucción,
promoviendo, asimismo, la prevención y la detección precoz de los problemas.
Con el beato Juan Pablo II «pidámosle
[a Jesús] que cure las enfermedades de los hombres contemporáneos:
“toda clase de enfermedades” del alma. ¡Y cuántas hay!» (17-2-1985). Para todas ellas existe una «terapia apropiada», es posible la esperanza;
también en los delicados ámbitos de la sexualidad, el matrimonio y la
familia. Con los Obispos españoles quiero hacer llegar a todos una
palabra de ánimo y consuelo, incluidos los que no están de acuerdo con
nosotros e incluso nos persiguen: ¡la Iglesia os puede ayudar, «la esperanza no defrauda» (Rm 5, 5)!