sábado, 10 de abril de 2010

La respuesta a los casos de abusos sexuales

Análisis del padre Federico Lombardi S.I.

El debate sobre los abusos sexuales, y no solo por parte del clero, prosigue entre noticias y comentarios de diverso tipo. ¿Cómo navegar en estas aguas agitadas manteniendo un rumbo seguro que responda al evangélico "Duc in altum" (Remad mar adentro)?

En primer lugar hay que seguir buscando la verdad y la paz para los ofendidos. Entre las cosas que más llaman la atención es que hoy salen a la luz también tantas heridas internas que se remontan a hace muchos años -incluso a diversas décadas-, pero que, evidentemente, siguen abiertas. Muchas víctimas no buscan un resarcimiento económico sino una ayuda interior, un juicio acerca de su dolorosa vivencia personal. Todavía queda algo por entender realmente. Probablemente debemos tener una experiencia más profunda de los hechos que han marcado tan negativamente la vida de las personas, de la Iglesia y de la sociedad. Un ejemplo, en ámbito colectivo, son el odio y la violencia de los conflictos entre los pueblos, que resultan tan difíciles de superar para una reconciliación verdadera. Los abusos hieren a nivel personal profundo. Por eso han hecho muy bien los episcopados que valerosamente han reemprendido el establecimiento de modos y lugares para que las víctimas puedan expresarse libremente y ser escuchadas, sin dar por descontado que el problema estuviera ya afrontado y superado gracias a los centros de escucha instituidos hace tiempo, al igual que aquellos episcopados u obispos que con trato paternal prestan atención espiritual, litúrgica y humana a las víctimas. Parece cierto que el número de las nuevas denuncias de abusos disminuye, como está sucediendo en Estados Unidos, pero para muchos el camino del saneamiento en profundidad empieza solamente ahora y para otros todavía está por empezar. En el contexto de atención a las víctimas, el Papa ha escrito que está dispuesto a nuevos encuentros con ellas, involucrándose en el camino de toda la comunidad eclesial. Pero se trata de un camino que para tener efectos profundos debe llevarse a cabo, todavía más, en el respeto de las personas, y en búsqueda de la paz.

Junto a la atención por las víctimas hay que continuar, además, aplicando con decisión y veracidad los procedimientos adecuados del juicio canónico de los culpables y de colaboración con las autoridades civiles en lo que se refiere a sus competencias judiciales y penales, teniendo en cuenta la especificidad de las normativas y de las situaciones en los diversos países. Sólo así se puede pensar en reconstruir efectivamente un clima de justicia y la plena confianza en la institución eclesial. Se ha dado el caso de que diversos responsables de comunidades o instituciones, por falta de experiencia o de preparación, no dispusieran de los criterios de intervención que podían ayudarles a intervenir con determinación aún cuando fuera para ellos muy difícil o doloroso. Pero, mientras la ley civil interviene con normas generales, la canónica debe tener en cuenta la particular gravedad moral de la traición de la confianza depositada en las personas con responsabilidad en la comunidad eclesial y de la flagrante contradicción con la conducta que deberían testimoniar. En este sentido, la transparencia y el rigor se imponen como exigencias urgentes de un testimonio de gobierno sabio y justo de la Iglesia.

En perspectiva, la formación y selección de los candidatos al sacerdocio, y más en general del personal de las instituciones educativas y pastorales son las premisas para la prevención eficaz de posibles abusos. Conquistar una sana madurez de la personalidad, también desde el punto de vista de la sexualidad, ha sido siempre un reto difícil, pero hoy lo es todavía más, aunque los mejores conocimientos psicológicos y médicos representan una gran ayuda en la formación espiritual y moral. Alguno ha observado que la mayor frecuencia de los abusos se ha verificado en el período más álgido de la "revolución sexual" de los decenios pasados. En la formación hay que tener en cuenta este contexto y aquel más general de la secularización. En realidad, se trata de redescubrir y reafirmar el sentido y la importancia del significado de la sexualidad, de la castidad y de las relaciones afectivas en el mundo de hoy, en formas muy concretas y no sólo verbales o abstractas. ¡Qué fuente de desorden y sufrimiento puede suponer su violación o menosprecio! Como observa el Papa al escribir a los irlandeses, una vida cristiana y sacerdotal solo puede responder hoy a las exigencias de su vocación si se alimenta realmente de las fuentes de la fe y de la amistad con Cristo.

Quien ama la verdad y la valoración objetiva de los problemas sabrá buscar y encontrar las informaciones para una comprensión más general del problema de la pederastia y de los abusos sexuales de menores en nuestro tiempo y en los diferentes países, comprendiendo su extensión y su penetración. De este modo, podrá entender mejor en qué medida la Iglesia católica comparte no solo sus problemas, en qué medida suponen para ella una gravedad particular y exigen intervenciones específicas, y finalmente en qué medida la experiencia que la Iglesia va adquiriendo en este campo pueda ser útil también para otras instituciones o para toda la sociedad. Por lo que concierne a este aspecto, creo que los medios de comunicación no han trabajo todavía suficientemente, sobre todo en los países en los que la presencia de la Iglesia tiene una mayor relevancia, y sobre quien se apuntan más fácilmente, por tanto, los dardos de la crítica. Pero, documentos como el informe nacional de EEUU sobre el maltrato de los niños, merecerían ser más conocidos para entender cuáles son los campos que exigen una intervención social urgente y las proporciones de los problemas. Sólo en el año 2008, en Estados Unidos, se identificaron más de 62.000 autores de abusos de menores, mientras el grupo de los sacerdotes católicos es tan pequeño que ni siquiera se tiene en cuenta como tal.

El compromiso por la protección de los menores y de los jóvenes es por tanto un campo de trabajo inmenso e inagotable, que va más allá del problema concerniente a algunos miembros del clero. Quienes dedican sus esfuerzos con sensibilidad, generosidad y atención merecen gratitud, respeto y aliento por parte de todos, y en particular, de las autoridades eclesiales y civiles. Su contribución es esencial para la serenidad y la credibilidad del trabajo educativo y de formación de la juventud en la Iglesia y fuera de ella. Justamente, el Papa les ha dirigido palabras de gran aprecio en la carta a los irlandeses, pero pensando naturalmente en un horizonte más amplio.

Finalmente, Benedicto XVI guía coherente por el camino del rigor y de la veracidad, merece todo el respeto y el apoyo, y prueba de ello son los amplios testimonios de todos los rincones de la Iglesia. El Papa es un pastor que está a la altura de afrontar con gran rectitud y seguridad este tiempo difícil, en el que no faltan críticas e insinuaciones infundadas; hay que afirmar, sin prejuicios, que es un Papa que ha hablado mucho de la verdad de Dios y del respeto de la verdad, siendo un testigo creíble de ella. Le acompañamos y aprendemos de él la constancia necesaria para crecer en la verdad, en la transparencia, manteniendo amplio el horizonte sobre los graves problemas del mundo, respondiendo con paciencia a la aparición --gota a gota-- de "revelaciones" parciales o presuntas que tratan de mermar su credibilidad o la de otras instituciones y personas de la Iglesia.

En la Iglesia, en la sociedad en la que vivimos, cuando comunicamos y escribimos, tenemos necesidad de este paciente y firme amor a la verdad si queremos servir y no confundir a nuestros contemporáneos.